Capítulo LVII. Luna Roja

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Muchas horas después, los ojos soñolientos de Gina se abrieron confundidos. Lo primero que vio fue la sonrisa radiante de Ángela, quien estaba desnuda a su lado, acariciándola con el brazo mientras Gina estaba tumbada a su lado, apoyada sobre su pecho.

Poco a poco le vino a la mente todo lo que había pasado aquella noche. Y también vio a Dorian, quien estaba de pie en la habitación, vistiéndose.

―¿Estás bien, mi amor? ―preguntó Ángela, dándole un beso en la frente―. ¿Te duele?

―Un poco ―reconoció ella, notando un ligero dolor entre sus piernas, pero bienvenido―. Estoy bien.

―Me alegro.

―Espero que lo que viste hacernos anoche no te diera demasiada vergüenza. ―comentó Dorian, sonriendo picaron.

Al recordar todo lo que vio, Gina se ruborizó entera e intento disimularlo sin éxito. Tras tener su primera vez, Dorian y Ángela no se cortaron un pelo a la hora de soltarse y follar como conejos, como llevaban tiempo sin hacerlo. A Gina le dio pudor verlo al principio, pero poco a poco dejó de sentirse tímida a participar con ellos. Tras horas y horas haciendo el amor con ambos, llegó un momento en que no pudo más y acabó rendida en la cama.

―Puede que un poco.

―Pues acostumbrate, porque esto lo haremos muy a menudo a partir de ahora. ―dijo Dorian antes de inclinarse sobre Ángela y besarla con amor correspondido―. Bueno chicas, os dejo solas.

Ambas chicas vieron como él se marchó de la habitación con una sonrisa en los labios.

Una vez que se quedaron a solas, Ángela acercó más a Gina a su lado, posando el brazo detrás de sus hombros hasta poner la mano sobre su brazo izquierdo y deslizar los dedos arriba y abajo sobre su piel. Ante eso Gina ronroneó encantada.

―¿Seguro que estás bien? ―preguntó Ángela, preocupada―. No te hagas la dura conmigo.

―Estoy bien, de verdad ―aseguró ella, posando su mano sobre el vientre de Ángela―. Tan solo un poco adolorida, pero creo que eso es normal ¿no?

―Sí, lo es. Yo también estuve algo dolorida la mañana siguiente. Fue hace mucho ya.

Gina quiso preguntarle más cosas de su pasado, pero de repente Ángela la abrazó contra su pecho con fuerza, sorprendiéndola.

―Ángela...

―Nunca creí que te atrevieras a tener sexo con Dorian y conmigo a la vez. Es algo que nunca olvidaré ―dijo Ángela, emocionada―. Si hay algo que quieras, dímelo y te lo daré.

A Gina la dejó paralizada aquellas palabras. Y en su mente no tardó en aparecer algo que aún no habían hecho y que esperaba que no fuera algo que Ángela se cerrará en banda.

―De hecho, hay algo.

Al escucharla Ángela se apartó un poco para mirarla a los ojos. ―¿El qué? Dímelo.

Gina no respondió enseguida, temblaba de miedo y vergüenza, pero aún así quiso intentarlo. Así pues, ante los ojos de Ángela apartó su melena rubia y expuso su garganta ante ella. La vampira al ver ese cuello blanco y suave enseguida tuvo una necesidad que hasta ahora había controlado sin problema. Sus ojos visualizaron las venas azules bajo la piel, y sus oídos escuchando las pulsaciones cada vez más alto y claro. La sangre la llamaba para tomarla y saciar su sed.

Con los ojos rojos, miró confundida a Gina, quien al ver esos ojos no sintió temor.

―¿Gina?

―Bebe mi sangre.

La vampira la miró con los ojos abiertos como platos. Nunca espero que ella le pidiera algo así, no después de lo ocurrido con Karmila, pero vio que Gina la miraba fijamente sin apartar la mirada, segura de lo que le pedía, aunque su cuerpo temblara levemente.

El problema no era solo morderla, sino tener fuerza de voluntad para controlarse y no dejarse llevar hasta dejarla seca. En el fondo deseaba beber su sangre y hacerla sentir el éxtasis supremo, pero tenía miedo de lastimarla o asustarla. Trago saliva para poder hablar.

―¿Estás segura de esto? ―preguntó, posando su mano sobre la mejilla de ella―. ¿De verdad quieres esto?

―Totalmente ―aseguró Gina, a pesar del temblor de su cuerpo―. Confío en ti. Te quiero.

Ángela cerró los ojos con cierta resignación. Estaba claro que Gina no iba a cambiar de idea. Al volver a abrir los ojos vio a Gina ruborizada, suplicando con la mirada que lo hiciera, animándola a hacerlo.

Gina vio como Ángela no apartaba la vista de sus ojos mientras la tumbada de espaldas y sujetaba sus manos a la misma altura de la cabeza, y después se inclinó sobre su vientre plano para empezar a besarlo y ascender por su pecho, excitándola con ello. No tardó en notar sus labios en su cuello, el cual lamió antes de notar sus colmillos rozando su piel y entonces sentir que perforaba la carne con ellos. Al sentir el aguijón gritó de sorpresa pero enseguida se relajó.

―An... Ángela...

Sintió como daba grandes sorbos de sangre, como su propia sangre se escapaba por la herida y por los labios de la vampira, deslizándose por su piel hasta llegar a la sabana y dejar manchas rojas.

Su corazón palpitaba tranquilo a pesar de todo. También pudo sentir los latidos del corazón de Ángela pegado a su pecho, el cual latía con fuerza. Era como si su corazón volviera a la vida.

No solo eso, todo el cuerpo de Ángela estaba comenzando a coger calidez a medida que absorbía su sangre. Incluso podía sentirse dentro de ella, como si ahora fuera parte de sí.

Gina la abrazó suavemente mientras tenía la cabeza echada atrás, mientras Ángela se agarraba al cabezal de madera de la cama. El material se hizo añicos bajo su mano, como si de una fuerte garra se tratará.

Gina entendió que se estaba conteniendo para no hacerle daño. Al tener la cabeza echada hacía atrás pudo mirar por la ventana, y asomándose vio la luna llena. Pero esta era diferente. Era de color rojo sangre. Nunca había visto nada igual.

«Veo la luna» pensó ella, entonces sonrió feliz. «Pero... mi luna está aquí. Mi luna roja».

Cerrando los ojos, Gina dejó que Ángela bebiera tanto como quisiera. Confiaba en ella en todo momento, incluso ahora.

En un lugar muy lejos de la Academia Carmesí, había una niña pequeña de larga melena rubio rojizo rizado que llegaba hasta los pies. Ella estaba sentada en una cómoda butaca en una habitación oscura con la ventana abierta, con las cortinas bailaban al son del viento.

La niña tenía los ojos cerrados, concentrada. No tardó en abrirlos. Dejando ver unos hermoso ojos carmesí.

―Buen trabajo, querida ―dijo la niña. Su voz parecía inocente y dulce―. Muestra tu verdadera forma ante ella.

De entre las sombras apareció un joven de larga gabardina gris oscura, oculto con una máscara de carnaval color negro, ocultando medio rostro.

―Mi señora... ―dijo una voz a su lado.

―¡Kyaa! ¡Ha sido un espectáculo fabuloso! ―exclamó la niña feliz, pateando los pies locamente―. ¡No ha perdido práctica en todo este tiempo! Y esa humana... que hermosa, deliciosa, y muy sexy a pesar de su timidez ―dijo relamiéndose sus labios pintados de rojo escarlata.

De repente, un cuervo negro de ojos rojos entró por la ventana, y aterrizó sobre el lomo de la mano de la niña la cual había extendido para recibirlo.

―Decidido. Iré a la Academia Carmesí. Asistiré como estudiante.

―¿Está segura de eso, mi señora?

―Por supuesto ―aseguró ella poniéndose en pie con el cuervo ahora sobre su hombro―. Mi princesa estará ansiosa por verme ―se rió divertida―. Que divertido será está vez...

―Como desee... Mi señora. A sus ordenes.

El joven hizo una reverencia elegante antes de desaparecer en la oscuridad, dejándola sola.

―Qué ganas tengo de volver a verte, mi hermosa Reina Carmesí ―dijo la pequeña maliciosamente, observando la luna roja.

Academía Carmesí (Carmesí I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora