Cerrando ciclos

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Cuando Max tuvo listo cada detalle llamó a su amigo para avisarle que saldrían rumbo a Colombia en una semana. Alejandro y María estuvieron haciendo planes y maletas en ese lapso; ella estaba muy emocionada porque conocería un nuevo y hermoso país, pero el mercenario estaba muy nervioso pues visitaría las tumbas de su esposa y sus hijos después de varios años sin hacerlo. Y es que él tenía la idea errónea de que negándose lo ocurrido y tratar de dejarlo atrás como si nunca hubiera pasado le ayudaría a mitigar su dolor pero se estaba dando cuenta de que todos esos años de olvido y negación le estaban pasando factura.

La joven se estaba encargando de todo lo necesario para ella y su esposo pues notaba que conforme más se acercaba el día más lo veía sumergirse en sus pensamientos sin darse cuenta de lo que pasaba a su alrededor. El día anterior al esperado viaje decidieron acudir a una tienda departamental de la ciudad a buscar algunas cosas que les harían falta, mientras estaban en uno de los pasillos el colombiano revisaba una almohada para viaje ella se percató de que estaba usando un viejo anillo de matrimonio que jamás le había visto puesto, quiso preguntarle sobre el origen de la joya pero lo pensó un poco y no hubo necesidad de hacerlo.

Muy temprano en la madrugada ambos ya estaban en pie ultimando detalles y revisando que nada se olvidara, mientras ella cerraba la puerta deslizante con llave veía como Alejandro sentado en la sala intentaba respirar profundo para intentar calmarse sin mucho éxito y con cautela se acercó para darle un poco de apoyo.

— Tranquilo, Alex, todo estará bien —le dijo dulcemente para luego besar su frente.

No pudo responderle y se limitó a asentir con la cabeza para luego seguir con sus ejercicios de respiración, a través de la ventana pudieron ver la luz de las Suburban llegando; sin más contratiempos tomaron su equipaje y se despidieron de su hogar para volver en unos días, abordaron una de las camionetas en compañía de los otros dos mercenarios y se dirigieron al aeropuerto de la capital. Al llegar al hangar donde se encontraba el avión privado del contratista todo estaba listo para emprender el viaje, los escoltas se encargaron de las maletas mientras que los tres amigos y la mexicana subieron a la aeronave.

— ¡No es cierto! —vociferó emocionada al ver el lujoso interior— ¡¿En verdad viajaremos aquí?!

— ¡Claro! —exclamó Eddie acomodándose en un asiento reclinable— Y si quieres que tu experiencia aérea mejore siéntate aquí a mi lado, soy el mejor compañero de viaje que podrás encontrar.

— Sí, acompáñalo —le dijo Alejandro mientras avanzaba en el interior— yo intentaré dormir un poco.

— ¡Ven, siéntate aquí! —le dijo el joven dándole unas palmadas al asiento de al lado.

La chica accedió mientras su marido se recostaba en una especie de sillón amplio al fondo del avión y Max se colocó en un asiento frente a una mesita junto a la ventanilla para poder hacer uso de su laptop durante el trayecto. Mientras los tres amigos ya estaban acostumbrados a volar con todas esa comodidades ella aún no podía creer todo lo que veía a su alrededor y no dejaba de tocar el forro de su asiento y mirar con atención cada detalle del bello interior.

— Es piel genuina —le dijo Eddie en voz baja sonriéndole.

— ¡¿De verdad?! —lo cuestionó sorprendida— Debo estar sentada sobre muchísimo dinero entonces.

— Algo así —le respondió— eres de las pocas mujeres que ha podido viajar en esta belleza.

— ¿Cómo que soy de las pocas mujeres? ¿De qué hablas? —preguntó desconcertada.

— ¡Sí! —respondió con emoción— Hace algunos años estuvimos en la fiesta del hijo de un jeque y...

— ¡No le cuentes eso a María, imbécil! —vociferó Max desde atrás reprendiéndolo— Ella es una dama, no uno de esos monos sin cola con los que te gusta relacionarte a veces.

Una Segunda Oportunidad (Editada y extendida) +18 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora