Rumbo al matadero

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Once de la mañana de un domingo cualquiera y la mujer más intranquila del pueblo contemplaba su celular sobre la mesa del comedor de su casa, entre sus manos tenía una taza de café sin una gota de leche intentando compensar con cada sorbo las únicas dos horas que su nerviosismo le había permitido dormir en toda la noche. Una pesadilla que incluía una bala en medio de sus cejas y tres hombres estadounidenses arrojando su cuerpo al monte le intercambió sus ocho horas de sueño por un par de ojeras bastante pronunciadas y el terror constante de que todo se volviera realidad. Ya le habían quedado muy claras tres cosas; que las opciones para su respuesta siempre habían sido sí o sí pero fue tan obstinada que no logró verlo a tiempo, que aquel tipo con pinta de militar desquiciado podía cumplir sus amenazas sin remordimiento alguno pues era evidente que ya había arrancado vidas desde quién sabe cuándo, y que por pedirle insistentemente al universo esa maldita visa ahora no había manera de decir "gracias, pero ya no la quiero" pues si no la aceptaba el próximo documento expedido con su nombre sería su acta de defunción.

Ya no había escapatoria, realmente desde que apareció Maximilian Benson nunca la hubo y cuando Alejandro se sentó frente a ella firmó su sentencia sin saberlo, así que con un nudo en el estómago y el temor de no saber qué sería de su futuro decidió tomar su celular y afrontar lo inevitable. Sus trémulas manos por poco la hacían soltar el móvil pero se aferró a él como a la vida misma, en pocos segundos la pantalla mostraba una llamada saliente para el contratista; luego del tercer timbre el hombre contestó para decirle que la estaría esperando hasta las tres de la tarde en la casa donde la había invitado a entrar anteriormente y le colgó sin ninguna otra explicación, ella aún sin creer lo que acababa de hacer decidió llamar a su mejor amigo para contarle lo sucedido.

- Ah que la chingada -suspiró el joven tras escuchar la decisión de su amiga- ayer vimos que si no era por las buenas sería por las malas, pero esos cabrones están muy equivocados si creen que estás sola; voy a pasar por ti y te voy a acompañar.

No había muchas palabras por parte de María, sólo le agradeció y luego de colgar comió lo que pudo, se dio un baño y se preparó para lo que venía. Miraba en su espejo lo bien que le quedaban sus jeans y una playera roja pegada a su cuerpo pero ese día no se sentía cómoda ni calzándose sus tenis blancos favoritos, pero ya era demasiado tarde para probar con otro atuendo pues el tiempo se le fue volando y Omar ya había llegado a buscarla; tomó las llaves de su casa, su celular y salió a encontrarlo.

- ¿No hay tiempo de un escape, un plan b o algo así? -la cuestionó preocupado mientras ambos subían a su auto.

- ¿Tú qué crees? -le preguntó con cierta molestia.

- Que mejor me callo y te llevo a donde ese tipo te dijo.

La joven le dio indicaciones y él condujo hasta llegar a su destino; una bonita casa que hacía varios meses estaba en venta pero que por razones de alto costo nadie había comprado y que estaba ubicada a un par de calles de la barbería. Afuera estaban estacionados varios vehículos, entre ellos las ya conocidas Suburban negras y el Jeep, se estacionaron justo atrás de este y vieron cómo uno de los hombres que resguardaban el inmueble hablaba por radio probablemente avisando sobre la presencia de los chicos.

- Ya vuelvo-dijo María saliendo del auto- cualquier cosa te llamaré así que cuida tu celular.

- ¡No! -exclamó él- ¡¿Cuál "ya me voy"?! Dije que te iba a acompañar y te voy a acompañar.

Ella asintió y a la par de su amigo caminó hacia la entrada de la residencia pero justo cuando atravesaban el jardín por un sendero de piedra un escolta detuvo al chico.

- ¡¿Qué?! ¡Vengo con ella, déjame pasar! -exclamó molesto Omar.

- Solo la chica puede pasar, tú no -respondió el hombre con firmeza y un acento norteamericano.

Una Segunda Oportunidad (Editada y extendida) +18 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora