Thalia.

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En algún aeropuerto de la ciudad, los aviones iban y venían, las personas caminaban despreocupadamente. Un avión privado arribó, en el iban un gran grupo de jóvenes como si vinieran de un internado de mujeres, ninguna de ellas pasaba de los quince años, todas de diferentes estaturas pero cada una portaba la misma chaqueta, pantalones, bolsos y camisetas. Dos de ellas tenían una tiara en la cabeza como si hubiesen ganado un concurso de belleza.

—Bien, el entrenamiento estuvo bien, ahora pueden descansar un momento —Decía al frente una niña de unos doce años con el cabello pelirrojo recogido en una cola de caballo alta. Sus ojos, de un amarillo plateado como la luna, resultaban asombrosos. Tenía una cara tan hermosa que dejaba sin aliento, pero su expresión era seria y amenazadora.

—Mi señora —Una de las chicas con la tiara dorada levantó la mano, la chica dejó de mirar a las demás y se concentró en ella. A pesar de llevar la misma ropa que las demás, su mirar era distinto al de todas, tenía mechas de color azul en su espeso y negro cabello, además que tenía estampados que se notaban hechos a mano, en un lado decía  "Aquí va tu cabeza" con una flecha ensangrentada.

—Si, Thalia, en un momento podrás romper filas e ir a tu misión especial. Esperamos tener de vuelta pronto —La chica asintió a las palabras de la otra joven. Luego pareció revisar una lista, la otra chica que tenía la tiara en la cabeza, miraba a la de mechones azules inquisitivamente.

—No os tardeis demasiado, tampoco os encariñeis demasiado, solo es momentáneo ¿Verdad? —Esta miraba con sus ojos oscuros a la chica, esos que parecían haber visto demasiado, a pesar de que solamente se veía de unos quince años. Su cabello era negro, sedoso y largo, lo tenía recogido en una trenza que colgaba a un lado de su rostro y reposaba con gracia sobre su hombro. Tenía un rostro hermoso como si de una princesa se tratara.

—Qué si Zoë, si. Solo serán unos meses, tengo que explicar unas cosas ahora que ha llegado a la edad —La chica de mechones azules se coloco unas gafas oscuras, ocultando así sus ojos azul eléctrico.

—Bien, vamos dentro —La señora de ellas comenzó a dirigirlas a través del aeropuerto, iba al frente de ellas y miraba con la ferocidad de un lobo a cualquiera que se atreviera a acercase a las chicas que le seguían.

Pronto estuvieron fuera, ella hizo un sonido con los labios, pronto estuvieron rodeadas de animales. Lobos y águilas se posaron a sus lados, algunos se quedaron en los faroles y las esquinas. La chica pelirroja le hizo una señal a la de mechones azules, esta asintió y comenzó a apartarse de manera silenciosa.

—A ver como te tomas esto hermanito —Suspiro arrastrando su bolso detrás de ella.

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—¡No! ¡Eso no se toca! —Un rubio corría detrás de un pequeño azabache que estaba corriendo por todo el departamento y pronto se escuchó un estruendo. El florero que estaba en la pequeña mesa del centro de la sala, pasó a mejor vida —¡Por dios! ¡Percy! —

—Káneis polý asteía prósopa xanthá (Haces caras muy graciosas rubio) —El pequeño lo señalaba y se reía a más no poder. Jason suspiro tratando de recuperar la compostura, esa que perdiera desde que este pequeño demostró que podía caminar, no había un segundo en que lo pudiera dejar solo.

Si todo estaba en completo silencio, eso significaba que su pequeño Percy ya estaba haciendo algo. Todo parecía emocionarle y llamarle la atención, en especial todo aquello que se pudiera romper. Los platos, las tazas, bandejas de loza, jarrones, el celular del rubio (Menos mal pudo comprar otro).

¿Cuánto llevaba cuidandole? Solo llevaba cinco días, cinco días de tortura, eso era lo que significaban para Jason. El niño tenía una energía envidiable, corría, saltaba y se trepaba a cualquier lugar que medianamente aguantara su peso, incluso casi cae por la ventana.

El Extraño Niño Del Mar [Terminada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora