32. Tranquilidad

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NOAH

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NOAH

Casandra no dejaba de sorprenderme; dentro de ese cuerpo escuálido y maltratado, justo tras aquella mirada triste, se escondía un gran carácter. La muchacha había demostrado su capacidad para manejar las situaciones y sobreponerse a los golpes bajos. A menudo se tambaleaba, pero era capaz de mantenerse en pie. ¿Quién lo iba a decir? La primera vez que la vi, pensé que el más mínimo soplo de aire podría acabar con ella.

Las cosas habían cambiado mucho desde la llegada de Casandra, ya habían pasado más de dos meses. No dejaba de pensar qué pasaría el día de su cumpleaños. Después de todo lo que había pasado, no podía irse, ¿cierto? Estábamos bien, ella se veía diferente, tranquila y feliz. Se llevaba mejor con los chicos, incluso con Ian, a pesar de el recelo que este le tenía al principio. Él único que no estaba incluido en ese mundo de fantasía y felicidad era Marco. Estaba amargado y cada día que pasaba se le veía peor. Se estaba descuidando, ya ni siquiera se molestaba en peinarse y tenía unas oscuras ojeras que manifestaban su insomnio. Casandra le había dejado tocado, solo una mujer puede destrozar a un hombre de tal manera; pero nadie podía recriminarle a la muchacha que fuese fiel a sí misma y, por primera vez, quisiese ser feliz.

—Te equivocas, eso no es así.

Admiraba cada vez que la muchacha hablaba con esa seguridad. Me crucé de brazos y me apoyé en el marco de la puerta para observar cómo Cas discutía con los chicos; ni siquiera el perro se percató de mi presencia. Observé embelesado cómo se apartaba el cabello tras la oreja y se inclinaba hacia delante, apoyando las manos en la mesa con firmeza. Eloy e Ian la miraban tan embelesados como yo. Sus caderas se marcaron cuando se inclinó y la sudadera se le subió; tenía puestos unos leggins que se ajustaban perfectamente a su figura. En ese momento sentí ganas de tocar cada recoveco de su piel.

—No, esta vez estoy seguro al cien por ciento —replicó él rubio, Ian asintió. Aunque yo no tenía ni la menor idea de qué estaban hablando, estaba convencido de que Casandra tenía razón.

—Pues búscalo en Google —exigió llevándose las manos a la cadera y adoptando una postura firme, esa seguridad la hacía ver ardiente.

—Pues lo voy a buscar —dijo Eloy sacando el móvil del bolsillo de su pantalón. Hasta yo me puse tenso esperando su respuesta. Pasados unos segundos, el rubio suspiró y negó con la cabeza.

—¿Qué? —demandó Ian.

—Tienes razón, «dé» del verbo «dar» lleva tilde.

—¡Toma! —exclamó ella dando un pequeño saltito—. ¡Lo sabía!

Solté una risa al ver su contento y todos volvieron la vista hacía mí. Lucky vino corriendo, ese animal me tenía en un pedestal, y lo cierto es que yo ya le había cogido mucho cariño. Era como nuestro hijo, de Casandra y mío.

—¿Cuánto tiempo llevas ahí? —preguntó la muchacha poniéndose en pie y lanzándose a mis brazos. Cas era muy cariñosa; las personas, al igual que los animales, cuando han sido abandonadas son más agradecidas y valoran mucho más el cariño que reciben. Eso nosotros lo sabíamos muy bien. En ese apartamento, todos veníamos de la calle, el perro incluido; debíamos cuidarnos entre nosotros, era un pacto silencioso que habíamos hecho al conocernos, pero ya habíamos traicionado al italiano.

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