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8 de Noviembre de 1943

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8 de Noviembre de 1943.

1 año, 8 meses y 28 días antes de la catástrofe de Nagasaki.

You'll never know just how much I miss you.

You'll never know just how much I care. And if I tried, I still couldn't hide my love for you. You oughtta know, for haven't I told you so a million or more times?

You went away and my heart went with you. I speak your name in my every prayer. If there is some other way to prove that I love you, I swear I don't know how.

You'll never know if you don't know now

— "You'll never know" Alice Faye

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Podía escuchar algo a lo lejos.

Una suave melodía que endulza los oídos de tan armoniosa que es.

Las estrellas se escapaban del cielo en forma de luciérnagas a través de un sendero oscuro, tan oscuro que podía jurar que estaba pisando el cielo nocturno. Todos bailaban al ritmo de la melodía de hace un momento, disfrutando y brillando intensamente con todos los colores del mundo, riendo y gozando de la misma forma que las olas del mar durante el verano. Y aunque la felicidad de todos los astros estuviese en su máximo esplendor, había una estrella que parecía no querer seguir al resto. Dándole la espalda al mundo, ignorando lo que pasaba a su alrededor aunque su cálido brillo estuviese lleno de tristeza.

Camine siguiendo a las luciérnagas, el resto de astros miraban con sorpresa el escenario, como si nadie hubiese intentado acercarse al pequeño astro antes. El sentimiento de melancolía de la estrella parecía hacerse mayor con cada paso que daba, la calidez se convertía en frío, su brillo perdía intensidad, logrando ocultarse entre la noche. Sumiéndose aún más en aquella depresión que parecía matarlo.

— Detente.

Seguí caminando ahora con más desesperación que antes. La estrella dejo de ser un astro por un momento. Su figura se volvió esbelta, manteniendo los ojos cerrados y abrazándose asimismo por la falta de calor.

— ¡He dicho que te detengas!

El deseo de verlo de frente a travesó mi pecho. Sus cabellos cenizos lucían una corona de rosas y estrellas, su espalda se hallaba cubierta únicamente por un largo manto hecho de sangre, sangre que ocultaba las espinas incrustadas sobre sus pies, pero mostrando las estacas con nombres alrededor de sus brazos.

Como si estuviese recibiendo alguna clase de castigo divino.

— ¡DETENTE!

Estire mi brazo hasta ser capaz de tocarlo, hasta ser capaz de ver aquel par de ojos rubí que me han enamorado. Lagrimas descendían por las mejillas de Bakugo aunque su ceño se mantuviera fruncido.

— Te dije que no vinieras, ¿acaso nunca haces caso?

Tome entre mis manos el rostro de la persona que más amo en este mundo. Su piel se erizo ante mi tacto, y aquel brillo precioso que vi hace un momento, apareció nuevamente en forma de chispa. Una chispa que fue capaz de iluminar el sendero nocturno por el que había venido, convirtiendo la noche en día.

— Prometí estar a tu lado.

— Nunca debiste prometerlo.

El frío metal de la punta del revolver se hallaba apuntando a mi cabeza. La corona de flores se esfumo al igual que la espuma del mar en un cuento, las espinas que lastimaban sus pies ahora se hallaban incrustadas sobre su pecho, cerca de la región del corazón. La manta de sangre se derretía con el paso de los segundos, cayendo gota tras gota, cubriendo el piso en un mar rojo lleno de agonía. Y aunque las lágrimas habían dejado de caer y su rostro mostrara seguridad, sus ojos ya no eran aquel par de rubís, sino un par de perlas oscuras a punto de romperse.

— Mátame.

Aquello pareció desconcertarlo.

No habló, no jaló el gatillo, tampoco lloro.

Porque alguien más lo hizo por él.

El olor a sangre, el ruido de las armas, la oscuridad que el mundo encierra.

Sus ojos mostraban dolor, arrepentimiento, miedo.

— Un hombre siempre cumple sus promesas.

Porque prefería morir en sus manos que en las de alguien más.

Sabía que no podíamos estar juntos, ni en esta vida, ni en la siguiente. Pero:

— Nunca me arrepentí de amarte.

— Nunca me arrepentí de amarte

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Todo luce tan... irreal.

El frío del invierno había llegado antes de lo planeado, como si aquello fuese un mal presagio. Y aunque estaba acostumbrado al invierno, en Nagasaki todo es diferentes; aquí los copos de nieve se mezclan con el barro y la arena del puerto. Las plantas disfrutan de esconderse entre los mantos de nieve, aunque al poco tiempo volvían de sus escondites para florecer en vivos colores que en verano nunca podrían verse. El viento podía ser cálido incluso dentro del mismo frío, el sol jugaba con las plantas al escondite y las nubes lucían más esponjosas que en otras épocas. Luciendo las cuatro estaciones del año en un solo lugar.

Bebí un poco del chocolate caliente que Ashido había hecho para mí mientras ella y el médico del pueblo iban por más medicamentos para la chica a mi lado que seguía sin despertar.

Deje la taza en el suelo, justo a un costado del futón donde me hallaba descansando solo para tomar la mano de la castaña. Uraraka Ochaco, ese es el nombre de la chica que había corrido por el campo para salvarme aun con el ruido de las armas al disparar y el olor a sangre sobre nosotros, ese es el nombre de la chica que termino en este estado por mi incompetencia.

Apreté levemente su mano sintiéndome culpable nuevamente. Lo había arruinado todo, y aunque había llegado a este punto por culpa de una persona, mi corazón seguía latiendo fuertemente cada vez que ese par de ojos rubí cruzaban por mi mente.

No pude evitar llorar, porque a pesar de todo el daño que hice, yo seguía amando a la misma persona.

— Perdón, perdón por lastimarte tanto... y-yo soy el que debería estar en tu lugar. — Y aunque sabía que no podía oírme, rezaba todos los días porque mi castigo fuese mil veces peor. — Perdón.

Solté su mano antes de caer en llanto. Por todas las decisiones que tome, por todas las personas que herí o llegue a matar, por todas las familias que destruí y por todo el sufrimiento que cause, espero que mi castigo sea mil veces peor por todo lo que hecho.

No merecía llamarme hombre después de todo lo que hice.

1945; TodoDekuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora