Salí a respirar y sus manos me tenían tan fuerte que parecía que iban a quebrarme.
Abril y Mauro seguían jugando un poco alejados y Sol se había recostado en el muelle para tomar algo de sol.
–No es gracioso, tarado- Le dije un poco molesta, intentando zafarme de él.
–Ay, ay, ay- Exclamó divertido y me reí.
Para ser sincera, jamás había pensando que el agua del arroyo caía derecho de las sierras y montañas. Era más clara de lo que pensaba y muy fría. De todos modos, la idea de meterme no había pasado nunca por mi cabeza.
–Quiero salir- Le grité y el se encogió de hombros.
–Salí
Bufé y cuando lo hice los pelos de mi cara volaron. Lo mire un rato: estaba en malla y mojado. Mejor que nunca. Sus tatuajes me tenían un poco loca, y el movimiento que hacía para secar sus pelos también.
Negué con la cabeza después de mirarlo un rato, y me dirigí al final del muelle. No había una escalera, claro, pero el agua bajaba allá y se salía caminando. Se entraba de la misma forma, pero se ve que Tomás no lo sabía.
Mientras caminaba sentí sus brazos sobre la parte baja de mi cintura y me estremecí. Lo sentí tan cerca como nunca, y me hizo poner nerviosa.
–Quedate un rato más, dale.
Giré para mirarlo. El solo hecho de pensar que podía continuar en la misma posición más de un segundo me ponía la piel de gallina.
–Ni en pedo- Le exclamé sin muchas vueltas y salí caminando.
–Voy a darme una ducha- Le dije a Sol y ella se rió. Jamás la había visto a ella dentro de ese arroyo tampoco. Sonreí al recordar que tenía alma de chica de ciudad también.
Entre en la cabaña y al baño de un movimiento. El agua tibia me tranquilizó. A veces me preguntó que pensaran los demás sobre mí. Los chicos ya me conocen, pero el que no, pensará tranquilamente que soy una estúpida histérica chica de la ciudad.
Me encogí de brazos, ¿qué importa? ¿cómo es que pueden tener tan naturalizado cosas como no saltar o gritar cuando ven un sapo? ¿o no hacer un escándalo cada vez que un bicho volador entra a la habitación mientras dormís? Tampoco es normal estar todo el día en ese arroyo inmundo, supongo.
Suspiré después de pensar un rato, y apagué la llave de la ducha. Mientras me escurría el pelo con una mano, con la otra buscaba la toalla que había colgado en el perchero al lado de la cortina del baño.
Hice un par de movimientos en vano, así que sin más, corrí un poco la cortina para agarrarlo.Y ahí estaba.
Él, la toalla y sus tatuajes.
Tomás sostenía la toalla con un solo dedo mientras me miraba sin pestañear. Me agradecí a mí misma por no haber salido de la ducha en un primer momento, y quedarme escondida tras la cortina.
–Perdón- Me dijo y sonreí.
Todo lo que había pensado anteriormente se desvanecía cuando él hablaba en su tono tierno.
–No es nada, es la histeria del momento, supongo
El me sonrió y cruzamos miradas por un largo rato. Prácticamente me había olvidado de toda la situación anterior, y estaba a punto de hacerlo de la actual; así que cerré los ojos para despertarme.
–Em, ¿te molestaría darme la toalla?- Le pregunté divertida mientras señalaba sus manos.
El me la estiró y cuando la tomé, hizo una seña con sus manos de que estaría afuera. Yo solo asistí y lo vi irse.
Después de secarme fui hasta la habitación lo más rápido que pude y me puse un short tiro alto y mi tan querido top negro. No pensaba acercarme nunca más a ese arroyo así que guardaría mis bikinis en el bolso. Sequé un poco mis pelos y fui peinándolos con mis dedos hasta la cocina.
Y ahí estaba, otra vez.
–Pensé que esperarías afuera- Le dije bromeando y el se acercó sonriendo.
–¿Me das un beso?
Y sonreí yo. Me acerqué sin pensarlo y choqué nuestros labios unos minutos. Su naturalidad iba a matarme. Cuando sentimos el auto estacionar, salimos juntos, y Lucas junto a Alejo bajaban las cosas que habían comprado en la ciudad.
Con las chicas sacamos las mesas de las dos cabañas afuera, y armamos una grande cerca a las parrillas.
Pasamos la tarde allí, comiendo y hablando todos juntos.
Hace menos de un mes estaba en la ciudad, en mi nuevo departamento, sola, tirada en la cama, llorando desconsoladamente por mi ex-novio.
Hoy, estaba en el campo, en un complejo de cabañas, rodeada de amigos, yendo de acá para allá, divirtiéndome como nunca mientras conocía, cada día un poco más, al chico que me tenía loca.
Después de todo, los cambios no son tan malos. Después de todo, los cambios son buenos.