treinta y nueve

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Habían sido los días más largos de mi vida. Apenas llegué sentí la ausencia: tuve que tomarme un taxi para ir hasta el hospital, nadie había venido a buscarme.

Ahí tuve mi primer encuentro con Isabela, mi hermana. Estaba sonriente y tranquila, así que bajé un poco las revoluciones. Mis papas estaban juntos, en una misma sala. Mamá en observación por unos problemas en la espalda, y papá esperando ser operado. Cuando lo pensé en seco, agradecí a la vida tenernos juntos y, dentro de todo, sanos. Pudo haber sido una tragedia.

Tres días después de mi llegada, estábamos todos en mi casa, como si nada hubiese pasado. Mamá se estaba haciendo tratamientos de rayos porque tuvo un fuerte golpe en la espalda, lo que le provocó una hernia. Papá, con las muletas para todos lados. Pero juntos, y felices.

La primera semana me quedé con ellos, no quería dejar a mi hermana a cargo de todo. Pero, mientras los días pasaban, me di cuenta que todo estaba bien y que, en pocos días, todo volvería a la normalidad. Así que, sin la aprobación de papa que pretendía tenerme a su lado para toda su vida, me mudé al departamento.

La mudanza me tenía como loca. Jamás iba a poder terminar de traer todas las cosas de mi casa. A veces hasta me olvidaba que tenían que entrar las cosas de Sol, y eso me ponía más nerviosa todavía.

El departamento era hermoso y muy amplio. La verdad, no me podía quejar.

Me tomé el tiempo necesario para decorarlo de la manera más femenina posible. Mi padre me había dicho que, de ser de hombres, nada le faltaría. Pero tuve la necesidad de colgar algunos cuadros, fotos, y hasta adornos. Sin hablar de las lucecitas y los aromatizantes.

Faltaba solo un día. Sol llegaba mañana temprano.

Me recosté sobre el nuevo sofá blanco a pensar. Había hablando solo dos veces con Tomás desde mi regreso. Me llamó cuando se enteró que había viajado de urgencia, y una vez más entre semana. Estaba trabajando mucho en el campo porque "tenía que juntar plata". Nunca tuve la oportunidad de responderle su querida pregunta: "¿qué va a pasar cuando te vuelvas?".

Me encogí de hombros resignada. No tenía muchas ganas de pensar en ese momento. No tenía muchas ganas de admitir que solo había sido un estúpido amor de verano.

Miré el reloj sin moverme, y en cuento me di cuenta que eran las 10.40 pm me levanté de un salto para pensar que cocinar. Fue en ese momento en el que sonó el timbre.

Volví a mirar extrañada el reloj. ¿Cómo era posible que sonara el timbre? Me aterré por un momento porque no era el portero de la entrada del edificio, sino el de la puerta del departamento.

No quería empezar a tener esos vecinos molestos que se interesan por saber quien se muda a su lado, para tenerlo presente "por las dudas". Bufé y me dirigí a la puerta un poco resignada. Largué un suspiro antes de abrir la puerta y se me paró el corazón.

Era él.

Estaba tan lindo y natural.

Fue en ese momento cuando empecé a hacerme preguntas: 1) ¿qué hacía acá? 2) ¿cómo sabía mi dirección? 3) ¿qué estaba esperando para abrazarme?

Fue ahí cuando mi boca se despertó y, largué la primera pregunta con una sonrisa en mi cara:

–¿Qué haces acá, Nacho?

cambios | c.r.oDonde viven las historias. Descúbrelo ahora