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Hee Chul volvía de una cita que quería que hubiera llegado a más, pero no fue así cuando el primer mensaje de él fue: "Tienes unos ojos muy bonitos ¿Puedo chuparte uno?". Hee Chul no pudo negarle que fue original y que le hizo reír, así que decidió seguirle el juego. Los dobles sentidos coparon la conversación que, por supuesto, no tardó nada en entrar en un plano puramente sexual sobre las fantasías de cada uno. Ambos coincidieron en que el riesgo de que les pudiesen pillar metidos en harina les excitaba a los dos y él tenía una ocasión perfecta.

"Trabajo durante toda la noche, hasta las seis. ¿Por qué no te vienes?", leyó en su pantalla. Aún no había bajado del coche, así que ¿por qué no? Había visto varias fotos y era un chico jovencito realmente guapo. Aunque tenía once años menos que él no parecía un crío: sabía lo que quería.

Le preguntó qué pasaría si iba y no se gustaban. No era la primera vez que algo así le pasaba. No dejaba de tener ese reparo al quedar directamente sin una cita antes. Sugirió que se vieran primero a través del cristal: "Si no hay feeling, pues aquí queda todo, te vas y listo. Si hay match, te abro y vemos qué se nos ocurre".

Hee Chul fue con la idea de aprovechar para llenar el depósito y así no habría hecho el viaje en balde, pero valió la pena porque su sonrisa era aún más atractiva en persona. A él, su traje negro y su redondo y mullido culo que vio cuando se dio una vuelta rápida sobre él mismo le parecieron el mejor santo y seña de la historia.

Antes de entrar, aún jugaron un rato a mirarse en la distancia mientras hablaban por WhatsApp e intercambiaban de esas que no se cuelgan en el perfil. El otro chico tuvo muchas ganas de mordisquear el volumen de sus bóxeres nada más ver la primera que le envió, tantas como tuvo él de lamerle el culo cuando vio su redondez en la pantalla al empinarlo.

También se dijeron muchas otras muchas cosas que les gustaría hacerse mutuamente, aunque para la mayoría no era el mejor lugar. Sin embargo, en el baño de la estación, apoyado en sus antebrazos sobre la mochila que había colocado encima de la taza, le comió el culo como ningún otro amante lo había hecho en su vida.

Sus dedos recorrieron su entrada de atrás adelante en varias ocasiones, en línea recta, en círculos y, cuando consideró oportuno, buscaron paso al interior. En ese momento, él bajó la mano hasta el glande y se masturbó para asegurar el clímax. Golpeó flojito rítmicamente, haciendo pausas en las que lo sentía latir y pidió más, y luego ya lo apretó sin soltar.

Abrazado a su muslo, notaba el temblor de sus piernas, aunque no pudo percibir las contracciones de su cuerpo al alcanzar el orgasmo. Unos segundos después, con un condón puesto, le sintió entrar, despacio, con mucha tranquilidad y disfrutó de ese movimiento de entrada que tanto le gustaba.

Le avisó de que estaba tan excitado por todos los previos que no tardaría nada en terminar. Sus piernas tampoco iban a aguantar mucho más en esa postura, así que no era problema. Aun así, alargó el ritmo lento todo lo posible hasta que le pudo la excitación y aceleró, reduciendo el recorrido hasta vencerse sobre su espalda. Al final la noche sí terminó en algo más y prometieron retomar esas fantasías que se habían escrito en un futuro no muy lejano.

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