Epílogo

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—Muy bien, en la clase de hoy quiero que ensayen una de sus canciones favoritas.

Los alumnos saltaron de emoción mientras tomaban sus respectivos instrumentos.

El niño rubio con maravillosos ojos verdes se sentó en el banco del piano y tronó sus dedos antes de empezar.

Le hizo mucha gracia ese gesto y admiró como sus dedos comenzaban a moverse por las teclas del piano.

Era tan ágil e inteligente, aunque sólo tuviera quince años, se parecía mucho a él...

—Disculpe, profesora Green. –llamó el joven maestro de literatura– Sus alumnos están haciendo demasiado ruido y nosotros tratamos de leer una obra de Shakespeare, –el castaño se ruborizó cuando la joven se volteó a verlo– ¿podría decirle a sus alumnos que bajen un poco el volumen?

La profesora le sonrió a modo de disculpa y asintió.

—Muchas gracias.

Cuando el moreno se retiró, la expresión de ella cambió totalmente. El pequeño rubio la miraba expectante para volver a tocar su piano.

—Creo que nos excedimos un poco, pero los que quieran pueden volver al terminar las clases, así no interrumpiremos a nadie. –le ofreció una sonrisa al rubio con una mirada que gritaba "lo siento".

La clase se quejó al unísono, pero dejaron los instrumentos en sus lugares.

—De acuerdo, entonces daremos un poco de teoría...

La clase volvió a quejarse.

—Está bien, como esto ha sido culpa mía. Les preguntaré, ¿qué quieren hacer? –dijo la maestra con los ojos sutilmente puestos en el pequeño de ojos verdes.

Una chiquilla levantó la mano y cuando le dió la palabra se sonrojó.

—¿Por qué no nos cuenta sobre su primer amor?–preguntó.

La pregunta hizo que su cuerpo se paralizara mientras borraba el pizarrón y los chicos rieron, escuchó las risas de los diecinueve estudiantes, excepto una.

—No debemos meternos en la vida de los demás, Lucille. –le recriminó el rubio, claramente celoso.

Una sonrisa cubrió la cara de la joven profesora. Le gustó el tono que utilizó él, había extrañado que alguien se dirigiera así...

—¿En serio quieren eso? –se volteó mostrando una gran sonrisa.

Todos gritaron un "sí", con una pequeña excepción del rubio sentado en el fondo que cruzó los brazos y decidió mirar por la ventana.

—Está bien, creo que tenía aproximadamente su edad cuando me enamoré por primera vez... –la historia de como recordaba la segunda vez que vió a Kendall le causó un nudo en la garganta.

Y entonces. —¿Está casada con él?–preguntó el ojiverde repentinamente.

Todos rieron, incluso ella. Ese ímpetu por saber que nadie era su competencia, era hermoso.

—No, no estoy casada.

La sonrisa en el rostro del niño la dejó sin palabras.

*

La última campana sonaba al fin y ella ya estaba terminando de recoger sus cosas.

Alguien tocaba a la puerta de espaldas a ella.

—Sí, dígame.

No hubo respuesta alguna, pero una rosa de color rosa pálido  se posó en su escritorio.

—Sé que sus flores favoritas son las orquídeas, –se rascó la nuca– pero son muy difíciles de encontrar.

Su mirada se encontró con la de su alumno.

El cabello rubio le brillaba con el sol del atardecer que entraba por el ventanal.

Ella le ofreció una sonrisa.

—Si tu padre se entera de que compras cosas a tus profesoras con el dinero que te da, va a castigarte.

El pequeño rió.

—Quizá, pero usted no le dirá nada. –suspiró y se acercó al piano– Además, sólo le he comprado cosas a usted.

Se sentó en el banco del piano y comenzó a tocar.

Y ella lo observó. Este niño podía desatar en ella los deseos más carnales sólo porque se parecía...

—Uy, mi papá me llama, hasta luego.

Su ensoñación abrupta se terminó de golpe y la hizo sonrojarse al ser descubierta.

—A-adiós.

Miró la rosa que aún tenía unas cuantas espinas y sonrió.

—¿Quién estaba tocando hace un momento?–el profesor de literatura entró cerrando la puerta con pestillo– Pensé que habías sido tú.

Se acercó detrás de ella y metió sus manos frías debajo de su blusa.

Las manos de la persona que había tenido en mente parecían siempre cálidas.

Pero se dejó hacer.

El castaño la subió a la mesa y tiró la rosa a la basura.

—Puedo conseguirte una orquídea si quieres. –le mordió la oreja y quitó las bragas de ella mientras bajaba sus pantalones.

No quería una orquídea, no una que viniera de él.

Y entonces, mientras estaba con el moreno, pensaba en el joven rubio sentado en el piano.

Se imaginaba a ella, con un ligero vestido blanco, sentándose en el regazo de él, apretando su erección mientras ésta se sumergía en sus apretados adentros.

Lo quería a él. Quería a sus rosas.

Quería que Chase Schmidt fuera suyo.

Perfecta Obsesión |Kendall Schmidt|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora