La mexicana

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Los tres amigos pasaron la noche en la nueva casa y al día siguiente salieron a buscar algo para el desayuno y de paso estudiar el ritmo de vida de los habitantes del pueblo. Todo marchaba con aparente tranquilidad; la gente hacía sus compras en el mercado llevando a casi toda la familia, jóvenes paseando en los autos de sus padres con el estéreo a todo volumen y bebiendo cerveza a las diez de la mañana, perros callejeros sacando la basura de los contenedores públicos y niños pequeños haciendo rabietas por un juguete que sus padres no podían ni querían pagar. Era un domingo bastante inusual para los mercenarios pero eso no les impedía continuar con su búsqueda para mitigar el hambre y se acercaron al puesto ambulante de burritos con más clientes, Eddie bajó del vehículo e hizo la compra lo más rápido posible para poder regresar a casa, al llegar se sentaron a la mesa y mientras el joven devoraba con gusto la comida Max notaba que su otro amigo desayunaba con cierta intranquilidad.

— Sigues molesto, ¿Cierto? —lo cuestionó sin terminar de masticar el burrito.

Alejandro solo le dirigió una mirada pesada y levantó una de sus cejas para después darle un trago a su refresco.

— ¡No seas aguafiestas! —rio Max— Esto es solo para salvarte el trasero mientras la gente del pueblo se acostumbra a ti, es más; ¿Qué tal si más tarde salimos y buscamos un lugar para divertirnos? Necesitamos relajarnos un poco.

— Yo sí quiero —anunció Eddie— Salgamos a conocer la zona.

El colombiano no pudo oponerse y no le quedó de otra que, a eso de las seis de la tarde, vestirse de civil y conducir su nueva camioneta por primera vez, pero mientras recorrían las calles se dieron cuenta de que las cosas no serían como ellos esperaban. No había centros nocturnos para pasar el rato y lo más cercano a un bar era una cantina llena de adultos un poco mayores muy ebrios y con un olor casi insoportable, por si fuera poco el hecho de que se veían muy extranjeros y muy custodiados como para pasar desapercibidos por los lugareños sus vestimentas los delataban aún más; los atuendos masculinos vaqueros y los de ropa holgada hacían que el estilo semi formal de los mercenarios resaltara por encima de cualquiera. En vista del éxito no obtenido optaron por comprar unas cervezas y seguir paseando en la camioneta, después de recorrer todas las calles Alejandro decidió que era buena idea explorar las orillas del pueblo y al llegar a una de ellas se dieron cuenta de que era el punto de reunión para los jóvenes adultos que deseaban beber y divertirse.

Avanzaron lentamente junto a una larguísima línea de autos estacionados con música de la región y un montón de personas tomando cerveza, riendo, cantando y bailando en grupos. El buen ambiente que se percibía los animó a bajar las ventanillas y disfrutar también de las melodías, el colombiano continuó conduciendo despacio y observando a las personas sin ninguna novedad hasta que una chica sentada en la compuerta trasera de una pick up robó su atención. La contemplaba casi sin parpadear pero la guapa mujer de piel morena clara y cabello largo y oscuro no se daba cuenta de su presencia pues estaba sumergida en una alegre conversación con las personas que la acompañaban mientras el mercenario seguía fascinado con su belleza latina, de repente se vio descubierto pues la joven se sintió observada, giró su cabeza y mirándolo a los ojos le hizo un gesto de desdén para luego ponerse de pie y con sus manos sacudir el polvo de los jeans ajustados que cubrían sus glúteos redondos.

— ¡Oh por Dios! —exclamó Max en voz baja asomándose hacia la ventanilla del conductor desde el asiento del copiloto y subiendo sus gafas de sol para ver más claro— No sabía que se pudiera ver semejante delicia en este lugar.

— ¿Cuál? —preguntó Eddie pues estaba distraído en el asiento de atrás.

— ¡¿No la viste?! Esa chica se dio unas palmadas en el culo y sus nalgas se movieron de una forma celestial.

— ¡¿Es en serio?! —lo cuestionó el joven con desagrado— A veces eres demasiado ordinario.

El norteamericano ignoró el comentario y siguió con la mirada fija en el trasero de la chica cuando notó que el colombiano tampoco la perdía de vista, se acomodó en el asiento y se retiró las gafas por completo.

— Pero creo que ese par pronto tendrán dueño —agregó el vulgar sujeto.

— ¡¿Eh?! —lo cuestionó Alejandro sorprendido.

— No finjas, la chica te gustó.

— Pues... es linda, pero no comiences a suponer.

— ¡Por todos los cielos, Alex, babeabas al verla! —exclamó con una sonrisa burlona.

— ¿Quieren que la investigue? —sugirió Eddie.

— ¡No! —negó apresuradamente el colombiano.

— ¡Claro que sí! Ed; llama a uno de los chicos para que se haga cargo —ordenó el contratista.

El joven acató la orden de su amigo y superior y en unos minutos uno de sus hombres ya estaba vestido como un civil y acechando el grupo de amigos de la joven mujer ideando un plan para acercarse y obtener la información, mientras tanto el Jeep permanecía estacionado a escasos metros de ahí con los tres amigos atentos a lo que estaba a punto de pasar. La mexicana disfrutaba de la música, la bebida y la compañía de sus amigos cuando un sujeto desconocido aprovechó la ebriedad de algunos para mezclarse haciéndose pasar por un conocido, Alejandro notó que la táctica estaba funcionando y rápidamente encendió el vehículo para salir de ahí y evitar la escena tan incómoda no sin antes echarle un último y discreto vistazo a la mujer.

— ¡¿A dónde rayos nos llevas?! —replicó Max.

— Esto es demasiado ridículo, no me quedaré a ver tus estupideces.

El norteamericano lo miró bastante extrañado y se recargó en su asiento con enfado, camino a casa nadie dijo una palabra, solo el murmullo de la música a bajo volumen y el tarareo de Eddie rompían la tensión entre los mejores amigos. Antes de llegar a descansar decidieron pasar a buscar algo para cenar en algún local de comida rápida, fue ahí cuando mientras el más joven de los tres ordenaba unas hamburguesas su superior no pudo contener más las palabras que le tenía guardadas al colombiano.

— ¿Desde cuándo te volviste tan tímido con las mujeres? —lo cuestionó intentando molestarlo.

— No es timidez —le contestó firmemente y frunciendo el ceño— no quiero involucrar a ningún inocente en nuestros asuntos, ambos sabemos cómo terminan este tipo de situaciones.

— ¡Relájate! —lo animó su amigo dándole una palmada en el hombro— son daños colaterales, sucede todo el tiempo. Mañana te informaré sobre esa chica.

Una Segunda Oportunidad (Editada y extendida) +18 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora