Capítulo XXXVI. Un lazo irrompible

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«¿Quién es?, ¿quién me está llamando? No veo nada».

Gina... debes despertar...

«¿Despertar? ¿Porqué? Yo... he muerto, ¿no es así?».

Despierta... despierta...

«¿Eh...?».

Gina sintió su cuerpo muy pesado, pero también se sentía relajada y cómoda en una superficie suave, blanda y perfumada. Por otro lado, su cabeza daba vueltas y sentía un dolor ardiente en el pecho y el vientre a la vez.

No entendía nada de nada. No recordaba en qué momento se había dormido. Finalmente, logró abrir sus pesados parpados y ver borrosamente al principio hasta ver con claridad el techo y la decoración de una habitación que no era la suya, era la de Ángela.

«¿La habitación de Ángela?, pero... ¿cómo he acabado aquí? ¿Por qué... estoy aquí?»

―¿Gina?

Al escuchar que pronunciaban su nombre a su lado, Gina volteó la cabeza. Entonces vio a Ángela sentada en el borde de la cama, allí estaba Ángela mostrando preocupación y alivio. Detrás de Ángela pudo ver que en la habitación también se encontraba el médico de la Academia, el doctor Alexander.

―¿Ángela?, ¿doctor Alexander?

―Gina... ―dijo Ángela, con los ojos empezando a llenarse de lágrimas―. ¡Gina!

Antes de poder decir nada más, Ángela se echa sobre Gina para abrazarla con fervor, feliz de tenerla consigo. De repente Gina gritó de dolor por el peso de Ángela encima de su pecho y vientre... Al escucharla, Ángela se apartó al momento, temerosa de hacerle más daño.

―D-Duele...

―Lo siento ―dijo Ángela lamentándolo de verdad―. Lo siento mucho, Gina... yo...

―¡Ángela, tenga más cuidado por favor!, ¡la paciente está malherida!

«¿Malherida?» Gina se tocó por todo el cuerpo confundida. Entonces notó un vendaje que le cubría todo el torso, desde la cintura hasta el escote. «De verdad estoy herida. Pero... ¿por qué?»

Entonces lo recordó todo. Le vino todo de un fogonazo y con todo detalle.

―¡Karmila! ―gritó ella incorporándose de golpe. Eso hizo que gritara de nuevo de dolor por la herida en su cuerpo. Ángela la hizo que volviera a tumbarse con delicadeza.

―Gina, tranquila. Estás a salvo en mi casa. Debes quedarte quieta sino se te abrirá la herida.

―¿Y Karmila? ―preguntó Gina, ignorando lo que decía Ángela―. ¡¿Dónde está Karmila?! ¡¿Qué ha pasado con ella?!

Ángela no le respondió, antes se aseguró de que no volvería a levantarse apoyando las manos sobre el colchón a cada lado de ella. Al mirarla a los ojos, Gina pudo ver la frustración y la rabia que sentía. Algo había pasado durante el tiempo que estuvo inconsciente, algo nada bueno.

―Ella logró escapar ―respondió ella finalmente―. Gracias al olor de tu sangre di con el lugar donde te retenía. Tú estabas herida, llena de sangre. Temí que estuvieras ya muerta y por ello fui contra Karmila junto a mi padre y mis hermanos, pero ella logró esquivarnos a todos y huyó a toda prisa. Quise perseguirla, pero mi madre dijo que aún estabas con vida... y todo lo demás me daba igual ―la miró a los ojos, posando la mano en la mejilla de ella―. Solo me importabas tú.

Gina puso su mano sobre la suya, mirándola con los ojos vidriosos.

―Ángela...

El doctor en ese momento las interrumpió con un aclarado de garganta.

Academía Carmesí (Carmesí I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora