Capítulo Seis. Chispas Rojas

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Me separé de él y fuí directa al baño saltándome su estúpido orden. Antes de salir del cuarto, me llamó:

-Una cosa más Haya.

-¿Sí?.

-No son los intereses románticos los que me mantienen a tu lado, ¿vale?.

¿Eing?. Bufé por los pasillos de mi soleada casa sin prestar atención siquiera a mi magullado cuerpo. Únax se preocupaba por mí y yo se lo agradecía pero, ¿pensar que me sentía atraída por él sólo por mirarle la boca?. ¡Oh vamos!. ¡Qué forma más inteligente de hacerme pensar en otra cosa diferente al miedo!.

Me miré en el espejo del baño antes de que el vaho del agua caliente lo inundara. Mi cuerpo era un desastre, lleno de arañazos, moratones y marcas extrañas que no conocía. Estrellas de cinco puntas y cosas raras.

Bajo el agua caliente, me di cuenta de que, por mucho que odiase a Únax, tenía toda la razón del mundo: debía fortalecer mis defensas mentales y conocía a alguien que podía ayudarme a la perfección: mi propia madre.

-Hoy no iré a trabajar, Únax.

-¿No?. ¿Estás enferma?.

-No, iré a la clínica Alfasi. Allí manejan el reiki y demás técnicas que me ayudarán.

-¿La clínica Alfasi?. He oído hablar de ella. Tiene buena fama y una lista de espera demasiado grande.

-No es ese mi problema. Yo no tendré que esperar.

-¿Ah si?. ¿Tan especial te crees?.

-Para una madre, una hija siempre es lo más especial del mundo, ¿no crees?.

-¿Una madre?.

-Sí, Únax. Mi madre es Helen Alfasi, la dueña de la clínica. Por cierto, he visto unos símbolos raros en mi cuerpo así que preferiría que me curases después de que mi madre los examinase.

-¿Símbolos?. ¿Dónde?.

-En la espalda.

-Quiero verlos.

-No te molestes pero quisiera que mi madre los viese primero.

-Pues iré contigo y los veremos juntos.

-Pero, ¿qué dices?. ¿Estás mal de la olla?.

-Iré quieras o no. ¿Lista para irte?.

Bufé cuando me tomó de la mano para sacarme de mi propia casa.

-No he cogido las llaves, idiota-bufé cuando cerró la puerta-.

-No las necesitarás para volver a entrar. 

Caí en la cuenta de que la noche anterior, él no había llamado al timbre ni usado llave alguna.

-¿Más truquitos de Nueva Orleans?. Al parecer no sólo aprendiste a usar la levadura..

No me miró, ni me dijo nada pero me pareció ver un atisbo de sonrisa en el perfil de su rostro. ¡A ver si ahora era graciosa y no estaba enterada!.

En la calle, cerca de las dos de la tarde, hacía un calor inmenso. Estaba acostumbrada pero los goterones caían por mi frente como si no hubiese un mañana. Pasamos por delante de unos restaurantes de la zona más turística de Ciudadella. Todos abarrotados, centenares de gente esperando por entrar en ellos y, yo, con mi inusitada suerte, tuve que toparme con el idiota de Raúl.

-¡Haya!.

-No puede ser-mascullé entre dientes-.

-¿El qué no puede ser?-preguntó Únax-. ¡Oh! ¡Tú!.

Soy tu Oscuridad #4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora