Capítulo 11: Los juegos del hambre

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Nada golpea con más fuerza que el martillito ese que se ubica arriba de la oreja y oscila constantemente pegando golpe tras golpe, justo en la sien. A veces pareciera que está sincronizado con otro que pega justo en el medio del pecho, y entre los dos, nos ahogan hasta sentir que nos falta el aire.

Peter trató de eludirlo el resto del día. Pero es inevitable, el martillito sigue golpeando una y otra vez. Esa noche cuando se acuesta, repasa cada palabra, cada gesto de esa mañana y mediodía, como para tratar de descifrar a Lali. Como tratando de encontrar en ella, y sus actitudes algo que le acomode algo de lo que él ya siente. ¿Para qué? ¿No? Si sienta ella lo que sienta, incluso en el hipotético caso de que sintiera lo mismo que él... sus sentimientos ya están echados. Nada los vá a cambiar. Sabe, de sobra que sus cartas ya están jugadas independientemente de lo que a ella le pase.

Tumbado en su cama y abrazado por el bosque encantado de Antón, con las manos en la nuca, observa el techo de la habitación y piensa, piensa en todo aquello que lo rodea y en lo complejo y caprichoso que puede ser el destino.

Se plantea hasta qué punto, lo que siente por Lali no fué el disparador para que deje a su mujer. "Quizá siento esto por ella, porque es la primera mujer que conozco, fuera de mi ámbito. Quizá, la complicidad que tenemos fué lo que me hizo confundirme, porque hace mucho que no me fijo en una chica. Tal vez, que una se detenga a charlar, que se mantenga fiel a lo que es, sin que la intimide quien soy yo, ¿y que me plantee que le parecí gay?... Eso tengo que aclararlo urgentemente, porque no puede ser que haya pensado eso... voy a hablar con Celeste de ese tema..." Su conciencia está activada al 1000%... y el martillito golpea constantemente activando un mecanismo de preguntas eternas. Hasta que se duerme... a lo mejor empujado por la magia del bosque de Antón y su mundo de ensueños.

Se despierta cuando su hermana entra casi en puntitas de pié para buscar a su hijo y llevárselo con ella porque empezó con sus ruiditos mañaneros. Pero se dá la vuelta y sigue durmiendo.

No sabe cuánto pasó desde ese momento hasta que se tuvo que levantar al baño, porque se estaba haciendo pis, y cuando sale oye que su hermana está en su habitación hablando con su hijo.

- Tíooo... llámalo al tío y decile que venga a la cama con nosotros...- Esa frase lo hace sonreír - ¿Se puede?

- Vení – La imagen lo invita a tirarse en la cama como un niño más. Celeste está acostada de lado con un codo hundido en el colchón observando a su hijo, que está en esa fase de emitir sonidos con desesperación, y ella los hila como una conversación de adultos. Peter se acuesta al otro lado e imita su postura – Holaaaa tío Pitty... ¡buen día!

- Buenas, buenas...- Peter le sonríe tratando de imaginar lo flasheante que debe ser tener un hijo. Alguien que se parezca a vos, pero que a la vez sea un ser tan distinto. Alguien que dependa en absoluto de vos, pero que a la vez cada uno de los días de su vida, dé un paso más para independizarse de tu persona y tus cuidados.

- ¿Qué hora es?

- Ocho y diez... acá se madruga tío loco...

- Allá madrugo más y duermo peor... ¡Ché de verdad ese bosque es mágico! y los seres que lo habitan, creo que me hipnotizan para que duerma con tanta paz... -Celeste se sonríe preciosa – Te cuidan Peter... cuidan tus sueños. Tal vez tengas que venir más seguido... o mudarte a San Martín... ¿no? - Peter la mira y chasquea la lengua, porque ese si es un sueño imposible para él.

- ¿Qué?... ¿nunca pensaste en jubilarte?... o mejor... en vivir tu vida, en un lugar en el que no vivas por obligación, sino por elección.

- No puedo Celeste, toda mi vida está en Buenos Aires...

- Ahhh sí si... perdón, me olvidaba que sos pobre y necesitas laburar de sol a sol, porque tus seis hijos, sino, no tienen que llevarse a la boca para comer... ahhh nooo, y además, ¡lo más importante!... tu mujer tiene un trabajo que no puede realizar en otra parte del mundo, porque ¡es tan exclusivo!...

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