Buenas amistades

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La inesperada visita de los mercenarios trajo consigo dudas y miedo en María y sus compañeros de trabajo, quienes a pesar de esa sacudida sabían que el show debía continuar e intentaron volver a sus labores con toda la normalidad posible. Al cabo de una hora los clientes comenzar a llegar y los trabajadores volvieron a su distracción pero la chica estaba muy pensativa mientras le arreglaba la barba y el cabello a uno de sus clientes frecuentes, no podía ocultar por completo el susto que los mercenarios le acababan de dar y sus manos aún temblaban ligeramente. Entre tanto en la silla de al lado y atendiendo a otro cliente estaba el chico que había dado un salto y prácticamente arrojado su sándwich por los aires al ver a Max entrar con esa grosera determinación tan característica de él, se trataba de nada más y nada menos que el dueño de la barbería y mejor amigo de la mujer desde la infancia.

Omar era su nombre; un joven con un corte al estilo de los soldados de la Alemania nazi, ojos amielados pequeños detrás de los cristales de sus lentes para su miopía, complexión delgada y no era más alto que su amiga pero sí de su misma edad. El joven miraba de reojo cómo la chica después de terminar su trabajo respiraba profundo tratando de calmar sus nervios y se sentaba en la silla recién desocupada mientras él le daba los toques finales al peinado del hombre que atendía, cuando cobró y despidió amablemente a su cliente se acercó a María para indagar un poco sobre los acontecimientos de ese día.

— ¿Segura que no conoces a esos dos? —la cuestionó con firmeza.

— Obvio que no, ni siquiera son de aquí.

— ¿Entonces por qué saben tu nombre? —preguntó cruzándose de brazos.

— ¡No sé, Omar, no sé! —exclamó con nerviosismo— ¡¿No escuchaste cuando dijo que tienen mucho poder?!

— Ya pues, cálmate —le dijo tomándola de los hombros— ahorita que salgamos nos vamos a cenar por ahí para que te olvides de todo esto, ¿sale?

Ella asintió con la cabeza, tomó aire e hizo todo lo posible por continuar con su trabajo, para cuando terminó la jornada ya estaba un poco más tranquila pero aun pensando en esos dos desconocidos y todo lo que le habían dicho. Ayudó a su amigo a barrer el piso y bajar las cortinas metálicas del local, luego abordaron el auto del chico para ir en busca del tercer mosquetero; una joven alta, delgada, con su cabello negro teñido, piel morena y de actitud dulce y muy energética llamada Ana que había sido compañera de aventura de los otros dos amigos desde jardín de niños. Ya le habían avisado de sus planes así que cuando llegaron a recogerla no tardó en salir.

— ¿Qué onda? ¿Por qué esas caras si se supone que nos vamos a divertir? —preguntaba ella al ver el semblante de sus amigos mientras subía a la cabina de atrás y cerraba la puerta.

— Es una larga historia —le contestó su amigo— pero ahorita te la contamos.

Luego de obtener su respuesta miró a su amiga quien no decía nada y con la incertidumbre invadiéndola se acomodó en su asiento. Camino a la ciudad el silencio permanecía, al llegar ahí buscaron el restaurante-bar de su preferencia, entraron para elegir una mesa lo más apartada posible de los demás comensales y se sentaron para pedir unos tragos y algo para comer. Mientras esperaban María no dejaba de parecer distante y callada, Omar no soltaba su celular y la otra joven no aguantó más el misterio que sus amigos guardaban.

— Y... ¿Quién se murió o qué? —los cuestionó en voz baja.

— Pues todavía nadie —respondió el chico dejando su móvil sobre la mesa.

— ¡Cállate! —lo increpó la otra joven de inmediato — No se ha muerto nadie, pero me pasó algo muy extraño hoy a medio día.

— ¡Cuéntame, amiga! Me va a dar algo si no me dicen por qué están tan raros.

— Yo te cuento —agregó el hombre sin dejar hablar a nadie más— Imagínate que estábamos en la barbería comiendo muy a gusto, todo estaba bien hasta que entró un vato grandote... ¡No, eran dos! Sí, entraron los dos vatos y le dijeron a María que ellos tienen mucho dinero y mucho poder, y que se vaya con ellos o si no se la van a robar.

— ¡No seas mentiroso! —exclamó la mexicana un poco enfadada— No le hagas caso, Ana, las cosas no fueron así. Sí entraron dos tipos a hablar conmigo y sí me dijeron que tienen dinero y poder, pero lo que quieren es que yo le ayude a uno de ellos fingiendo ser su novia para que él pueda estar en el pueblo.

— ¡¿Su novia?! —preguntó la joven amiga sorprendida— ¿Pero para qué?

— Yo pienso que es por los malandros, para que no los molesten mientras estén aquí.

— ¡Újule! —rio él— entonces se equivocaron de muchacha.

— ¡Déjala, hombre! —la defendió Ana— ¿Y los conoces, amiga?

— No, ni siquiera son de aquí; el que habló más estoy segura de que es gringo pero el otro, aunque también parece serlo, habla español mejor que el primero. Solo sé que el más grosero tiene ojos azules y el serio los tiene verdes, y de lo nerviosa que estaba no puse mucha atención a sus rostros.

— ¡Pero cuéntale qué te ofrecen! —interrumpió el joven.

Ambas chicas lo miraron con disgusto y negaron con la cabeza esperando que esta vez guardara silencio mientras conversaban, María comenzó a jugar con una servilleta para calmarse al tiempo que seguía relatando lo ocurrido.

— Me ofrecen diez veces lo que me pagan en la barbería y la visa para ir a Estados Unidos.

— ¡¿Diez veces?! —vociferó su amiga logrando que los presentes voltearan hacia su mesa.

— ¡Ana! —susurró desesperada— ¡No grites, esto no puede saberlo nadie más!

— Es que... que miedo lo que me cuentas, en serio.

— Lo único bueno aquí es que los vas a mandar directo por donde llegaron, ¿verdad? —agregó Omar con mucha tranquilidad.

La mujer permaneció en silencio y después de que sus amigos la miraran fijamente esperando una respuesta apartó la vista hacia un costado y finalmente agachó la cabeza expresando vergüenza y culpa.

— No sé, necesito pensarlo muy bien —balbuceó.

— ¡¿Cómo que no sabes?! ­—replicó su amigo— ¡No, María, no chingues! ¡Ni siquiera sabes de dónde salieron esos güeyes!

— ¡Lo sé, pero ponte en mi lugar por un segundo!

— ¡¿Quieres que te suba el sueldo?! ¡Yo te subo el sueldo!

— ¡¿También me vas a dar la visa?!

— La pinche visa —susurró molesto rodando los ojos y cruzándose de brazos.

Al ver que el mesero se aproximaba hacia ellos con sus platillos decidieron guardar silencio y detener la discusión, lo que se supone sería una noche de diversión entre amigos terminó con la división del pequeño grupo y Ana en medio de ellos sin saber de qué lado estar y esperando que, en ese lapso que le habían dado a su amiga para decidir, analizara la situación con calma y tomara el camino correcto.

Una Segunda Oportunidad (Editada y extendida) +18 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora