Capítulo Veintisiete. Café de Navidad

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Era el día de Nochebuena, las calles de Londres brillaban con las luces navideñas y la gente se paseaba con bolsas de regalos de un lado para otro como si estuviesen locos por hacer sus compras.

Yo iba con el carrito de mi hijo, ansioso por ver a Papá Noel para entregarle su carta. Sus ojitos mostraban toda la ilusión del mundo, el brillo de la inocencia. Una inocencia que a veces me daba envidia.

Después de aquella extraña noche en Menorca, huí sin avisar a nadie, dejando atrás a Kilian y a Jordi. Fue muy triste para mí pero permitir que Kilian me acompañase a Sudáfrica no habría sido del todo correcto. Él decía amarme y de haber encontrado a Rubén, hubiese sido demasiado duro para él, por mucho que se empeñase en mi felicidad.

Sudáfrica fue un cúmulo de emociones demasiado intenso. Después de tardar casi dos días en encontrar la aldea donde se suponía mi marido estaba, una mujer un poco mayor que yo, que no me recibió de muy buena gana, me anunció lo que yo tanto había temido.

-¿Rubén Sastre?.

-Sí, es este hombre-le mostré una foto en la que aparecíamos juntos en Menorca-. ¿Lo has visto?.

Tomó la foto y la miró con detenimiento.

-Hace casi dos años vino a la aldea como voluntario junto con unos nativos de la zona. Por desgracia, cayó preso de una fiebre y murió.

-¿Muerto?. ¿Cómo muerto?.

-Así es, señora Sastre. Lamento mucho ser yo quien le de la noticia.

No me fié de aquella señorita en lo más mínimo por lo que traté de investigar en la casa de una anciana. Si Rubén estuviese muerto, ya lo hubiese visto. ¡Si tenía el don de comunicarme con los muertos!. ¿Por qué mi propio marido no iba a lanzarme señales sabiéndome tan mal?.

-Murió-me dijo la anciana-. Algunos occidentales tienen la desgracia de caer en extrañas fiebres. Los nativos estamos inmunizados pero ellos no.

-¿Dónde está entonces?. ¿Lo enterraron?.

-No sé que hicieron con su cuerpo.

Dudas y más dudas. Todos lo sabían muerto pero nadie tenía ni idea de donde estaba su cuerpo. Me pasé tres días encerrada en un hotel de Johannesburgo intentando comunicarme con el más allá, con el alma de Rubén pero no obtuve respuesta ninguna.

Los dos días siguientes, lloré como si fuese la primera vez que lo hacía en mi vida, echando todo el dolor que tenía dentro, confiando en que aquellas lágrimas serían capaces de sanar mi pena. Al término del segundo día de padecimiento, alguien llamó a la puerta de mi hotel.

-No necesito nada. ¡Gracias!.

-No soy el servicio de habitaciones, Helen. ¿Podrías abrirme la puerta?.

-¿Hassan?.

-Sí, hermanita. Soy yo.

Tan pronto abrió la puerta, me lancé a sus brazos. Necesitaba alguien cercano a quien empapar con mis lágrimas.

-¿Qué te ha pasado, Helen?. ¿Por qué tu brillo se está apagando?.

-Rubén....en la aldea dicen que está muerto pero yo no soy capaz de comunicarme con él. ¿Por qué hablo con cualquier muerto menos con mi marido?. ¿Por qué tuvo que quedarse aquí?.

-Tranquila, hermanita. Se lo que estás sufriendo. ¿Por qué no hablas con la abuela Helen?. Quizás ella sepa la verdad.

-También lo he intentado pero las almas necesitan proseguir su viaje y ella, ha empezado el suyo. No la siento cercana. Por cierto, ¿qué es lo que haces aquí?. ¿Dónde están nuestros hijos?.

Más que Hermanos((COMPLETA))#3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora