Estábamos por llegar al complejo de cabañas y no había cruzado más palabras con Tomas. De hecho, íbamos en distintos autos.
Se encontraban a, aproximadamente, 50 kilómetros del pueblo, así que solo teníamos un poco más de 30 minutos de viaje. Alejo manejaba, Abril estaba de copiloto y yo iba pensando atrás. El otro auto lo manejaba Mauro, con Tomás a su derecha y los tortolitos, Sol y Lucas en el asiento trasero. Seba tenía que quedarse con Amadeo, y se disculpó por no haber venido.
Cuando arribamos sonreí. Los dos autos pararon, uno al lado del otro, y crucé miradas con Tomás después de un rato. Sol se bajó con un manojo de llaves en la mano y abrió la puerta de la tranquera. Alejo aceleró y se le aproximó al otro auto para entrar juntos.
Metros después de la tranquera, había una cabaña, un poco más grande que las otras. Una especie de "recepción" donde los abuelos de mi amiga guardaban cualquier cosa que les podía hacer falta.
El complejo estaba unos 500 metros más atrás.
Mauro y Alejo estacionaron debajo de unos árboles y rápidamente todos bajamos con nuestras cosas. Estaba todo oscuro y yo por las dudas saltaba a cada rato, para esquivar algún bicho.
Nos dividimos en dos cabañas, una para mujeres y otra para hombres, y minutos después de haber ordenado algunas cosas, se fue la luz.
–¿Es un chiste?- Exclamé rápidamente.
–Que vuelva rápido porque nos vamos a morir del calor- Dijo Abril y ya no me agradaba mucho estar acá.
–¿No hay luces de emergencias?- Ya me estaba alterando bastante.
–Hay linternas y velas en la recepción, ¿vas a buscarlas?- Me dijo acostada en una cama.
–Sol, ¿me estás jodiendo?
–¿Qué te va a pasar, amiga? Acá no hay inseguridad, ¿te acordas?
Asentí algo dudosa y abrí la puerta de nuestra cabaña. Las nubes tapaban cualquier rastro de luz que el cielo podía darme, y solo me iluminaban los relámpagos. Maldije antes de salir. Empecé a caminar rápidamente y escuché el ruido de una puerta.Las gotas empezaron a caer y maldije otra vez. Genial: No había luz y estaba lleno de tierra que ahora se convertiría en barro. Miré sin disimulo para atrás y lo ví.
– ¿Qué haces?- Pregunté un poco molesta.
¿No entendía que lo quería evitar?
–Dale, camina rápido- Me dijo casi obligándome.
Prácticamente corrimos y la sonrisa apareció en mi cara cuando, con algo de dificultad, visualicé la cabaña mayor. Mierda, estaba muy cansada, mojada, tenía frio y estaba Tomás a mi lado.
Él sacudió una de las puertas laterales y rápidamente se abrió. Me cedió el paso y sonreí por dentro. Entré con el atrás mío. Una ráfaga de viento hizo que la puerta se cerrara de golpe y salté asustada. El se rió. No se veía nada, literal.
Caminó por la habitación hasta una ventana y corrió las cortinas. Al menos los relámpagos ayudaban un poco.
–¿Para qué viniste?- Exclamé a penas pude verle la cara.
–¿Por qué no me das bola?
Su carita parecía la de un nene enojado, y mis pensamientos parecieron volar hasta que sacudí mi cabeza esperando una respuesta. Él bufó.
–No habrías ni podido abrir la puerta
Me resigné a responder: era verdad. Lo imité y empecé a buscar las cosas por todos lados.
Encontré algunas velas y levanté la mirada para mirarlo. Estaba próximo a la ventana y la luz pegaba en su cara. Estaba mojado, con su remera azul. Vi como acomodó sus pelos verdes luego de sacudir su cabeza y me quede, ¿embobada?Negué rápidamente y levanté las velas para mostrárselas.
–Ya las encontré, ahora vayámonos
El asintió y pasó delante de mí para abrir la puerta.
Largué un suspiro mirando al techo un poco cansada. Escuché el ruido a madera y él se dio vuelta sosteniendo la puerta. Lo miré.
–No abre
– ¿QUÉ?- Pregunté un poco irritada.
–La puerta... no abre