Un ligero susto

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Alejandro no pensaba fallarle a quien comenzaba a ser una persona sumamente especial en su vida y planeó todo para arreglar los asuntos pendientes con ese delincuente que atormentaba a su mujer. Tras una semana de logística, estudiando a ese hombre y las personas con las que convivía, los lugares que frecuentaba y su posición en el escalafón del crimen organizado a nivel local decidió llevar a cabo su plan en total complicidad con algunos hombres de Max y el apoyo de la chica, quien accedió totalmente a su idea con una sola condición: no más muertes innecesarias. El lunes fue el día acordado por ambos para darle un susto al criminal que ella había tenido por novio hacía unos años así que se levantaron como si fuera un inicio de semana como cualquier otro y se vistieron para sus respectivas actividades; María se fue rumbo al gimnasio como siempre, solo que esta vez con la certeza de que su ex novio recibiría su merecido. Caminaba tranquilamente cuando a un par de cuadras de su casa la pick up blanca de su acosador se emparejó con ella para seguirla.

— ¡Mamacita! —gritó el vulgar tipo— ¿A dónde tan guapa, mija?

Ella siguió caminando ignorándolo y eso sólo lo alteró demasiado rápido.

— ¡Oye! ¡Pinche vieja creída, no te hagas la sorda! —vociferó intentando llamar su atención.

De repente y sin darle tiempo de nada el vehículo de los escoltas se emparejó con el del delincuente y descendieron cuatro tipos armados y encapuchados, bajaron a punta de pistola al ex y los dos amigos que lo acompañaban para atarlos de las manos y los tobillos, cubrirles la cabeza con una especie de bolsa de tela, subirlos a la parte de atrás y llevárselos con rumbo desconocido. Todo esto ocurrió ante la mirada de varios pobladores mientras María siguió su camino intentando hacer como si nada hubiera pasado. La camioneta con los supuestos secuestradores y los cautivos tomó un largo y solitario camino de terracería a las afueras del pueblo llegando hasta una vivienda abandonada, se detuvieron ahí y con violencia bajaron a los tres individuos para meterlos al lugar, ahí dentro les descubrieron la cabeza y retiraron las corbatillas plásticas que los ataban. Después los hombres armados se retiraron los pasamontañas.

— ¡¿Dónde estoy?! —exclamó el narco de pueblo— ¡Les juro que yo no fui, yo ni los conozco a ustedes!

— Claro que fuiste tú, Roberto —le dijo mientras caminaba alrededor de él en total calma— Hiciste algo muy malo con la persona equivocada.

— ¡No es cierto!

— ¡Por supuesto que sí, cabrón! —le gritó Alejandro furioso.

Roberto, al ver a ese sujeto alto y fuerte frente a él y a los otros tres mercenarios tan seguros de lo que estaban haciendo, con uniformes tácticos y armados hasta los dientes creyó que se trataba del grupo criminal contrario e inmediatamente se arrodilló junto con sus amigos para pedir piedad e intentar negociar a cambio de salir con vida.

— ¡No! ¡No me mate, jefe! ¡Yo puedo darle mucha información para que usted se quede con la plaza de aquí, nomás no me haga nada! ¡Ándele, por favor! —suplicaba cobardemente.

— No quiero la plaza de tu jefe, narquito de mierda —le dijo con firmeza— quiero que dejes tranquila a mi esposa.

— ¡No, jefe, yo no conozco a su señora!

— ¿Seguro? —preguntó agachándose para quedar a su altura— María Salazar, ¿Te suena?

El delincuente se quedó frío al escuchar ese nombre y no podía creer que de ser el victimario de la chica pasó a ser su víctima en un abrir y cerrar de ojos. Él junto a sus amigos no dejaban de temblar pensando en que estaban a punto de morir por acosar a una mujer y el colombiano seguía alimentando ese miedo con sus palabras.

— Mi mujer no es un objeto de tu propiedad, Roberto, y no me gusta que la molestes.

— Pero hay muchas viejas más buenas, jefe, esa no vale la pena —lo interrumpió intentando salvarse.

A penas terminó de decir la última palabra cuando el mercenario le propinó una fuerte bofetada que hizo eco en la casa e inmediatamente lo tomó del cuello con la misma mano y con una expresión de furia en su rostro lo encaró.

— ¡Escúchame bien, hijo de tu puta madre! —le gritó— ¡Quiero que te alejes de ella porque si casualmente te la encuentras en la calle ella me va a avisar y yo voy a ir por ti!

— ¡S-sí, jefe! ¡Le juro por mi madrecita que ya no me le voy a acercar!

Luego de eso el colombiano les dio la espalda para dirigirse hacia los otros mercenarios y hablar en voz baja con ellos unos segundos. Los delincuentes creyeron que lo peor ya había pasado pero al ver que uno de los hombres armados se situaba frente a la puerta y los otros dos junto a Alejandro se deshacían de cualquier objeto o accesorio que les dificultara el movimiento libre supieron que esto apenas comenzaba; el esposo de su ex novia se acercó nuevamente y en tono hostil le lanzó una última amenaza.

— La próxima vez que sepa de ti te voy a cortar los testículos y te los voy a meter en la boca, pendejo —le susurró con enojo.

La frase terminó acompañada de un puñetazo en el estómago de Roberto, señal para los otros dos hombres de que comenzaran a darles su merecido a los amigos del sujeto, quien siguió recibiendo una golpiza de su ágil agresor hasta que no pudo mantenerse en pie cayendo al piso y terminando con su castigo. Los tres tipos fueron esposados nuevamente para volver a subirlos a la camioneta y tirarlos cerca del pueblo como bolsas de basura. Mientras tanto María ya en casa esperaba impaciente el regreso de su esposo, al ver que se estaba tardando mucho comenzó a pensar en que probablemente se le fue la mano con el susto pero cuando la Suburban al fin llegó pudo respirar con tranquilidad. Lo vio entrar a la casa y al notar que había sangre sobre su ropa se alarmó.

— ¡¿Qué pasó?! ¡¿Los mataron?!

­— No, solo les dimos un buen susto —le contestó mientras entraba a su habitación a darse un baño rápido y ponerse su ropa de trabajo— No volverá a molestarte, te lo prometo.

Cuando el mercenario se vistió y salió a la sala la joven caminó hacia él y teniéndolo frente a frente se paró en la punta de sus pies para poder alcanzarlo y darle un fuerte y cálido abrazo.

— Gracias por cuidarme, Alejandro —le susurró con dulzura.

— Es un placer poder hacerlo —le dijo con voz suave — Me tengo que ir, voy muy tarde al trabajo. Te veo en la tarde.

Una Segunda Oportunidad (Editada y extendida) +18 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora