Regresando a casa

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Max preparó todo para el regreso de Alejandro y un par de mercenarios más, el ajuste había sido todo un éxito pero tenían que salir de Colombia lo más rápido posible para evadir a la ley. El mercenario hizo una última escala en la Ciudad de México y luego voló al norte del país; el vuelo de un par de horas más largo de su vida. Aterrizó por la tarde, más o menos a eso de las tres, y en el hangar estaba su mejor amigo esperándolo, bajó del avión y caminó hacia él para darle un fuerte abrazo.

— ¿Hiciste todo lo que necesitabas hacer? —preguntó Max mirándolo con orgullo.

— Así es, Max —suspiró aliviado— todo se acabó al fin.

— No sabes cuánto me alegra escuchar eso, hermano. Ya está todo arreglado en Cartagena; se le culpó de la muerte de Emiliano a los cárteles contrarios de Colombia, vas a estar bien de aquí en delante.

— Gracias, te debo una —le sonrió.

— No, ya no me debes nada, esto fue un regalo para ti. Ven, subamos a la camioneta, tienes que ir a tu casa.

Subieron al vehículo de Max y se trasladaron hacia el pueblo, en el camino siguieron conversando y Alejandro se alegraba muchísimo de que su pesadilla hubiera quedado sólo en eso, pero ahora faltaba lo más importante; llegar a casa y ver si María seguía ahí. Había estado tentado en preguntarle acerca de la decisión que su esposa había tomado pero temía que el contratista le diera la respuesta que no quería escuchar, entre más se aproximaban al pueblo más nervioso se sentía e incluso rezaba para que su chica no lo rechazara, y de ser así él estaba dispuesto a lo que fuera con tal de recuperarla.

El frío lo sorprendió al bajar del avión, no por que estuviera a muy baja temperatura si no porque la sensación en su piel trajo a su mente aquel día que partió hacia Colombia, las súplicas de su esposa intentando convencerlo de que se quedara y el saber que había pasado la Navidad lejos del amor de su vida. Las camionetas entraron al pueblo y el corazón de Alejandro estaba al mil por hora, se fueron adentrando en las calles como la primera vez que llegó, pasaron por el centro y se fueron aproximando a la casa. Se detuvieron justo enfrente y notó que afuera estaba Eddie luchando contra el ligero viento y tratando de encender un cigarrillo, el colombiano tomó su maleta y bajó del vehículo, el joven se percató y dejó lo que estaba haciendo para ir a recibir a su amigo con una alegre expresión de sorpresa y un abrazo muy efusivo.

— No puede ser —le decía el chico mientras lo tomaba de los hombros y miraba su rostro de arriba abajo— ¡Enviaron a un vagabundo para suplir a mi amigo! —exclamó burlonamente refiriéndose a su crecida barba.

Los tres mercenarios rieron y Eddie se apartó de Alejandro para abrirle paso hacia la puerta.

— Es broma, amigo. Adelante, María te está esperando.

Tomó aire, vaciló en caminar pero al dar el primer paso ya nada lo detuvo. Tantos meses esperando ese momento y por fin estaba a su alcance, sabía que el riesgo de que María lo rechazara era demasiado alto pero él estaría conforme con poder verla y darse cuenta de que se encontraba bien. Subió los tres escalones de la entrada con mucho cuidado, cada uno significaba un paso más cerca de su anhelo, de su amor, de su tranquilidad completa; de la segunda oportunidad que la vida le había regalado. A penas pasó el último escalón la puerta de la entrada se abrió lentamente, una hermosa silueta femenina en jeans azul claro y camisa blanca, ese cabello largo perfecto y unos ojos negros de ensueño con un tierno brillo; era María. No la despiadada María de Max ni la ambiciosa del equipo de mercenarios, era su tierna y hermosa María.

La chica lo miró a los ojos, se acercó lentamente a él y Alejandro soltó la maleta para dejarla caer en el piso, no sabía si abrazarla o quedarse inmóvil pues no quería dar un paso en falso que arruinara desde ya sus futuros intentos por recuperarla. Pero no hubo necesidad de hacer nada; ella se acercó y tomó su rostro entre sus manos, lo miró y le sonrió con el amor de siempre como si nunca se hubieran separado y las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos. Se fundieron en un abrazo fuerte y cálido, ese abrazo que el colombiano había necesitado desde hacía casi un año, luego comenzó a llorar y ella lo abrazó con más fuerza.

— Perdóname, María —sollozaba— perdóname por irme de esa manera.

La mujer se separó de él y volvió a poner las manos en su rostro sin poder creer que al fin lo tenía en frente, besó tiernamente sus labios y limpió las lágrimas del mercenario.

— Tranquilo, Alex —le dijo con dulzura— ya estás en casa, nada malo te va a pasar aquí.

Alejandro temió estar soñando pues su esposa estaba siendo muy buena con él a pesar de todo el dolor que le hizo pasar, pero al verla a los ojos y sentir su aroma supo que eso no se trataba de un sueño más que terminaría mal.

— No volveré a alejarme de ti, mi amor, ni volveré a tomar un arma entre mis manos. Te lo juro por mi vida.

— Confío en ti —le dijo sonriéndole— Max estuvo contándome todo y entendí que a veces tenemos que hacer cosas que otros no entienden para estar bien con nosotros mismos y eso, mi vida, eso es lo más importante. Si tú estás tranquilo yo estaré tranquila, así funciona. Yo sabía que volverías.

Él sintió una hermosa calma en su interior, tomó la mano de su amada y cerrando los ojos la besó, pero al abrirlos notó que la camisa de su esposa estaba mal abotonada, como si se hubiera vestido apresurada al verlo llegar. María se dio cuenta de que su marido había notado ese pequeño detalle y se puso un poco seria, tomó su mano firmemente y lo llevó hacia adentro.

— Ven conmigo, Alex, hay alguien que quiero que conozcas.

Una Segunda Oportunidad (Editada y extendida) +18 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora