XXXII

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Me paré del pasto rápidamente y me sacudí el poto. Seguí a la Nacha mientras ella hablaba con el Alonso que estaba en el marco de la puerta.

-¿Dónde está este culiao? -le preguntó la Nacha.

-Por aquí...-le respondió el culiao y caminó hacia una parte del antejardín que no había cachado.

Ahí estaba el Fede apoyao en un árbol mientras vomitaba. Corrí a su lado y le toqué el hombro.

-Vomita tranquilo-le dije mientras afirmaba el cuello de su chaqueta de cuero para que no la manchara con vómito.

-¡Pobre hueón, me da vergüenza cómo está! No puede dar más pena el penoso culiao...-comentó el Alonso con los brazos cruzados y negando con la cabeza.

-Tú anda a comerte a tu pendeja mejor-le respondí enojá.

¿Con qué derecho le decía eso al Fede? Hueón antipático.

-Ah, ¿estai celosa? -preguntó.

-¿Podí dejar de hablar hueás por un segundo aunque sea? El Fede está mal.

-Sí hueón-me apoyó la Nacha-, no es muy bacán pelear con vomito como música de fondo.

-Oye, paren-les dije.

-Mejor me voy, está pasao a vomito acá-dijo el Alonso mientras se tapaba la nariz y se iba pa' adentro.

-Hueón pesao-le dije a la Nacha.

-Hueón, ¿cuánto vomito le queda al Fede?

-Agilá, tiene arcás ahora, no está vomitando.

-Chucha, pensé que seguía vomitanto... Mejor le voy a buscar algo para que se le pase la caña.

-Dale.

-¿Qué le traigo? ¿Agua? ¿Leche caliente? ¿Qué hueá?

-Chucha, no sé, nunca he tenido caña...

-Eh... ¡Ya sé! Jugo de naranja. Ya vengo-dijo la Nacha y desapareció.

El Fede seguía haciendo arcás.

-Ya, Fede, tranquilo, son solo arcadas. Respira profundo.

Empezó a hacerme caso. Unos segundos después de respirar profundo ya estaba mejor y lo ayudé a sentarse en el pasto con la espalda apoyada en el árbol.

-¡Tranquilito! -le dije mientras le acariciaba la cara.

Verlo tan mal me partía el corazón hueón. ¿Por qué fui tan hueona y no lo seguí? ¿Por qué nunca puedo dejar de lado mi orgullo? Ágata de mierda. Juro que la mataría. Nunca había odiado tanto a una persona como la odiaba a ella.

El Fede cerró sus ojitos completamente, ya no los tenía entreabiertos. Me alegré al ver que ya estaba más calmado.

Me senté a su lado y lo observé sin restricciones. Me encantaba la forma en la que se paraba el pelo. Quizá cuánto tiempo se demoraba en las mañanas para hacerse ese peinado, pero le daba todo el style.
Sus ojos estaban cerrados, pero pude observar cuán largas eran sus pestañas. Tenía las pestañas más largas que yo. Sus cejas estaban perfectamente definidas, sin embargo no se las sacaba, así eran sus cejas naturalmente. No hay nada que me cargue más que los hombres que se sacan las cejas.
Su nariz era perfectamente respingada.
Sus labios eran de la medida perfecta. Ni tan gruesos ni tan delgados. Y con la poca luz que había en el lugar, podía distinguir perfectamente cuán rosados estaban. Podría haberle chantado un beso en ese mismo instante, pero luego recordé que había vomitado y se me quitaron las ganas.
Esa barba de un día lo hacía ver más rico que la chucha.
En su largo y delgado cuello sobresalía su manzana. No sé por qué me dieron ganas de pasar mi lengua por ahí. Ay, Lidia, qué cachonda. Me había curao con Fanta parece.

Enamorá de un ahueonaoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora