[ AU Segunda Guerra Mundial ]
Si tuviera que describir el mundo en aquel entonces, tal vez lo llamaría "problemático".
Sangre, llanto y dolor. Para muchos esta sería la descripción perfecta del mundo en aquel entonces. El dolor de ver morir a un ser...
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12 de Agosto de 1943.
1 año, 11 meses y 28 días antes de la catástrofe de Nagasaki.
"Toda una vida estaría contigo no me importa en qué forma ni cómo ni dónde pero junto a ti.
No me cansaría de decirte siempre pero siempre, siempre, que eres en mi vida ansiedad, angustia y desesperación.
Toda una vida..."
—"Toda una vida" Osvaldo Farrés
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Todo aquí es raro.
Los amaneceres son fríos, los arboles no se mueven ante el ritmo del viento y el cantar de los pájaros anunciando un nuevo día, simplemente no existe.
En el pueblo, todos sonreían ante la idea de poder vivir un día más, pero en cambio aquí la tristeza y el dolor lucían como algo normal.
El sufrimiento lucía como algo cotidiano.
Las cosas no deberían de ser así, sin embargo a las personas a mí alrededor les daba igual la situación. En las calles varias personas con ropas rasgadas y malolientes, piden caridad mientras son ignorados de manera cruel mientras que muy pocas personas lograban apiadarse de aquellas almas.
En mi hogar todo era diferente. La empatía es algo que se sentía en el aire al igual que la calidez. Pero aquí en la ciudad, esa calidez parece ser algo totalmente inexistente.
Me aferre más a la correa de mi mochila al sentir ciertas miradas de odio sobre mi nuca al entrar en aquel callejón oscuro para poder completar mi trabajo.
Ser cartero en la ciudad es realmente difícil.
Caminé con paso apresurado por la acera al ver como una persona sacaba lo que parecía ser una navaja de su pantalón, mientras algunos de sus compañeros apagaban sus cigarrillos y tronaban los dedos listos para darme lo que sería la paliza de mi vida.
Esto se estaba tornando peligroso.
— ¡Hey, Izuku! No sabía que ibas a venir. — Suspire de alivio al escuchar la voz de mi casi amigo pelirrojo en el callejón maloliente del distrito.
— S-sí... me han enviado para entregarte un paquete. — Dije tratando de controlar el miedo que sentía al estar rodeado de puros matones.
Kirishima, quien parecía no saber leer el ambiente, paso uno de sus brazos por mi hombro mientras sonreía mostrando todos sus dientes puntiagudos de manera amistosa. Los matones al ver mi cercanía con el chico, se fueron alejando. Otros miraban sorprendidos como el líder de la zona perteneciente a los Yakuza me abrazaba y sonreía de manera tan genuina, lo cual solo me permitía volver a respirar aliviado.
