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7 de Noviembre de 1943

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7 de Noviembre de 1943.

1 año, 8 meses y 29 días antes de la catástrofe de Nagasaki.


Está la chica que pica tu billete de tren
y la que dirige el ascensor de piso en piso,
está la chica que reparte leche bajo la lluvia,
y la que trae los pedidos hasta tu puerta.
Fuertes, sensatas, preparadas,
están ahí fuera para mostrar su valor
y hacer su trabajo con energía y destreza.
Ya no están enjauladas o encerradas,
van a seguir tirando del carro
hasta que los chicos de caqui regresen marchando.

Está la chica que conduce un gran camión,
está la carnicera que te trae tu pieza de carne,
está la chica que grita «¡Billetes, por favor!» como un hombre
y la que silba a un taxi por la calle.
Bajo cada uniforme
late un blando y amable corazón,
aunque no les falta astucia de madre sagaz.
Pero es esta una solemne declaración:
no tienen tiempo para el amor y los besos
hasta que los chicos de caqui regresen marchando.

— "Las chicas de guerra" Jessie Pope

Las camelias del campo iluminaban el sendero de color rosa, un rosa pálido que brinda alegría a las plantas ocultas entre el manto blanco de la nieve. El sol se oculta de forma lenta entre los valles, recorriendo cada rincón con sus débiles rayos, cuestionando las reacciones de los pueblerinos, preguntándose porque todos huyen de la oscuridad que se avecina si la oscuridad nunca ha sido mala.

Que ellos han sido los malos, no su hermana la noche.

Quite las pocas gotas de sudor que descendían por mi frente antes de continuar deshierbando. El trabajo en el campo disminuía por culpa del clima frío, aunque ese mismo clima permitía que la venta de remedios contra la gripa continuara en aumento, cosa que agradezco (pero también odio) aun si tenía que pasarme todo el día encerrada en mi taller trabajando y mi única excusa para salir sean la maleza que atenta contra la vida de mis pobres camelias. Sonreí levemente recordando por qué había decidido trabajar de más esta temporada, si todo seguía saliendo bien, sería capaz de costear mi viaje a Tokyo para poder ver a mi Deku.

La idea de verlo me emocionaba, el hablar nuevamente sobre nuestro día mientras observamos el cielo nocturno, inventando historias con ayuda de las estrellas para después contar los peores chistes para finalmente hablar sobre el futuro que queríamos juntos. Atesorando cada risa que compartimos, cada sueño y cada lagrima, todo.

Deseaba que mis hijos y mis futuros nietos supieran de él, que conocieran al grandioso chico que conocí por accidente en el mercado y que sin importar que, siempre estuvo para mí.

1945; TodoDekuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora