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27 de Diciembre de 1939

Prefectura de Nagasaki, Japón

14 años


Solté un suspiro sin mucho ánimo. Los días seguían pasando frente a mis ojos sin una pizca de lastima, las nubes continúan moviéndose en un suave movimiento logrando adormecer al único sol que ilumina los senderos cubiertos de nieve por todo el pueblo. Las flores se marchitan a mi alrededor o son arrancadas de raíz egoístamente sin importar sus deseos o emociones, siendo cruelmente asesinadas por la envidia.

Los árboles lloran por la llegada del invierno como si fueran niños, la maleza ríe con burla después de ganar terreno entre los tomates del frente de mi hogar y las camelias que ahora adornan todo el lugar, le hacen honor a su nombre con sus redondos y delicados pétalos que forman suaves curvas similares a los rayos del sol sobre el rostro después de un largo día trabajando. Las camelias siempre sonríen con amabilidad y amor, bailando y brillando incluso con un frío tan desagradable como este.

Me acomodé una vez más entre todas las cobijas de mi hogar buscando un poco de calor, el frío penetraba mis huesos hasta hacerme tiritar incluso con el horno encendido y el abrigo más grande de toda la casa puesto. A mi lado en el suelo yacía una taza vacía que anteriormente había usado para preparar té de orégano como remedio para combatir la tos y en la única mesa de todo el cuarto, reposaba tranquilamente el bordado que llevaba haciendo durante toda la temporada como única forma de entretenimiento.

El invierno se había hecho insoportable a comparación de otros años, la ventisca se había detenido hace un par de días pausando todo a mi alrededor a excepción del viento y los casos de enfermedades respiratorias en el pueblo.

Llevé el pañuelo blanco a mi boca después de sentir aquella picazón sobre mi garganta avisando que estaba a punto de toser, el pecho me dolía como si estuviera congestionada y respirar se hacía una tarea cada vez más difícil. Mire el pañuelo en mi mano sin emoción alguna, sangre nueva yacía en él en un brillante color rojo opacando las antiguas manchas de sangre de la mañana. Fruncí los labios reconociendo con desagrado su sabor metálico.

Sé que no tengo una simple tos, lo supe desde la primera vez que vi mi sangre, pero no podía darme el lujo de ir al medico y comprar las medicinas que necesito, era eso o no comer, y prefiero morir de tos a sentir aquel horrible vacío y escuchar el rechinar que hace mi estómago después de llevar varios días sin ingerir alimento.

Estiré mi brazo sobre le futón dejando caer el pañuelo, me siento tan... cansada. La falta de sueño comenzaba a afectarme, mi cuerpo se encuentra lo suficientemente débil como para no responder un llamado tan simple como es ir al baño a limpiar la sangre de mi boca. Me siento fatal, nunca creí que mi muerte sería ocasionada por una tos y mucho menos en un día tan especial como lo es mi cumpleaños.

Las lágrimas comenzaron a bajar lentamente en silencio, bajando una tras otra siendo ocultas por el silencio del medio día. El árbol frente a la ventana continúa chocando sus ramas contra el cristal formando un susurro de consuelo, el viento mueve las cortinas atadas en un movimiento triste por estar a punto de perder a su último dueño y los fríos rayos del sol iluminan únicamente una pequeña porción del cuarto por cortos segundos antes de ser oculto nuevamente por las nubes grises típicas de la estación.

¿Quién cuidara de las camelias de mi madre si me voy? ¿Cómo sobrevivirán las plantas del campo sin mí? Ellas me necesitan, no puedo irme, no puedo...

Ahogué un sollozo sintiéndome patética, incluso cuando le prometí a Deku-kun que estaría bien y sería la primera en recibirlo con los brazos abiertos cuando volviera, algo tan simple como eso ahora parecía imposible de cumplir.

1945; TodoDekuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora