Poniendo las cartas sobre la mesa

208 36 3
                                    

Al contratista le gustaba el carácter de María, su valentía y lo que era capaz de hacer en sus arranques de ira, Alejandro lo estaba notando y no le agradaba en absoluto no por temor a que se formara un triángulo amoroso entre ellos, más bien porque sabía que en la empresa privada de su mejor amigo él había dejado una vacante y Max la ocuparía con el mejor candidato sin importar de quién se tratara. El colombiano no tenía la intención de sentirse dueño de esa diosa latina que adornaba sus mañanas despertando a su lado pero se sinceraba consigo mismo y aceptaba el hecho de que no estaba listo para dejar ir a la única persona que lo había hecho sentir feliz en mucho tiempo, proponiéndose hacer lo único que estaba en sus manos; mostrarle a la joven que tener dinero fácil era lo equivalente a tener dinero sucio y una vida caótica y probablemente corta.

Sentada en uno de los escalones del amplio pasillo que daba hacia las recámaras y que se conectaba con la sala la joven mujer palpaba sus nudillos adoloridos luego de haberle roto la nariz al agresor de su mejor amiga, que aunque ya habían pasado varios días todavía lo seguía resintiendo. Recargó su espalda en la pared y comenzó a pensar en lo mucho que había cambiado su vida en tan poco tiempo todo por conseguir lo que muchos en su pueblo anhelan y que pocos habían logrado, recordó que le había apuntado con un arma a una persona que aunque no era amable ni respetuoso con ella la mala reacción que tuvo en el momento la hacía sentir verdaderamente culpable. De improviso Alejandro llegó a la casa y al entrar le pareció extraño verla ahí sentada en el piso con la mirada fija a la pared frente a ella.

— ¿Estás bien? —la cuestionó con cierta preocupación.

— Sí —contestó luego de reaccionar.

— Dos golpes más y te hubieras roto la mano —señaló al tiempo que se sentaba justo frente a ella.

— Ni me lo recuerdes —respondió ella cubriéndose el rostro— ese día hice todo mal.

— Él se lo merecía sin duda, pero te arriesgaste a que te agrediera a ti también. Yo pude haberle dado su merecido y tú hubieras salido ilesa.

— Lo sé —suspiró­— la adrenalina luego de la pelea con Max y el miedo de que se vengara me pusieron muy mal.

— No deberías preocuparte, él no hará nada al respecto porque sabe que te necesita.

— ¿Y cuando ya no me necesite? —preguntó con una sonrisa nerviosa.

— Cuando eso pase yo me encargaré de que te deje vivir en paz, y puede que eso ocurra muy pronto; mis compañeros de trabajo me han aceptado bien y Abel me aseguró que ninguno de sus asalariados me molestaría otra vez.

— Qué bien —dijo ella arrugando la nariz y esbozando una sonrisa muy falsa.

— ¿Qué? —la cuestionó extrañado— ¿No te alegra que todo termine pronto?

— No sé... —dudó un instante— creo que no.

— ¿Pero por qué?

No contestó absolutamente nada y solo lo miró a los ojos fijamente, él seguía esperando una respuesta pero también la veía en silencio sin saber por qué no decía nada. Luego de unos segundos de mirar su bello rostro ella le sonrió con ternura y el mercenario notó un hermoso brillo tanto en su cara como en sus ojos y pronto esos radiantes ojos negros le ayudaron a descifrar lo que ocurría.

— ¡No, María, no por favor! —se quejó golpeando su cabeza levemente en la pared donde se recargaba.

— No es mi culpa, solo pasó y yo no lo pude evitar —le dijo bajando la mirada.

— ¡Es que no debió pasar! —siguió lamentándose.

— ¿Y te molesta que haya pasado? —lo cuestionó un poco molesta.

— Justamente ese es el maldito problema —respondió tocándose la cabeza con ambas manos— que no me molesta en absoluto, todo lo contrario.

Ella se sonrió pues se sintió feliz ante esa respuesta, en un movimiento rápido se sostuvo en sus manos y sus rodillas y gateó hasta llegar a él, estando frente a frente se sentó sobre sus propia piernas y rodeó el varonil cuello del hombre con sus brazos mientras él la estrechaba por la cintura.

— Tú no te mereces esto —le susurró Alejandro viéndola a los ojos muy de cerca— tú eres muy bonita, muy inteligente y noble, no mereces estar enamorada de un imbécil como yo.

— ¿Entonces qué hago, Alejandro? —le preguntó con dulzura— ¿Quieres que me enamore de alguien más para dejar de pensar en ti?

— No —negó con la cabeza— no quiero que te vayas de mi lado; me encantas, me encanta tu forma de ser y también siento algo muy fuerte por ti pero... —titubeó— no quiero que arruines tu vida conmigo.

— ¿Crees que voy a echar a perder mi vida viviéndola con alguien que me cuida, me hace feliz, que hace de todo por verme tranquila y que dejó todo atrás para empezar desde cero muy lejos de su hogar esforzándose por ser alguien más honrado? —lo cuestionó acariciando su cabello — ¿O eres casado y no me lo habías dicho?

— Por supuesto que no —rio ligeramente— pero tengo miedo de que te pase algo malo por mi culpa.

— Entonces tú dime —suspiró— ¿Me olvido de ti o te sigo queriendo? Porque estoy dispuesta a asumir cualquier riesgo, pero estar contigo a medias no puedo —lo cuestionó con firmeza.

La contempló por un instante sin saber que responderle; no podía dejar que lo más hermoso que le estaba pasando en su miserable y vacía vida de mercenario se le fuera como agua entre sus dedos, pero el terror que sentía ante la posibilidad de que alguien le hiciera daño a ella solo por afectarlo a él era real. No pudo resistirse más ante esa dulce mirada y el amor que comenzaba a sentir por ella; tomó ese lindo rostro entre sus manos y besó su boca con la ternura con la que jamás lo había hecho, cuando este terminó suspiró sin dejar de contemplarla y sonrió.

— Tú eres esa segunda oportunidad que tanto buscaba y yo quiero ser ese hombre afortunado que permanezca a tu lado todo lo que me reste de vida.

Una Segunda Oportunidad (Editada y extendida) +18 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora