Adaptación, supervivencia y un poco de celos

202 37 9
                                    

Durante las primeras semanas viviendo juntos y comenzando desde cero Alejandro había dedicado parte de su tiempo a seguir con el adiestramiento de María; continuaron con las clases de tiro y las de manejo todo terreno, le enseñó lo básico en defensa personal así como escape de lugares cerrados, le consiguió el equipo y ropa táctica a su medida que le había prometido, la llevó a dar caminatas nocturnas y recreó algunos de los escenarios posibles en los que podría ser atacada. También comenzó su nuevo trabajo en la fábrica; tenía un buen puesto, un ritmo laboral bastante relajado, compañeros que le ayudaban a entender lo que era desconocido para él y sobre todo unos superiores dispuestos a ocultar cualquier cosa a cerca del mercenario a cambio de unos cuantos billetes quienes le proporcionaron un vehículo y uniformes para que se desempeñara adecuadamente. Pero a pesar de que por fin estaba viviendo la tranquilidad que tanto anhelaba todo eso lo hacía sentir fuera de lugar en ocasiones, como si estuviera sufriendo de una especie de síndrome de abstinencia y su droga fuera el peligro constante.

Su nuevo trabajo y las personas con las que se relacionaba ahí le ayudaban a distraerse y sobrellevar esas sensaciones y llegó a un punto en el que regresar a casa a eso de las dos de la tarde y encontrar un delicioso plato de comida casera sobre la mesa se estaba convirtiendo en su parte favorita del día. Pero había ciertos detalles que intentaba ignorar pero le estaban causando un conflicto interno; un día sin verlo venir la presencia de María empezó a agradarle. Le gustaba verla caminar de su habitación a la cocina mientras él trabajaba en su laptop, disfrutaba oler su cabello discretamente al ayudarla a sostener su arma durante las clases, incluso se deleitaba cuando esa voz femenina lo reprendía ligeramente por no bajar la tapa del baño o al descubrirlo bebiendo leche directo del cartón, pero lo que más le estaba dando problemas era no poder dejar de pensar en el buen gusto que tenía para vestir y lo bien que le quedaba su ropa encima de ese cuerpo casi perfecto para él.

Sabía perfectamente que la ropa no le importaba en absoluto pero era buena excusa para negarse que se sentía atraído por ella, por sus redondos glúteos, sus pechos firmes, su piel bronceada y sus brillantes ojos negros. No se asemejaba en nada a las mujeres con las que se había acostado en su natal Colombia ni siquiera en el cabello o en los labios, para él esa mexicana con la que compartía su casa era un sueño hecho realidad, uno muy hermoso pero también prohibido. No quería meterla en más problemas involucrándose sexualmente pues había notado lo noble que ella era y no quería dañarla en ningún aspecto, aun así fantaseaba con verla entrar a su habitación por las noches y recibir besos, caricias y todo lo que ella quisiera darle desenfrenadamente sin ningún compromiso más que el placer.

A menudo en su tiempo libre soñaba despierto sobre su cama mirando hacia la nada e imaginando sus movimientos, su jadeo, la suavidad de su figura y lo caliente de su piel hasta que un día lo tomó por sorpresa tocando a su puerta en medio de esa fantasía recurrente haciéndolo estremecer del susto. Intentó sacar de su mente todos esos pensamientos y se dirigió a abrirle encontrándose con la chica un poco nerviosa.

— ¿Tocaste la puerta? —preguntó para hacerle creer que estaba ocupado.

— Sí. Oye, Alejandro... —titubeó sin verlo a la cara— no quiero ser una molestia, pero necesito pedirte un pequeño favor.

— Dime, ¿de qué se trata, todo en orden?

— Sí, todo bien. ¿Crees que puedan venir un par de amigos a visitarme hoy? Es Omar, el muchacho de la barbería, y Ana.

— Si son ellos adelante, no representan ningún peligro para mí —respondió amablemente.

— Bueno, entonces voy a hacerlos pasar —agregó ella.

— ¿Qué? ¿Ya están aquí? —la cuestionó sorprendido.

— S-sí, solo estaban esperando a saber qué decidías.

Una Segunda Oportunidad (Editada y extendida) +18 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora