Capítulo XLI. La noche deseada

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Ángela la escuchó perfectamente a pesar de que la rubia habló contra su pecho, llorando a moco tendido. Ella entendía que estuviera asustada por ese paso y por lo desconocido, pero estaba convencida de que saldría adelante tras el cambio, sobretodo porque estaría ella a su lado.

Dejó que Gina llorara unos minutos más hasta que por fin se calmó. Entonces, aún con lágrimas en los ojos, alzó con ambas manos ese rostro totalmente ruborizado y empapado en lágrimas que ella limpió con ambos pulgares. La miró a los ojos unos segundos y se fue acercando hasta volver a besarla tiernamente.

Ante eso, Gina cerró los ojos nerviosa como nunca y le correspondió al beso lleno de amor y deseo. La cabeza enseguida le empezó a dar vueltas y su corazón latía con tanta fuerza que amenazaba con salirle disparado del pecho.

Ángela sin dejar de besarla, volvió a tumbarla en la cama y una vez hecho eso no dudó en abrir el camisón en par, dejando los pechos de Gina al aire para poder acariciarlos con las manos.

―No puedo... respirar... ―dijo Gina entre besos y gemidos.

―Entonces, no respires ―dijo Ángela excitada, sin dejar de besarla y acariciarla entera.

Gina se sentía como un volcán por dentro y la sensación de esas manos frías hacía que se estremeciera, que temblará de pies a cabeza. No supo cuándo ni cómo, pero tanto ella como Ángela en algún momento se quedaron sin prenda alguna puesta, sin nada que cubriera sus cuerpos.

Durante unos minutos que parecieron eternos para Gina, ella pudo ver el cuerpo desnudo de Ángela cuando deslizaba por los brazos las mangas de la camisa blanca del uniforme escolar. Esa piel blanca y esa figura bien tonificada y sexual a juego con esa melena negra como la noche misma la convertían en una verdadera diosa de la oscuridad.

Gina quedó muda y petrificada de asombro. La vergüenza desapareció por ese espectáculo único. Ángela también le encantó lo que estaba viendo; su hermosa rubia con su melena suelta y alborotada con su piel rosada por la timidez que pronto desaparecería. Lo que no le gustaba ver es que se cubría los pechos con los brazos, pero eso enseguida también se arregló.

Sin apartar la mirada, Ángela volvió a inclinarse sobre Gina mientras agarraba los brazos de ella que usaba para cubrir sus pechos y echarlos por encima de la cabeza y así poder lamer y besar su rostro hasta llegar a una de las orejas y mordisquearla.

Gina tembló ante toda aquella atención sobre su piel; con cada roce, caricia o beso, Gina sabía que eso solo era el principio. Ahora tocaba lo excitante de verdad; lo que la uniría a Ángela al fin.

La vampira dejó de besarla en los labios para descender hasta el cuello, Gina no dudó en voltear la cabeza hacia un lado mientras se aferraba a los extremos de la almohada con las manos. Sintió que la lengua que descendía por su piel era como un hierro candente de pasión, eso hacía que tuviera ganas de moverse, pero se contenía.

Finalmente, no pudo más cuando sintió la boca de Ángela devorando con ansia sus senos. Allí, la vampira de larga melena negra empezó a jugar con sus senos para así encender más el deseo de la humana, les lamió, besó, chupó y masajeó con las manos.

Gina movía la cabeza de un lado a otro, gimiendo en voz alta sin ser capaz de detener a la morena en su tarea. Su corazón latía con mucha fuerza, tanto que le dolía, pero le daba todo igual. Moriría encantada de aquella forma tan agradable.

―Ah... Ángela... para... ―suplicó ella con un brazo encima de sus ojos cubriéndolos―. es demasiado...

―Ya te he dicho que no podrías dar marcha atrás, mi amor ―dijo Ángela con picardía―. Eres más sensible de lo que pensaba y eso me encanta, al igual que tu sabor.

Academía Carmesí (Carmesí I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora