22. La casa del lago.

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Vivo hace dos años en Miami y en ese tiempo me acostumbré al clima soleado, las altas temperaturas y las tormentas. Al principio me fue dificil adaptarme a que todo el tiempo este sintiendome como si estuviera dentro de un horno, pero con los meses me dejó de molestar. Tampoco me quejo de que gracias a eso, mi piel está bronceada todo el año.

Por lo tanto, aterrizar en Portland y que haga frío, no me toma por sorpresa, pero tampoco lo esperaba.

—¿Dónde tenemos que encontrar a Jason? —le pregunto mientras esperamos a que llegue nuestro equipaje.

Zack guarda su celular en el bolsillo de su pantalón.

—En su casa de la ciudad, tiene su auto aquí así que nos lleva —explica.

Durante esta semana en la que me acepté la invitación y estuve ansiosa por venir, no he visto a Jason. Zack me ha explicado que estaba en Nueva York, visitando a su madre y hace unos días está en Portland esperandonos.

Finalmente, cuando la cinta de goma comienza a circular, solo tenemos que esperar unos cuantos minutos hasta identificar nuestras cosas. Zack se hace paso entre la gente y las agarra a tiempo.

—Quinn, luego estaremos con Jason así que mejor lo digo ahora, recuerdas lo que te dije la semana pasada, ¿verdad? —inquiere mientras salimos del aeropuerto.

—Lo recuerdo —asiento sin dirigirle la mirada.

Tomamos un taxi y Zack le da la dirección de Jason. Reconozco la calle, debe vivir en una de esas enormes casas en Southwest Hills, una zona residencial cerca del Jardín Japones. No tan lejos de la antigua casa de Zack. Me recuesto sobre el asiento y cierro mis ojos, porque me espera un viaje largo.

No logro dormirme. Tal vez sea porque recuperé las horas de sueño durante el vuelo de cinco horas. Zack sacó uno a la mañana, para que podamos aprovechar el día. Efectivo, ya que aquí son tres horas menos que en Miami.

—¿Alguna vez te traje a la casa de Jason? —me pregunta Zack cuando vamos a mitad del viaje.

—No, nunca. Odiaba a Jason, ¿recuerdas? Por más que hayas querido llevarme en algún punto, te hubiera dicho que no —respondo observando el esmalte de uñas que me puse ayer. Es rojo. No soy fan de pintar mis uñas, pero el aburrimiento puede hacer maravillas.

Zack se ríe.

—Nunca entendí por qué lo odiabas.

—¿Es en serio? —disparo y volteo a mirarlo—. ¿De verdad no te dabas cuenta? Jason era insoportable conmigo, me molestaba todo el tiempo.

—Veo que eso ha cambiado —comenta y aclara su garganta—. Te molestaba porque tenías dieciseís, Quinn. Solo eso, y tú siempre caías en su bromas.

Bufo. Ahora resulta que le gusto. Es de no creer cuanto podemos cambiar en tan poco tiempo.

—Ha cambiado —le digo alzandome de hombros—. Ya no es el mismo imbécil de hace dos años. Y si te sirve de consuelo, tampoco lo eres tú. Si hace dos años me decían que iba a viajar contigo, me hubiese desangrado de la risa.

—Qué tierna, hermanita.

Niego con la cabeza. Aun no me acostumbro a que Zack me llame así cada vez que bromea. Necesitaré más tiempo para eso.





Minutos después, llegamos a la casa. Es una casa de dos pisos, grande, con un porche enorme. Tal como la esperaba. Jason está parado en la entrada, como si nos hubiese estado esperando hace un rato. Viste unos pantalones chandal negros y una sudadera gris Adidas.

Zack es el primero en bajar. Saluda a Jason con un abrazo y palmea su hombro. No se han visto hace unas semanas y para ellos luce como una eternidad. Supongo que me pasa lo mismo con Key.

The Last Heartbreaker (3) ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora