El robo

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Al medio día siguiente María despertó con dolor de cabeza a causa de las múltiples veces que su sueño se vio interrumpido en la mañana, su cerebro no dejó de reproducir los hechos en el restaurante y ella se oponía al miedo que esto le ocasionaba despertando cada vez que volvía a recordar. Lo primero que hizo antes de levantarse de la cama fue contactar a su mejor amiga para asegurarse de que todos estaban bien y afortunadamente así fue, ya más tranquila se puso ropa cómoda y salió para usar baño y lavarse los dientes pues la agitada noche no solo le había quitado la tranquilidad y también le arrebató el apetito dejándole un amargo sabor en la boca. A punto de tumbarse en uno de los sillones de la sala recordó haber lanzado sus tacones al jardín de enfrente y salió a recogerlos; cuando se agachó y los tomó contempló sus trémulas manos por unos segundos hasta que el estruendo del escape de un auto viejo que pasaba por la calle la hizo estremecer y correr al interior de la casa encontrándose con Alejandro en la sala.

— ¿Cómo estás? —preguntó él bastante serio.

— Pues... supongo que podría estar peor, o no estar —contestó ella mientras se sentaba en el sofá frente a él y dejaba sus zapatillas en el piso.

— O tienes mucha suerte o hay alguien allá arriba que te cuida muy bien; estuviste demasiado cerca de uno de los sujetos que fueron asesinados.

— Perdón por meterte en problemas con Max, no fue mi intención —agregó ella apenada con la mirada clavada en el piso y entrelazando ambas manos.

— Por supuesto que no fue tu culpa, estuviste ahí en el momento equivocado eso es todo. Y él me llamó hace rato; todo está bajo control y no hay ninguna grabación o evidencia que nos delate, la noticia del presunto ajuste de cuentas ya salió en los medios pero no dice ni la mitad de lo que en realidad ocurrió.

— Como siempre —susurró.

La chica un poco más tranquila se puso de pie para ir a la cocina a tratar de desayunar aunque fuera un vaso de leche pero cuando levantó la mirada y la posó en el rostro del mercenario se percató de que ella había salido ilesa de aquel percance pero él no corrió con su misma suerte; tenía varias heridas leves en su rostro a causa del cristal impactado en medio del tiroteo. Inmediatamente corrió por el botiquín de primeros auxilios que había visto dentro del gabinete en el baño mientras el hombre la veía sin entender lo que pasaba.

— ¡¿Por qué no me habías dicho?! —lo cuestionó preocupada mientras ponía las cosas sobre la mesa.

— ¿Qué cosa? —preguntó desconcertado.

— ¡Pues tu cara, tienes muchos cortes!

— Son superficiales, ni siquiera los recordaba —argumentó.

No le importó que el colombiano no se preocupara por sus heridas y sin pedirle permiso lo tomó de la mano obligándolo a ponerse de pie y sentarse sobre el brazo del sillón, él no opuso resistencia alguna pero no estaba muy de acuerdo con lo que ella planeaba hacer. Inmóvil observaba cómo sacaba un trozo de algodón plisado y lo impregnaba con alcohol para curaciones, luego regresó hacia él y tomándolo de la nuca con suavidad comenzó a desinfectar sus heridas.

— Esto no es necesario —agregó él desviando la mirada.

— Claro que sí, ¿y sabes por qué? Porque esto sí fue mi culpa.

— ¿Tu culpa? —la cuestionó extrañado— El culpable nos disparó y ahora está en un cuarto frío.

— Ya lo sé, pero si no hubieras tenido que entrar a sacarme no te habría pasado esto —contestó mientras volvía a impregnar otro trozo de algodón.

— Y si yo no hubiera entrado por ti estarías muerta y yo huyendo de aquí con Max maldiciéndote a un lado mío, así que nos hice un favor a los dos y mis heridas son lo de menos. Ya veo que no conoces lo que en realidad considero como una herida.

Una Segunda Oportunidad (Editada y extendida) +18 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora