Bienvenido a México

330 40 3
                                    

Para medio día el guardarropa del mercenario ya estaba vacío, había empacado sus pertenencias y sus deseos de vivir como una persona normal para llevarlos consigo hacia una nueva oportunidad lejos de su pasado, lejos del sufrimiento y la soledad. Mientras el reloj avanzaba miraba por la ventana hacia la calle en busca de algún vecino que amablemente le dio los buenos días, un anciano con el que llegó a sostener una conversación ocasionalmente y sin juzgar su fachada de matón, o alguna de esas mujeres que al menos una vez despertaron a su lado, él esperaba ver cualquier rostro familiar para agradecer y despedirse a distancia y en silencio, para no marcharse con la sensación de nunca haber estado ahí. Pronto su búsqueda fue interrumpida por una notificación en su celular pues su mejor amigo ya había llegado a recogerlo, decidido tomó sus maletas y sin mirar atrás salió del que fue su apartamento por muchos años, entregó las llaves al portero y subió a una de las tres Suburban negras estacionadas frente al edificio.

— ¿Estás seguro de irte? —lo cuestionó Max sentado a un lado suyo— Aún estás a tiempo de retractarte.

— El plan sigue en pie —respondió Alejandro mientras pasaba el equipaje hacia la parte de atrás— vámonos de aquí.

El norteamericano le lanzó una sonrisa engreída y de inmediato dio la orden a sus escoltas de arrancar los teres vehículos para dirigirse al aeropuerto, cuando llegaron su jet privado ya estaba listo para recibirlos y sacarlos de Colombia. Abordaron la aeronave y luego de varias escalas y horas de vuelo que parecían interminables los dos amigos llegaron a su destino; la capital del estado con más extensión territorial en el norte de México. El sol ya se había ocultado cuando aterrizaron, en el hangar ya estaban esperándolos otros tres vehículos muy similares a los que habían subido antes, al descender del avión un hombre joven y delgado, armado y con el cabello casi a rapa se aproximó para darles la bienvenida, se trataba de Edward Carter; mercenario norteamericano del equipo de Max y su asistente personal cuando lo requiere.

— ¡Alex, amigo! —exclamó el chico gustoso al tiempo que lo saludaba chocando sus manos y dándole un fuerte abrazo— ¿Cuánto tiempo ha pasado?

— No el suficiente como para olvidarme del loco Eddie —respondió el colombiano esbozando una sonrisa discreta.

— Eso suena muy bien —rio— El carruaje está listo, ¿Nos vamos?

Los tres abordaron una de las camionetas y salieron del lugar mientras las otras dos los escoltaban, Eddie conducía mientras su compatriota descansaba los ojos en el asiento del copiloto y el otro mercenario miraba por la ventanilla sentado en la segunda cabina. El joven miraba insistentemente por el espejo retrovisor la silueta de su amigo hasta que se decidió a conversar con él.

— Escuché que te quieres retirar, colega. No quiero juzgarte ni nada de eso, pero aún eres joven y pienso que estarías desperdiciando tu talento.

— No lo creo —suspiró— treinta y seis años no pasan sin dejar estragos. Mi mente y mi cuerpo me piden a gritos tranquilidad y siendo sincero el estilo de vida violento y vacío que he llevado nunca me ha gustado del todo.

— Mierda —se lamentó descontento— supongo que no vas a cambiar de opinión y si crees que es la mejor decisión para ti tienes todo mi apoyo, aunque extrañaré verte en acción. Yo aún tengo que pulir bien mi carrera y mis ganancias.

— Algún día la vida te demostrará de una manera no muy agradable que el dinero no es lo más importante —agregó Alejandro.

— Quizá sí, quizá no, pero en fin. Te conseguí una casa en un pueblo a pocos kilómetros de aquí, está bastante bien pero su fachada no llama mucho la atención y eso es muy bueno. Se podría decir que es un lugar sin ley, es tranquilo excepto por el hecho de que ahí radican algunos integrantes de un cártel del crimen organizado pero al parecer no hay nadie de importancia, esperemos que tu presencia ahí no sea muy relevante. Mañana temprano iremos para mostrarte todo.

El colombiano asintió con la cabeza y su amigo continuó conduciendo hasta llegar al hotel donde todos pasarían la noche. Cuando entró a su habitación se apresuró a darse un baño para luego irse a la cama, quería dormir para poder salir temprano hacia el pueblo pero no lograba conciliar el sueño; era inevitable imaginar su nueva casa, cómo sería el lugar donde tenía pensado pasar el resto de sus días y la idea de vivir como un civil le emocionaba al punto de tenerlo dando vueltas en la cama.

Una Segunda Oportunidad (Editada y extendida) +18 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora