Zona de confort

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Después de esa noche tan perturbadora el mercenario no intentó volver a la cama así que prefirió cambiarse de ropa e ir a la cocina en busca de café y unos cigarrillos. Desde que su mal sueño lo obligó a despertar hasta que el sol salió estuvo dándole vueltas a su vida y a sus miedos al tiempo que bebía un café muy cargado y se fumaba casi toda la cajetilla llegando a la conclusión de que no quedaba de otra más que tomar el teléfono y comunicarse con la única persona que podía ayudarle con la mayoría de sus problemas, afortunadamente su contacto se encontraba haciendo negocios dentro del país y era cuestión de horas para poder conversar con él frente a frente. Al caer la noche, mientras hacía un esfuerzo por relajarse en su sofá, alguien tocó el timbre, él se puso de pie y mientras se aproximaba a la entrada con lentitud tomó su arma de una mesa ubicada en el pasillo, con mucho cuidado se apoyó en la puerta y colocó uno de sus ojos frente a la mirilla de esta.

— Tranquilo, soy yo, abre —dijo su mejor amigo del otro lado de la puerta al ver la sombra a sus pies.

Alejandro accedió a la petición y lo invitó a entrar con un leve movimiento de su cabeza, mientras Max cerraba la puerta detrás de él notó el cansancio de su amigo que caminaba hacia la sala con una pistola en una mano y un vaso con licor en la otra con un cigarrillo a medio terminar entre sus dedos gruesos, llamó su atención la ropa arrugada que vestía y cuando dejó caer con pesadez su fornido cuerpo en un sillón se dio cuenta de que unas ojeras bastante pronunciadas rodeaban sus ojos verde olivo. Se sentó frente a él y mirándolo con atención se acomodó poniendo su pie izquierdo sobre su rodilla opuesta.

— ¿Te ofrezco algo? —preguntó Alejandro con seriedad.

— No, así estoy bien. ¿Todo en orden?

El colombiano solo negó con la cabeza.

— ¿Qué es lo que te tiene sin dormir? —lo cuestionó el norteamericano al tiempo que alcanzaba un cigarrillo de la mesa de centro y lo encendía.

— La misma pesadilla de siempre —suspiró.

— El estrés postraumático es un hijo de puta —dijo Max dándole una calada al cigarrillo— ¿Y yo cómo puedo ayudarte con eso?

— Lo he pensado muy bien y creo que necesito un respiro.

— ¿Unas vacaciones?

— No —contestó el mercenario— Quiero retirarme, mi mente y mi cuerpo ya no pueden más con este estilo de vida y sé que si no lo dejo ahora voy a terminar como esos veteranos de guerra gringos que se vuelven locos y se dan un tiro en la cabeza. Sin ofender.

— Okay —suspiró su amigo con evidente descontento— Nunca he intentado volarme la cabeza pero si estás seguro de querer retirarte yo puedo resolver tu situación. Primero que nada tienes que dejar el país, ¿Qué prefieres? ¿Europa, Asia? Tal vez mi país te guste.

— No, Estados Unidos no, tampoco Europa ni Asia. Necesito un lugar donde nadie me conozca, donde pueda vivir tranquilo y si es necesario usar la fuerza sin que se arme un escándalo.

— Descuida, conozco a las personas indicadas para arreglar todo a tu favor en el país que sea, solo dame unos minutos y encontraré algo justo para ti.

El hombre sacó su celular y comenzó a hacer algunas llamadas, caminó por el apartamento y después de un rato colgó para volver a sentarse frente al colombiano.

— ¿Qué te parece un pequeño pueblo sin ley en el norte de México? Ahí el proceso para un cambio de identidad se me facilita bastante. Es muy conveniente; te estás pudriendo en dinero y en ese lugar podrás gastarlo en lo que tú quieras sin levantar sospechas, pero si aceptas tendrás que ayudarme a saldar algunas cuentas pendientes en ese país. Será muy sencillo para ti.

— No hay problema, solo sácame de este infierno —respondió Alejandro mientras apagaba su cigarrillo en un café frío sin terminar.

— Bien, ya tengo que irme. Prepara tus maletas y trata de descansar un poco, te llamaré por la mañana para avisarte sobre el vuelo, hasta entonces —le dijo Max aproximándose a la puerta.

Una Segunda Oportunidad (Editada y extendida) +18 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora