Emiliano Galeana

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Cuando Alejandro pudo despertar por completo los hombres de Max le dieron la información recién obtenida, habían pasado meses de aquel intento fallido por capturar al narco y otra vez lo tenía a su alcance. Los mercenarios aprovecharon que Galeana se encontraba visitando a sus padres, puesto que cuando lo hacía trataba de ir lo más desarmado posible y con poca seguridad ya que confiaba en la gente del lugar donde creció, y al parecer ya había dejado atrás aquel atentado en el hotel y había bajado la guardia. Tenían que aprovechar eso a cualquier costo, a esas alturas los daños colaterales de los que siempre hablaba Max ya no le importaban en absoluto pues habían pasado ya once meses desde que dejó México en busca de Emiliano. No dormía bien, comía lo mejor que podía, estaba en tensión constante y no hablaba de otra cosa que no fuera sobre el asunto del narco, pero al saber que estaba muy cerca de atraparlo el alma le volvió al cuerpo al igual que la motivación.

Cuando el tan ansiado día de la emboscada llegó todo se llevó a cabo en la madrugada aprovechando que Galeana solía descansar sin preocupaciones cuando estaba de visita en la humilde casa de sus padres. Todo se tenía que llevar a cabo en silencio; la discreción era de vital importancia para completar la misión y poder llegar hasta el objetivo sin contratiempos. Los mercenarios se abrieron paso cuidadosamente por el área abatiendo a los sicarios de Emiliano con ayuda de los dispositivos silenciadores en su armamento, la sed de vengar a su familia mantuvo enfocado a Alejandro y así logró llegar hasta la casa.

Los mercenarios aseguraron el perímetro y lo vigilaron para que el colombiano entrara por el delincuente sin problema alguno, y así fue; ingresó por la puerta principal, abatió al sicario que lo protegía y sacó al narco que dormía plácidamente en ropa interior. Muy cerca de la casa estaban esperándolo los hombres de Max en dos vehículos listos para llevárselos a algún lugar alejado de la ciudad, subieron al tipo atado de manos y pies y con la cabeza cubierta para después arrancar hacia su destino.

Una hora después llegaron, bajaron a Emiliano y lo hicieron entrar al lugar, el sujeto no sabía absolutamente nada. Uno de los mercenarios lo dirigía al caminar, abrieron una puerta, caminó un poco y abrieron otra más, entraron y pudo escuchar que alguien arrastraba una silla de metal y la abría junto a él, luego lo obligaron a sentarse y lo dejaron ahí un buen rato. De pronto la puerta de la habitación se abrió, entró alguien a paso lento y la volvió a cerrar, el sonido de otra silla abriéndose y alguien sentándose en ella, alguien desatando sus manos y pies para luego quitar la tela que cubría su cabeza.

Había alguien frente a él, sentado en una silla también. El narco no lograba distinguir de quién se trataba, pero sus facciones comenzaron a serle familiares y como por arte de magia recordó a aquel soldado que se negó a formar parte de su grupo delictivo. Emiliano, al ver su semblante frío, sorbió la gota de sangre que apenas bajaba por su nariz.

—Soldado hijo de puta —dijo con odio pero en voz baja a causa del dolor en su abdomen golpeado— ¿No estabas muerto?

—Solamente en tus sueños, Galeana.

—¡Yo mismo debí encargarme de tu muerte! —vociferó con la fuerza que pudo— De haber sabido que el mensaje que te envié no te quedaría claro la cabeza en esa hielera hubiera sido la tuya.

—Qué bien que no lo olvidaste, yo tampoco he podido hacerlo —tragó saliva aguantando los sentimientos encontrados.

—¡¿Y qué carajos quieres de mí?! ¿Dinero? ¿Autos? ¡Llévate todo lo que se te de la gana pero suéltame y sácame de este basurero!—gritó molesto.

—Vine por ti, Emiliano —respondió fríamente— estoy aquí para que me pagues todo lo que me debes.

—¿Quieres negociar? Quédate con lo que sea que te haya gustado de mis posiciones, me importa poco lo que te lleves. ¡Ahora déjame ir, maldito idiota!

—Yo no hago negocios con terroristas —contestó intentando mantener la calma pero sus manos temblaban— Vine hasta aquí a quitarte lo que tú me quitaste. O quizá un poco más.

Alejandro se puso de pie y el mercenario que se encontraba atrás de Galeana le proporcionó un arma corta.

—Rodríguez imbécil —rio tras escupir la saliva de sabor ferroso que se acumulaba en su boca— A ésta hora mis muchachos ya deben venir en camino para rescatarme y hacerte mierda como debieron hacerlo desde un principio, porque yo no soy un cualquiera en este negocio, ¡Soy un jefe! Y con los jefes nadie se mete, ¿Entiendes?

—Dudo que lo hagan porque justo a esta hora mis hombres están apilando los cuerpos de los tuyos para prenderles fuego —le decía Alejandro mientras cargaba el arma.

—¿Crees que mis viejos se quedarán de brazos cruzados y no harán nada luego de ver qué te llevaste a su hijo? Mi patrón jamás me abandona, soy un gran elemento así que no te queda mucho tiempo en este mundo, Rodríguez.

—¿Crees que desde el infierno tus padres puedan llamarle al cerdo para el que trabajas?

Alejandro enfundó la pistola y retrocedió sin quitarle la vista de encima hasta llegar a una mesa vieja con un saco de yute sobre ella, con ambas manos la tomó por debajo y lo vació encima. El  semblante de Galeana cambió con el sonido seco que hizo el contenido al caer sobre la mesa sucia, estaba aterrorizado al ver las cabezas de sus padres impregnadas en sangre y algunos granos de café. El narco se alteró rápidamente; la rabia lo sacó de quicio y sintiéndose impotente comenzó a bramar y a moverse frenéticamente intentando liberarse.

—¡Rodríguez hijo de tu puta madre! —gritaba fuera de sí— ¡Con mis padres no, cabrón! ¡Ellos no te debían nada! ¡Hijo de la chingada!

—¡Mis hijos también eran inocentes, el problema era entre tú y yo pero me los quitaste! —gritó sacando su furia contenida— ¡Te va a dar gusto saber que ahora mismo mis chicos se están divirtiendo con tu esposa y tus hijas!

—¡Eres un maldito hijo de perra! ¡Lo vas a pagar muy caro!—bramaba forcejeando— ¡Te voy a matar, puto!

El mercenario estaba apunto de sacar su arma para ultimarlo pero el odio y todos esos años de dolor le cegaron la razón, caminó hacia el asesino con determinación y comenzó a golpearlo. Se había prometido no ensuciarse las manos con ese sujeto, hacer las cosas lo más rápido posible para no darse más pero no sabía lo difícil que le resultaría mantener compostura en cuando llegara el momento de encarar a esa escoria.

Sin darse cuenta ya tenía a Galeana en el piso, con el rostro bastante afectado por los golpes pero aún atado de la silla. Sus manos estaban sobre el cuello del verdugo de su familia y lo apretaba con la intención de terminarlo ahí mismo, pero uno de los hombres de Max desvió su atención por un momento.

—¡Hey, Alejandro! Acá hay una motosierra, tiene gasolina en su tanque. Diviértete un poco más con ese perro asqueroso.

El hombre sediento de venganza no lo pensó dos veces y se puso de pie dejando a su enemigo en el piso jalando aire desesperadamente. Se aproximó rápidamente hacia donde el mercenario estaba logrando poner en marcha el artefacto pero los gritos de Emiliano lo frenaron en seco.

—¡Hazlo, maldito! —lo retaba con odio— ¡Demuéstrame que eres un cerdo sanguinario como todos nosotros! ¡Date cuenta de que aunque no aceptaste mi oferta terminaste arruinando tu vida siendo un matón sin alma! ¡Que matar a personas como yo no te hace diferente a mí porque también has matado inocentes!

El delincuente tenía razón y el  vengador lo sabía. Sin darse cuenta cedió ante sus provocaciones pues en realidad deseaba hacerlo sufrir como él lo había hecho por tanto tiempo, pero esas palabras le recordaron la delgada línea que no quería ni debía cruzar. Su cabeza logró enfriarse un poco entre todo ese caos y siguió de pie frente al hombre que le ofrecía una motosierra vieja funcionando.

—¡Hay una lista donde los nombres de personas como nosotros siempre van a estar, una vez que comienzas ya no hay vuelta atrás! —gritaba con odio— ¡Esto te perseguirá toda la vida, siempre serás un hijo de puta para el mundo! ¡Y si no soy yo alguien te va a buscar, te encontrarán y te van a...

El sonido de un cartucho descargándose sobre Galeana apagó su vida y sus palabras para siempre. Al ver el cuerpo de quien protagonizó sus pesadillas casi a diario Alejandro sintió algo de alivio, la sensación de que sus hijos y su esposa al fin podrían descansar hizo que respirara profundamente. Terminado el trabajo los mercenarios abandonaron el lugar junto con el cuerpo del narco y avanzaron con rumbo desconocido. Su mirada estaba clavada en la ventanilla, justo en la carretera, pero en realidad su mente estaba en otro lugar.

—¿Cómo te sientes ahora? —lo cuestionó el mercenario sentado a su lado— Mucho mejor, ¿Cierto?

—No lo sé —suspiró posando la mirada sobre sus manos— Él ya está muerto pero mi familia no regresó, nada los traerá de vuelta.

—Lo siento mucho, Alejandro. Es verdad, pero piensa en esto; Max y Eddie te esperan, ellos son tu nueva familia. Y la chica linda con la que sales.

—¡La chica! —susurró sorprendido al recordar el rostro de María, su hermosa y dulce María.

Una Segunda Oportunidad (Editada y extendida) +18 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora