Nostalgia

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El vuelo de Alejandro acababa de aterrizar en la capital; tomó un taxi a las afueras del aeropuerto y pidió que lo llevaran hacia aquel pueblo sin ley donde su corazón se había quedado al marcharse a Colombia. Él mismo se sorprendía de haber dejado que Emiliano huyera, pero ya no sentía rencor ni dolor alguno. Quería pensar en lo que le diría a su esposa cuando la tuviera en frente; su deseo de llegar y besarla, abrazarla, oler su piel y su cabello, mirar esos ojos negros que lo tenían loco y sentir esas delicadas manos en su rostro lleno de cicatrices desviaron toda su atención y cuando menos lo pensó ya estaba frente a su casa, para su fortuna el Jeep aún estaba estacionado afuera de la cochera.

Bajó del taxi y tomó su única maleta, pagó la tarifa y el auto arrancó. La calle estaba inusualmente desierta y llena de una tranquilidad hermosa e inexplicable, ni un alma circulaba por el pueblo y el único auto a la vista era su camioneta. Avanzó a paso muy lento hacia la entrada, sentía que sus manos sudaban y estaba impaciente por ver a María, pero al estar frente a la puerta e intentar tocarla un viento repentino hizo que esta se abriera un poco.

— Debió olvidar cerrar la puerta, pero ¿Por qué? —se preguntó en su mente.

Decidió ingresar cuidadosamente, al estar adentro se llevó una gran sorpresa; los muebles de la sala no estaban, tampoco los electrodomésticos de la cocina y las demás habitaciones estaban vacías también. Cuando se acercó a la barra situada en la cocina notó que había una nota con las llaves del Jeep sobre ella y en el papel una dirección que él conocía; la casa que Max había comprado en la capital. Tomó las llaves, subió su maleta al Jeep y se dirigió velozmente a la dirección de la nota, en un abrir y cerrar de ojos ya estaba en la capital y a los pocos minutos encontró la casa de su mejor amigo. Bajó del vehículo mientras trataba de explicarse qué podría hacer su esposa ahí.

— Max debió traerla para que no estuviera sola, le pedí que la cuidara mientras yo estuviera en Colombia y mi buen amigo la trajo aquí para asegurarse de que nada malo le pasara —pensaba con ingenuidad.

El mercenario repetía eso en su mente una y otra y otra vez hasta que llegó a la puerta del inmueble, tocó y esperó a que alguien abriera. Nada, parecía que la casa estuviese sola, tocó una segunda vez y esperó pero no obtuvo respuesta. Estaba a punto de tocar la puerta por tercera vez y escuchó unos pasos lentos y pesados aproximarse, al parecer los de Max. Y sí, del otro lado de la puerta quien le abría era su mejor amigo, tenía sus botas tácticas puestas al igual que su pantalón café claro de comando que acostumbraba portar, pero no traía camisa dejando expuesto su cuerpo fornido y sus tatuajes al igual que sus heridas de combate.

— ¡Max! ¡He vuelto! —vociferó emocionado al verlo.

Con mucha felicidad saludó a su amigo, pero éste solo lo miró sin reacción alguna, pensó que quizá estaría en shock con su llegada así que decidió hacerle una pregunta para sacarlo de ese estado.

— ¿Y María? Ella está contigo, amigo, ¿Cierto?

Pero Max siguió sin responder. De pronto el sonido de unos tacones provenientes de una silueta femenina se aproximaba por el pasillo, el contratista se hizo a un lado para que el mercenario pudiera ver de quién se trataba, sin duda era su esposa. La chica caminaba lentamente hacia ellos en una larga bata blanca de tela translúcida que dejaba ver sus senos y todo su cuerpo desnudo, su cabello largo caía por sus hombros y lo veía fijamente. De pronto se detuvo y recargó un costado de su delicado cuerpo contra la pared, el colombiano la miró detenidamente y notó que en una mano portaba el fusil de asalto que su amigo le había regalado. La joven movió su pierna hacia adelante dejando a la vista de todos un tatuaje en su muslo de la cara de un león con una inscripción en inglés; el tatuaje que el norteamericano y sus mercenarios portaban y que él por años se había negado a hacerse. La mirada de su amada era totalmente diferente, su sonrisa de ambición y poder era idéntica a la que Max tenía todo el tiempo.

— Te ves fantástica, cariño —dijo el hombre de ojos azules con su ronca voz.

Alejandro no podía creer que esas palabras habían salido de la boca de su mejor amigo y eran dirigidas a su esposa, estaba paralizado y no sabía qué hacer ni qué decir. La furia lo hizo reaccionar y se abalanzó sobre el que creía su amigo golpeándolo en la cara repetidas veces, Max intentó defenderse pero el mercenario estaba tan fuera de sí que no podía contenerlo de ninguna manera. Entre golpes e insultos cayeron al piso, el rostro del traidor estaba cubierto de sangre y el colombiano decidió dejar de golpearlo por la amistad que alguna vez hubo entre ellos. María se aproximó a ellos lentamente y el mercenario se puso de pie dejando al sujeto en el piso, caminó para encontrarse con ella y con un nudo en la garganta sacó de su pecho las pocas palabras que su dolor y su rabia dejaron salir.

— ¡¿Por qué, María, por qué me hiciste esto?! ¡¿Por qué con mi mejor amigo?! —la cuestionaba con la voz entrecortada.

La chica lo miró a los ojos aún con la sonrisa descarada en el rostro, limpió las lágrimas que empezaban a brotar de los ojos de su esposo, lo acarició desde la mejilla hasta la barbilla y con voz sensual le respondió.

— Encontramos a Emiliano.

— ¡¿Qué?! —exclamó sorprendido— ¿Qué estás...

— Hemos encontrado a Emiliano Galeana, Alejandro.

Estaba muy confundido y comenzó a sentirse bastante extraño, de pronto sintió que la mujer tenía un fuerte y raro aliento a cigarrillo, su voz comenzaba a cambiar a una más gruesa y alguien sacudía su cuerpo al mismo tiempo que todo se oscurecía a su alrededor.

— ¡Alejandro, despierta! ¡Tenemos la ubicación de Galeana, está aquí en Cartagena! — le gritaba uno de los mercenarios mientras lo despertaba de una horrible pesadilla.

Una Segunda Oportunidad (Editada y extendida) +18 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora