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–-Emi, ¡no parpadees!

–-Me llora mi ojo, discúlpame, cariño.

—Amor —se quejó Joaquín.

—¿Qué quieres que haga? Me da sabe qué.

—Pero la vez pasada no te dio sabe qué, Emi.

—Pero ahora sí, siento que me vas a machucar mi párpado.

—¿Lo he echo? No, ¿verdad?

—Bueno, no, pero aún así yo no puedo controlar mi ojo.

—Emilio —se volvió a quejar el menor.

Ambos estaban en el sofá, Joaquín se encontraba en el regazo de su novio, una de las manos de Emilio estaba en la cintura del menor y la otra en su muslo, sosteniéndolo.

—Oye, Joaco —Renata salió de la cocina y se detuvo recargándose en la pared, mirándolos —¿No has intentado rizarte las pestañas con la cuchara?

Emilio frunció el ceño, volteando a verla.

—Mmh, nop —negó el menor —nunca supe cómo hacerlo, así que no.

—Yo un día lo quise intentar pero no me salió —dijo la chica.

—Haber, esperen—repitió el rizado confundido —¿Cómo chingados te vas a rizar las pestañas con una cuchara? ¿Qué pedo?

Joaquín rió levemente y se acercó más a su novio, abrazándolo y recargando su mejilla en su hombro.

—Sí, amor —susurró en el cuello de Emilio.

—Sí, bueno ¿y cómo por qué? —volvió a preguntar el mayor —Quiero decir... ¿por qué? —parpadeó y sonrió sin entender.

—¡Sí! Se te maltratan menos, reduce la probabilidad de que te quedes sin pestañas —respondió Renata señalándolo con su dedo.

El rizado frunció aún más su ceño y abrió sus ojos en grande, mirándola —¿Qué? O sea que esta cosa te arranca las pesta-

—No, no, Emilio —habló rápido Joaquín y levantó su cabeza para mirar a su novio —Todo es depende de la persona, si lo haces con cuidado no va a pasar nada y tus pestañas quedan sanas y salvas. Y yo sé hacerlo muy bien, por eso no les va a pasar nada malo ni a tus pestañas ni a las mías —terminó y volvió a recargarse en el hombro de Emilio.

—Oh, okay —le preguntó a Joaquín que seguía en su hombro, respirando tranquilamente —¿Entonces tú nunca has usado una... umh, cuchara?

Seguía sin entender cómo un cubierto podía hacer eso, realmente.

—Nop —respondió —No sé cómo hacerlo.

—Entonces con esta cosa seguirá siendo. Confío más en algo que fue hecho especialmente para las pestañas que en un cubierto que sirve para comer.

Así que Joaquín, riendo tiernamente, se enderezó de nuevo y siguió con su trabajo en el otro ojo del rizado.

Y Emilio lo miraba. Y sus ojos brillaban como siempre que lo hacía, como siempre que en su campo visual entraba su precioso y dulce ángel. Porque era como si sus ojos fueran pequeñas luces que se activaban cuando detectaban la presencia de Joaquín, siempre brillaban, con felicidad.

Cuando el menor terminó de ponerle rímel a las pestañas del rizado se separó un poco para mirarlo mejor, frunciendo el ceño, pensando.

—Corazón —habló.

—Mande, Joaco —respondió Emilio mirándolo con las cejas levantadas, cuestionando.

—¿Te puedo delinear tus ojos?

—Por supuesto que sí, mi vida. ¿Yo puedo hacer lo mismo contigo? —preguntó y antes de que Joaquín pudiera responder, continuó —No, no. Mejor no, no me va salir. Olvídalo, mejor no, no quiero arruinar el maquillaje tan precioso que tienes.

En pequeño sonrió y bajó la mirada sonrojado.

—No es como si tuviera un montón de cosas en la cara o algunas sombras, Emi. Sólo tengo rímel y blush —comenzó —Aparte, si no te sale lo borramos y volvemos a empezar.

—No, no, ¿cómo crees? Te vas a lastimar tu piel si le hacemos así, no quiero que se te lastime tu piel, no, no, no. Y hey —continuó —ahora que lo mencionas tú no tienes sombras, ¿verdad, Joaquín? Creo que he visto algunos diseños de esas cosas en los ojos que están muy lindos.

—No, no tengo —sonrió el menor negando con la cabeza —pero igual no sé qué tal bien se me vean las sombras, amor.

—¿Divinas? ¿Cómo todo lo que haces?

Joaquín trató de no sonrojarse. No lo logró.

—Voy a tomarlo en cuenta.

—Podemos ir un día de estos a esas tiendas de maquillajes a ver.

—¿Ya te he dicho lo mucho que te amo y lo mucho que estoy agradecido contigo, Emilio? —preguntó el más pequeños mirándolo a los ojos, su ceño estaba fruncido y mordía su labio inferior tembloroso.

Era muy sensible.

El rizado lo miró de igual manera y suspiró, sonriendo después poco a poco.

—Amor... —empezó y ajustó su agarre en la cintura y pierna de su novio, acercándolo más —puta madre, es que eres lo más hermoso del mundo, neta, te lo juro, y no lo digo sólo por decirlo y ya, sino porque así pienso, te juro que... Joaquín, es que no sé ni siquiera qué decir porque las palabras se me olvidan cuando estoy contigo. No sé, soy bien afortunado de tenerte en mi vida. Aquí, a mi lado. Y quiero que tengas todo mi apoyo en absolutamente todo, amor.

¿Desde cuándo Emilio era así de cursi? No, él no era así. En serio no lo era. Pero Joaquín llegó y olvidó todo, qué decir. 

Renata los miraba y sonreía porque ellos eran felices, estaba muy orgullosa de Joaquín y agradecida con Emilio por estar para él.

¿Algún día ella tendría una pareja que la amara tanto como aquellos dos chicos lo hacían? Ella era feliz así, por supuesto que sí, pero, ¿quién no quisiera tener a una persona especial? quizá podría ser un amigo, amiga, algún familiar pero se refería a una persona que te abrazara, que te besara, que te dijera lo bonita o bonito que eres, que te recuerde una y otra vez la felicidad que le brindabas.

Y no es que fuera necesario o algo así, pero a veces realmente quería saber lo que se sentía el tomar de la mano a alguien y sonreír, el recibir cariños o mimos de alguien, el sentirse amada en ese sentido.

Joaquín y Emilio simplemente eran la prueba más clara de amor. Cualquier persona que los viera se daría cuenta de que se amaban de una manera increíble, por sus ojos brillosos y sus sonrisas tan verdaderas al mirarse.

—Mi familia y tú son lo más hermoso que tengo en la vida, Emi —Joaquín sonrió mirándolo y sorbió su nariz —No voy a cansarme de decírtelo, te amo.

Si pudieran tener la oportunidad de contar todos los te amo que se habían dicho desde aquel día en que Joaquín valientemente le había pedido ser su novio a Emilio... no acabarían nunca, estaban seguros.

Y no les importaba que la gente pensara que eran demasiado cursis o que derramaban un montón de miel, ellos eran felices así. Si no les gustaba, podían sólo mirar hacia otro lado, eso.

makeup [Emiliaco]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora