Capítulo 22: Dos hojas en blanco

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Lali lleva 1 mes y medio en Londres, y aunque está más que feliz con esta etapa que disfruta a pleno, no deja de releer las noticias de Argentina, tomar mates todos los días, hablar con su familia, a veces en varios momentos de la jornada y con Eugenia y Candela en una maratón de audios de whatsapp cuando les pinta. Reescucha en todos y cada uno de sus viajes al trabajo y el curso, la playlist de spotify que siempre es un 80% latina, un 5% de flamenco que le hace escuchar Rebeca y un 15% de lo que escucha Nicolás, su afecto más cercano en todo este lío.

Nicolás está más bueno que mojar pan en la salsa. Es un alma errante. No se ata a nada ni a nadie, se comunica de vez en cuando con su madre y hermana, y mucho más ocasionalmente, con su padre que abandonó la casa familiar en Montevideo, allá por el 2001 para buscar trabajo en Barcelona, con el slogan de encontrar un trabajo allí, y enviarles dinero a su mujer e hijos.

Después de dos años de ausencias, y de no ver un peso de lo que supuestamente, el hombre había ido a buscar a Catalunia, se enteraron que había comenzado una nueva familia y que pocas intenciones tenía de volver a su país.

En ese momento, Nicolás era muy chico, y casi que se puso al hombro a las chicas de su casa, con el propósito de ocuparse de lo que su padre había abandonado. Terminó el secundario en un colegio nocturno, y mientras tanto, de día empezó a estudiar cocina.

Consiguió su primer puesto de trabajo, como ayudante pela papas en un lujoso hotel de Punta del Este y gracias a uno de sus propios profesores, que lo recomendó por su creatividad y talento, estuvo 2 años trabajando para una cadena de cruceros. Ese trabajo le permitió juntar bastante dinero como para empezar a planear el asentarse en algo fijo, pero lejos de Uruguay.

Estar embarcado más de 3 meses seguidos, le asqueó la vida, y ni bien pisó tierra firme y sacó el resumen bancario, empezó a planear viajar para trabajar en un puesto residente.

Nicolás tiene en su pasaporte, más sellos que Marley. Trabajó en Thailandia, en Tokio y Dubai. En Turquía, Grecia y tras un paso fugaz por Alemania, se instaló en Londres.

Dice que allí encontró la sociedad ideal, el país más cosmopolita del planeta, en el que conviven seres de todas partes del mundo sin ningún tipo de prejuicios.

Gracias a su ciudadanía Italiana, pudo trabajar libremente todo el tiempo que lleva allí, amparado por la Comunidad Europea, y aunque temió por su situación a partir del Brexit, los años de residencia y el aval de su jefe en "Busaba", le permitieron continuar con su permiso de residencia y trabajo sin problemas.

Ecologista, bohemio y defensor de cuanta causa por derechos humanos exista, Nicolás es impresionantemente informal en casi todos los aspectos de su vida, excepto en su trabajo, para el que es sumamente metódico y profesional. Pero ni bien se quita el delantal, profesa la libertad más absoluta.

Su rutina no es la habitual a la de cualquier otro ciudadano promedio. Trabaja de 15 a 22 y a pesar de que se levanta temprano para practicar yoga, se acuesta tarde mientras habla con amigos en otros lugares del mundo o mira series, o tan solo escucha música en su habitación mientras fuma unas buenas hierbas que le proveen sus colegas del Soho, que a menudo paga con buena comida para toda la semana. Asì se asegura una excelente calidad de marihuana que le alcanza para despuntar su vicio cuando llega a casa después de la cocina del infierno.

Es su momento de relax. El premio a la exigencia que se autoimpone y al trajín de la cocina.

Desde siempre lo hizo sólo, pero ahora que Lali está allí, y que encontró una aliada en todos los aspectos, es algo más que comparten.

No sólo es compartir un porro, ellos están compartiendo un momento. Y en ese momento, mil sentimientos que los unen. El desarraigo, la soledad, el anonimato, el lenguaje... las costumbres, y también las ansias de libertad que te da vivir en el culo del mundo conocido.

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