Capítulo 34 - Beverly Hills

2.3K 235 12
                                    

Me aparté de mi coche y apreté el timbre del intercomunicador fuera de la propiedad cerrada de Esme en Beverly Hills, apartándome y saludando a la cámara montada sobre el intercomunicador.

-Buenas tardes, señorita Valdés- se escuchó una voz incorpórea que reconocí como perteneciente a Risa, la ama de llaves de Esme.

-Buenas tardes, Risa. ¿Está Esme? Sé que no me está esperando, pero me gustaría verla -

Hubo una larga pausa, presumiblemente mientras Risa verificaba con Esme, y miré por el espejo retrovisor, observé el Volkswagen Beetle que me había estado siguiendo la mayor parte del día, estaban en la carretera a una distancia segura detrás de mí -

-Pequeños buggers persistentes- murmuré, entrecerrando los ojos detrás de mí y esperando que ninguno de los coches intentara seguirme por la puerta.

Hubo un clic fuerte y la puerta comenzó a chirriarse.

-Vamos, señorita Valdés. La señorita Pimentel es la más feliz de verte -

-Gracias. Ah- miré en mi espejo otra vez - ¿Risa? Tengo algunos paparazzi en la cola, no quiero que me sigan-

-No se preocupe, señorita Valdés. La abogada de la señorita Pimentel hizo que el último fotógrafo que intentó infiltrarse lo sintiera mucho. No te van a seguir -

Fui a través y la puerta se cerró detrás de mí con un sonido metálico sólido, dejando a mi acecho de los paparazzi amigos en el otro lado. En momentos como estos, entendí la atracción de una propiedad cerrada. No tenía tal barrera alrededor de mi casa, y había estado tratando con grupos de fotógrafos y reporteros que se encontraban en mi patio, así como con la ira de mis vecinos por la interrupción de sus vidas, desde que regresaron de Nueva York cuatro días antes. Todos los vecinos estaban encantados cuando me mudé, felices de tener una estrella de televisión en el barrio. Este reciente grupo de campistas, siguiendo tan cerca de la multitud de prensa generada por mi desaparición, había cambiado de opinión, y había estado considerando seriamente la posibilidad de reubicarme solo para sacarlos de mi espalda.

Me detuve en el camino circular y subí los escalones hasta la puerta de Esme, colocándome las gafas de sol en la cabeza y cambiando la bolsa que llevaba a la mano opuesta. Llamé al timbre de la puerta, y unos momentos después, Risa abrió la puerta, con el pelo rubio canoso en su habitual moño severo y una leve sonrisa en su rostro.

-¿Dónde está la dueña de la casa?-

-La señorita Pimentel está en el atrio- Asentí y me dirigí en esa dirección, frunciendo el ceño cuando me gritó -Cuidado con los perros-

Fruncí el ceño. ¿Perros? Esme no tenía perros.

Desconcertada por su advertencia, crucé la escalera y doblé la esquina, y dejé escapar un grito de niña cuando dos cuerpos grandes, peludos y con ladridos furiosos se lanzaron contra la puerta corrediza que daba al impecable jardín de Esme.

-¡Qué carajo!- Salté hacia atrás, casi tirando la bolsa que llevaba.

-¡Bonnie! ¡Clyde! ¡Abajo! - Esme habló con firmeza, levantándose del sofá donde estaba leyendo, y se dirigió a la puerta. Las dos criaturas babosas del infierno inmediatamente se calmaron y se acostaron, transformándose en dos pastores alemanes atentos y de aspecto casi inofensivo.

Esme abrió la puerta, sus ojos brillaron con diversión. -Hola. ¿Te oí gritar? -

-No lo hice- le dije con firmeza, y pisé fuerte junto a ella en el atrio, vigilando de cerca a los dos pastores en caso de que se transformaran de nuevo en el engendro del diablo. -¿Y de quién son estos perros? Pensé que odiabas a los perros -

Perdida en tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora