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La hora de distancia que había entre la casa de Eli y Yale se me hizo eterna. Aun faltaba poco para llegar pero sentía que faltaba muchísimo, Gabriel manejaba a la velocidad requerida, sin embargo, sentía que íbamos a paso de tortuga. Encima de todo esto, la tensión que había en el ambiente era palpable, íbamos en completo silencio a excepción de la radio que iba encendida.

A pesar de haber tomado una pastilla, el dolor de cabeza no había desaparecido, y no era por la resaca, era por los constantes pensamientos y cuestionamientos que estaba teniendo en mi mente. Sentía que me estaba ahogando con mis propios pensamientos, no sabía qué hacer o qué iba a hacer en cuanto llegue a la habitación y vea a Alejandra, no sé si pueda seguir viviendo tranquila con ella en el otro lado de la habitación, muy tranquila mientras que yo me había acostado con su novio, quien resulta ser mi ex y por si fuera poco, es mi primer amor.

Siento una fuerte opresión en el pecho y en la garganta que no deja de molestarme, ¿sería bueno decirle la verdad, decirle que me acosté con su novio y que aún lo amo, decirle que soy una perra y que merezco su alejamiento conmigo? Llega un momento en el que no puedo controlar mi respiración y bajo los vidrios del carro, importándome poco que el aire acondicionado esté encendido, pero no es suficiente, el oxigeno se traba en mi garganta haciéndome sentir nauseas y un dolor horrible en el pecho.

—Detén el auto —digo de buenas a primeras —Detén el auto —repito sin poder aguantar más un segundo más dentro de ese lugar lleno de tensión e incomodidad.

—¿Por qué? Ya estamos llegando —me avisa Nick mirándome.

—Por favor —susurro sintiendo mis ojos picar y mis pulmones pedir aire fresco. Una vez detenido el auto, salgo, me recuesto del maletero cerrando mis ojos, dejando que pequeñas lágrimas salgan de ellos y dejando que el aire entre a mis pulmones. No sé qué me pasa, no sé por qué estoy reaccionando de esta forma. Lo único que sé es que quiero dejar de sentir esa opresión en mi pecho y dejar de pensar en lo que hice.

Dejo que mis ojos sigan derramándose y que las lágrimas se lleven todo lo que está pasando por mi cabeza. Creí que este intercambio iba a ser lo mejor que me ha pasado en la vida, creí que no volvería a verlo, creí que a pesar de estudiar en la misma universidad existía una mínima posibilidad de encontrármelo en los pasillos. Creí que mis sentimientos por él habían dejado de existir, y que nunca más iba a dejarlos salir de mi pecho. ¿Qué estoy pagando? ¿Qué hice para que me pase esto? ¿Qué hice para enamorarme de esos ojos verdes y que sean mi perdición con tan solo diecinueve años?

—Michi

Abro mis ojos y paso de él abriendo nuevamente la puerta del carro y agachándome para tomar mi celular, cierro la puerta y paso de él otra vez.

—Michi —me llama. —Tienes que...

No dejo que termine y salgo corriendo, ignorando los gritos de ellos tres. Quizá alejarme de ellos debió ser una decisión definitiva.

Llego al parque que se encuentra cerca de la universidad y busco un banco alejado de las personas para poder estar tranquila y sin nadie mirándome raro por estar hecha un mar de lágrimas. Marco el número de mi casa en mi teléfono esperando que alguien, específicamente mi madre, conteste.

¿Bueno?

—¿Abby? ¿Qué haces en mi casa?

¡Ámbar, hola! Estoy con tu mamá y Crystal viendo algunos vestidos para la boda, en cuanto terminemos, te lo mandaremos para que...

—¿Puedes ponerme a mi mamá? —la interrumpo, lo ultimo en lo que estaba pensando ahora mismo era en la boda de mi hermano.

¿Estás bien?

—Pásame a mi mamá, por favor —escucho de fondo unos murmullos a los cuales no les pongo atención.

¿Cariño?

—Mami —digo y rompo en llanto nueva vez. La necesitaba aquí conmigo —Perdóname

¿Qué pasó, mi amor? ¿Por qué tendría que perdonarte?

Le conté a mi madre lo que debí haberle dicho cuando estuvo aquí, lo que ha estado carcomiendo mi mente en estos últimos meses, me desahogué con ella dejándole saber la gran culpa que me perseguía por haberme acostado con mi ex anoche, teniendo él una novia. Y le pedí perdón por haber dejado de ser su hija correcta de la noche a la mañana, todo cambió por los estúpidos tragos que tomé anoche y por yo no saber controlar mi boca ni mis sentimientos. Lo único que quería en estos momentos es desaparecer de esta ciudad.

Lloré, lloré y lloré hasta que no me quedaron más lágrimas para derramar, lloré quitando de poco a poco esa opresión y ese dolor que sentía en mi pecho, lloré deseando como nadie que todo esto que me estaba pasando dejara de pasarme, y me dejara continuar con mi vida como lo estaba haciendo antes, sin problemas, sin triángulos amorosos, sin dramas, sin culpas o arrepentimientos, quería que mi vida volviera ser aburrida, donde solo me concentraba en mis estudios y en terminar mi carrera. ¿Era mucho pedir?

Gabriel

—Maldita sea —maldigo golpeando el maletero del carro después de haber visto a Ámbar salir corriendo sin que ninguno de los tres pudiese seguirla.

—Cálmate —me dice mi mejor amigo

—No pidas que me calme, carajo. Viste como estaba, es mi culpa que ella esté así

—Culpándote no vas a arreglar nada —me dice Eliana— Es normal que ella reaccione así, ha pasado por mucho estos meses, demasiadas emociones y sentimientos encontrados en tan solo siete meses, en algún momento tenia que romperse y desahogarse.

—Es mi culpa, si no hubiese pasado lo de anoche, ella no estuviera así

—¿Te arrepientes?

—No —digo seguro.

—¿Entonces? Deja de torturarte, no es culpa de nadie que ambos estén enamorados y que las cosas se den de esta forma. Por ahora concéntrate en hablar con Alejandra, yo siendo tú pensaría muy bien como decirle lo que pasó

~.~

Es corto porque es la continuación de los dos anteriores. ¿Qué tal les pareció?

Nunca Es Demasiado TardeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora