Capítulo LXIII. Regalos y Visitas

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―¿Quieres que nos retiremos a descansar, Gina? ―preguntó Ángela de repente.

Gina la miró sobresaltada, ya que la pilló distraída vigilando a la pareja.

―¿Estás bien?

―Sí, desde luego ―aseguró ella sonriendo―. Son los regalos. Me han encantado.

―¿Seguro que es eso? ―preguntó Ángela con la ceja alzada―. ¿No es por Sarah?

Gina miró a Ángela. Ya debería saber que era imposible engañarla. Y en el fondo agradece que la conociera tan bien. No le gustaba ocultarle nada.

―Me ha sorprendido que estuviera aquí, eso es todo. No te preocupes, estoy bien ―aseguró ella con una sonrisa. Vio que Ángela no estaba muy conforme, e intentó animarla―: Venga, alegra esa cara, ¡es Navidad!

A Ángela no dejaba de sorprenderle la fortaleza que Gina siempre lograba sacar de sí. Era más fuerte de lo que ella creía, y eso le gustaba. La chica tímida y asustada que conoció cuando llegó a la academia había desaparecido casi por completo.

Mientras Ángela y Gina bebían champán rosado, Dorian las observaba desde una butaca tomando whisky de malta. La decisión que había tomado era firme, pero eso no significaba que no le doliera ver a la mujer que amaba ―que además era su hermana― enamorada de otra mujer.

Finalmente decidió terminarse el whisky y retirarse a su habitación por esa noche. Ni siquiera tenía apetito por un cuello joven y dulce, solo quería estar solo con sus pensamientos.

A Gina no le pasó desapercibida la retirada de Dorian. Aún estaba sorprendida de que él hubiera abandonado su compromiso con Ángela. Estaba feliz de tenerla para sí sola, pero tampoco era tan egoísta como para no pensar en lo que estaba sufriendo él.

―¿Él estará bien? ―preguntó ella, sonando desconsolada.

Ángela miró en la dirección que Gina miraba, y entendió a qué se refería. La volvió a mirar.

―Lo estará. Solo necesita tiempo.

―¿De verdad que no quieres estar con él? No me importa.

Ángela alzó la mano y con ella acarició el rostro de Gina, quien gimió levemente.

―Solo quiero estar contigo, cabezona ―dijo ella antes de darle un piquito en los labios, luego le dio un beso apasionado, insatisfecha con el otro―. ¿No retiramos ya... o prefieres que nos quedemos aquí y... nos pongamos cómodas? ―preguntó con voz ronca.

Al escucharla Gina se ruborizó, avergonzada y excitada al mismo tiempo. Ángela sabía cómo sorprenderla y animarla a probar cosas nuevas con ella. Y eso le encantaba. Se relamió los labios y la miró a los ojos con deseo.

―Lo que tú quieras.

* * *

Cuando Dorian llegó a su habitación, decidió que lo mejor era irse a la biblioteca para leer el último libro que sus padres le habían regalado no hace mucho. Esa noche las dos parejas que casi vivían en la casa estarían haciendo ruidos, y para un vampiro como él, con su oído fino, lo mejor era ir a la biblioteca, ya que allí el sonido de fuera no entraba al estar insonorizado; cortesía de Jon.

Al llegar allí y cerrar la puerta, Dorian dejó un momento su libro en la mesa para ir al equipo de música que Jon también había puesto para poder escuchar música relajante mientras se leía. Tras pensarlo un poco, Dorian se decidió por música clásica de Mozart a un volumen bajo, y una vez empezó la música él se sentó en una butaca junto a la ventana y empezó a leer con tranquilidad.

«Buena forma de pasar la noche de navidad», pensó él al empezar a leer.

La biblioteca estaba insonorizada, pero no era a prueba de fragancias. Y Dorian podía oler incluso con las puertas cerradas y la distancia el olor a sexo y distinguirlas.

James estaba excitado pero también enfadado, y creía saber porqué. La humana que estaba con él, Sarah, también estaba excitada pero también estaba dolida, no solo por el trato que estaba recibiendo, sino por el poco o nulo resultado de su alianza con James para con Gina. Su plan no estaba funcionando y eso le dolía. Y eso Dorian podía olerlo en el aire.

Lo que llamó verdaderamente su atención fue el olor, o más bien, la falta de aroma a sexo por parte de Ángela y Gina. Olía su presencia en la casa, concretamente iban por el pasillo de camino a la habitación de Ángela. Pero ninguna estaba excitada, sino una preocupada y la otra alterada.

«¿Qué estará pasando?». Era muy extraño aquello. No podía evitar sentirse preocupado.

De repente llamaron a la puerta de la biblioteca. No eran Gina y Ángela, sino Jon.

―Adelante ―permitió él, y el mayordomo entró―. ¿Qué ocurre?

―Amo Dorian, siento mucho interrumpirle ―se disculpó él―. Ha llegado una visita inesperada.

―¿Una visita? ¿Ahora? ―preguntó Dorian sorprendido. Dejó el libro en la mesa, se levantó y apagó la música―. ¿De quién se trata?

―De la señorita Elizabeth Concordinus, amo.

* * *

―Siento mucho haberte pedido esto, Ángela.

Ángela quiso reclamar que se estuviera disculpando siempre, pero se lo pensó mejor.

Ambas estaban metidas dentro de la ducha, aclarándose mutuamente el jabón del pelo. Antes, mientras se besaban con pasión en el sofá del salón, de repente Gina se puso nerviosa y le pidió que se marcharan a su propia habitación en vez de a la de Ángela.

Esa petición extraño a la vampira, y más cuando al llegar allí Gina le propuso darse una ducha las dos juntas. Ese día estaba de lo más rara, pero no quiso atosigarla con ello. Entendía que la presencia de Sarah junto a James y la ruptura de Dorian con ella le hubiera afectado. Por ello le consentía todo, incluso su deseo de ducharse juntas, lavarse mutuamente y darse arrumacos bajo el agua.

―Muchas gracias por ser tan comprensiva conmigo ―dijo Gina.

―No tienes que agradecerme nada. Pídeme lo que quieras, que lo tendrás.

―¿Lo que sea?

―Lo que sea.

―Entonces... ―Gina dudó, apartando la mirada unos momentos, después la miró tímida―. ¿Podrías ir a buscarme el corta-uñas? Está en el segundo cajón de mi mesita de noche.

Si antes la veía extraña, ahora Ángela la miraba con la ceja alta, sorprendida y confundida. No se esperaba semejante petición. Pero aún así lo hizo.

Al tener ya el pelo y el cuerpo lavado, ella salió y cogió una toalla grande para secarse el pelo un poco mientras Gina seguía bajo la alcachofa de la ducha acabando de aclararse. Cuando Ángela estuvo conforme se sacudió el pelo, libre de exceso de agua y se puso el albornoz negro azabache que se había traído a su habitación, cortó hasta medio muslo, y salió del baño.

―Espero que esta ducha relajante conmigo te haya calmado ―dijo ella mientras avanzaba hasta estar ante la mesilla de noche y abrir el segundo cajón. Allí estaba el corta-uñas.

―Sí, así es ―aseguró ella. Entonces Ángela oyó que cerraba el grifo―. Muchas gracias.

―No es por criticar ni nada parecido, pero hubiera preferido ducharme después de...

Ángela fue incapaz de terminar la frase, la sorpresa hizo que se quedara muda y paralizada.

Academía Carmesí (Carmesí I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora