Tocando fondo

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Ese maldito delincuente estaba a punto de escapar, no era posible que se le estuviera yendo de las manos tan fácilmente, pero Alejandro nunca ha sabido darse por vencido y siguió corriendo tras él. Uno de los mercenarios mejor cotizados del mundo seguía muy de cerca a un potencial criminal cual león hambriento a su presa, pero el miedo de que se saliera con la suya lo hacían dudar de sus capacidades. Alguien se percató de que el francotirador estaba acechando y el tipo se echó a correr, todo se había ido a la mierda y ahora su trabajo era evitar que escapara.

El bastardo que se salvó de una bala en la cabeza y que huía del mercenario es una de las peores escorias de Brasil; su centro de operaciones se ubicaba en una favela de Sao Paulo, ahí manejaba desde narcotráfico hasta trata de personas, todo iba más o menos bien hasta que esa maldita rata brasileña de Marcelo Souza comenzó a emplear el terrorismo como una forma nueva y eficaz para abrirse paso ante sus contrarios. Fue ahí donde Alejandro Rodríguez entró por medio de la empresa militar privada del norteamericano Maximilian Benson; su mejor amigo y contratista de defensa privado, quien a su vez fue contactado por el gobierno de Brasil solicitando desesperadamente sus servicios para hacer una "ligera" limpia en aquella ciudad y estabilizar el crimen organizado.

Y ahí iba el mercenario a toda prisa tratando de enmendar el error del francotirador, corriendo por los callejones con el objetivo de capturar a Souza y entregarlo con vida a las autoridades. Brincaba las escaleras y esquivaba a los transeúntes con toda precisión posible aunque a veces no lograba evitarlos y tenía que empujarlos sin distinción de sexo o edad, no le importaba dejar en el piso a unos cuantos inocentes con tal de tener en sus manos a ese ser despreciable. La adrenalina y el coraje invadían su cuerpo y le impedían detenerse pero conforme avanzaba sentía que sus botas tácticas le empezaban a molestar y el peso del chaleco antibalas le complicaba los movimientos, o quizá los años de ir por el mundo cazando personas y dinero junto a su amigo le estaban agotando ya.

De pronto notó que Marcelo se alejaba cada vez más de él logrando entrar por una ventana hacia una favela aparentemente abandonada, el mercenario intentó correr más rápido pero tuvo la sensación de que sus piernas no soportarían otra ventana más así que optó por patear la puerta para poder forzarla al tiempo que desenfundaba su Beretta y percibía el sonido de lo que parecía el helicóptero de Max aproximándose. Avanzó en el interior siempre alerta y apuntando con el arma por todo el lugar, cuando creyó estar solo ahí escuchó unos sollozos agudos provenientes de una de las habitaciones, se dirigió a ellas con sigilo y cuando se decidió a entrar quedó paralizado con lo que vio; dos niños evidentemente golpeados y aterrorizados abrazándose el uno al otro con fuerza y que con sus miradas de sufrimiento le pedían ayuda urgente. Fue tal el impacto que eso le produjo que, a demás de revivir un recuerdo muy doloroso para él, no notó al instante que esos pequeños cuerpos trémulos e indefensos portaban cinturones hechizos con explosivos, cuando logró reaccionar retrocedió lo más rápido posible pero ya era demasiado tarde. El lugar, junto con esos niños inocentes, explotó.

La respiración de Alejandro se tornó bastante agitada al igual que su ritmo cardiaco, de un momento a otro su cuerpo se empapó en un frío sudor y no podía dejar de temblar. Giró su cabeza frenéticamente intentando descifrar su ubicación y cuando logró ver a su alrededor con claridad se dio cuenta de que estaba sobre la cama de su habitación, en alguna ciudad de su natal Colombia y era de madrugada. Como pudo se puso de pie y con dificultad llegó hasta el baño, abrió la regadera y con la ropa puesta se colocó debajo del chorro de agua fría en un intento de calmarse pues acababa de tener esa horrible pesadilla que lo perseguía desde algunos meses atrás.

Una Segunda Oportunidad (Editada y extendida) +18 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora