"La tristesse du diable" (Kendall)

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"Je voulais simplement donner un sens à vos vies

Malgré leurs prémonitions, pour vous j'ai désobéi"

("Yo quería simplemente dar un sentido a sus vidas.

A pesar de sus premoniciones, por ustedes desobedecí")

El corazón le daba golpes en el pecho con una rudeza impresionante, pensó por un momento que moriría.

Y no sería una mala idea.

La voz femenina a su lado perturbó sus  pensamientos de forma tan repentina que ni siquiera sintió el golpe directo en la nariz que le ocasionó el frenar con tanta rapidez.

Tenía miedo de mirar a su lado. ¿Era ella? ¿Pero cómo era...?

Su mirada se dirigió al asiento del copiloto, miró de soslayo, temiendo de lo que podía encontrar.

Nada. No había nadie.

Debía calmarse, estaba siendo demasiado paranoico y estaba tan cerca de su casa, no podía fallarle al amor de su vida ahora mismo, debía pensar con la cabeza fría. Cuál iba a ser el próximo paso, cómo iba a afrontar la cruda realidad de que ella ahora ya no estaba ahí... Con él.

Ella nunca te va a amar de la forma en la que yo lo hice, te estás mintiendo, mi pequeñito.

Y ésta vez miró, cautivado por la belleza. Observó cada detalle, la nariz perfilada, el rostro suave y las mejillas sonrosadas, el cabello castaño claro, casi rubio, que brillaba bajo la luz de la luna.

—¿Mamá?–pronunció con dificultad.

Tenía mucho tiempo sin pronunciar aquella palabra, raspaba el fondo de su garganta con amargura.

La lluvia lo seguía, también. Por lo que no pudo ver qué sucedía más allá de aquella hermosa imagen que se proyectaba en el asiento del auto viejo.

Mi pequeñito–susurró la mujer, suavemente.—Debes dejarla ir, ella no debe estar contigo. No debe apartarte de mi lado.–hablaba ella, mientras le sostenía las manos.

Sus manos... ¿Cuántas veces lo había tocado de ésta forma tan íntima? ¿Cuántas veces la había extrañado?
Muchas veces había tratado de pensar que sus manos eran las suyas, porque siempre lo había hecho sentir mejor.
Cuándo tocaba su cara, su pecho o su miembro... Sus ojos se cerraron con fuerza y dejó que su ensoñación lo manejara, su pene dió un tirón dentro de sus pantalones.

La ilusión se borró cuando el sonido del claxon de un auto lo alertó.
Esquivarlo no fue la mejor idea, las llantas chirriaron con la fricción y el asfalto mojado lo envío directo a un pequeño acantilado, era apenas un metro de caída, pero él pudo sentir como se le removían las vísceras en su interior y como su pierna lastimada no podía sostenerlo de alguna forma por más fuerza que ponía en ella.

Perfecta Obsesión |Kendall Schmidt|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora