Capítulo Treinta y Tres. Salvación

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-Únax, dime que el destino no está buscando a manos llenas nuestra perdición.

-No lo hace, Haya. Las horas más oscuras siempre son las que preceden a la luz.

-Abrázame por favor.

Me abrazó de nuevo y, con los ojos muy abiertos en busca de mafiosos y caminantes, empecé a temblar de puro miedo. ¿Tan poco duraba la valentía?.

Durante una semana no salí de la casa, incluso miré a Vincenzo con recelo por si acaso sacaba una escopeta de debajo de sus calzoncillos. Es más, reconozco que incluso miré a ver si es que había algún maletín de violín por la casa. Tal fue mi paranoia que me negué a ver a nadie que no fuese Únax. Hasta que un día él me hizo entrar en razón.

-Haya, te estás tomando las cosas demasiado a pecho. Hoy por hoy, tienes más miedo de la mafia que de tu propio arconte, el cual te aseguro es mucho más poderoso que toda la mafia napolitana entera.¿Qué pretendes conseguir con tu confinamiento?. ¿Ser inmortal?.¿Perder a tus amistades?. Todo está arreglado con la orden y tu madre, a día de hoy, no ve ningún peligro que nos aceche.

-¿Y si la mafia aparece?.

-¿Y si pierdes a una gran amiga como es Leila por no ser capaz de vencer a tus miedos?. ¿Le has preguntado acaso cómo se encontraba?.

-No-admití-.

-Haya, no temas. Vincenzo no guarda metralletas en sus calzoncillos.

-¿Por qué sabes eso?.

-Él me lo dijo. ¿Crees qué simular interesarte por su marca de calzoncillos era una buena excusa para indagar?.

-Es ridículo. Lo reconozco.

-Pues entonces, preciosa, sigue tu vida-tu ficticia vida-. Ve mañana a visitar a Leila, interesate por ella, ve al zoco a comprar, simplemente vive.

Únax tenía razón por mucho que me pesase, mi paranoia me estaba quitando minutos, horas incluso años de mi vida así que al día siguiente y no sin visualizar antes el perímetro de mi casa, toqué la gran mano de Fátima de alpaca que hacía las veces de llamador y protector de la puerta de la casa de mi amiga. Otra vez más, fue su marido quien me recibió.

-Pasa, Fátima.

-Me gustaría hablar con Leila. Sé que puedo parecer una mala amiga por no preguntarle como se encontró durante esta semana pero yo tampoco me encontraba en plenas condiciones.

-No te preocupes. Pasa.

Me acomodó en la sala de estar donde  me sirvió un té a la menta.

-Leila no está en casa-me informó-. Salió con sus primas-con sus parlanchinas y hasta incluso impertinentes primas- a comprar al zoco pero no tardarà en volver.

-De acuerdo.

No me sentí capaz de decir nada más. Abdid era una bella persona, no hacía falta más que mirarlo pero no tenía la suficiente confianza con él como para entablar una conversación distendida. Sorbí un poco de té, por costumbre sabía que siempre quemaba demasiado. Era la forma de los árabes de quitarse el calor. Si bebes caliente en medio del bochorno, sudas, te refrigeras.

Abdid pareció notar mi incomodez así que se decidió a hablar.

-Leila ha tenido una vida difícil. Llegó a mi vida cuando apenas tenía quince años habiendo sido repudiada por su propia familia.

-Abdid, no tenéis porque contarme estas cosas. Sé que os amáis a vuestra forma. No seré yo quien os juzgue.

-Lo sé.  Es precisamente por eso que Leila y yo confiamos en tí para hablarte de ello.

-¿Y por qué tendría yo que saber estas cosas?. Me refiero a que es vuestra intimidad, vuestra vida.

-No te las contaría sino supiese lo que hiciste. 

-¿Cómo?.

-Leila empezó a tener pesadillas siendo muy niña, su poder no era lo suficientemente fuerte. Es por eso que no llamaba la atención más de la cuenta pero cuando creció, los ataques eran demasiado continuos, demasiado fuertes. El día que despertó llena de moratones y arañazos, sus padres la echaron de casa. Era una adolescente, casi una niña. Su abuela, viuda y sin apenas voto, sabía que su nieta era especial y le regaló un amuleto, la cruz de agade que viste para protegerla.

Llegó a mí una tarde de invierno, cubierta de barro, de suciedad, desnutrida y llorando. En aquel entonces, yo estaba casado con mi anterior mujer, hablé con ella. Ambos coincidimos en que la mejor opción para Leila era que yo me casara con ella. Como musulmán-no practicante-y te confieso que tampoco como carne-me sonrió- podía tener cuatro mujeres. Era màs fácil así que adoptarla. Así que la acogimos aquí como a una hija. Tenía sus miedos, su pena por haber sido tratada como un demonio por sus propios padres pero entre los dos, pudimos sacarla adelante.

Hace unos años, mi mujer murió. Vivíamos en Marrakech, como tus abuelos. Pensé que lo ideal era desplazarnos a un lugar pequeño donde empezar una nueva vida. Aquí un hombre mayor junto a una mujer jóven, es algo normal y habitual.

-Perdona, ¿Pero  cómo es que sabes qué mis abuelos viven en Marrakech?.

-Ahora mismo, te has delatado. Soy una buena persona pero deberías tener cuidado con esas cosas. Si se lo dijeses al enemigo, quizás no estarías en tan buenas manos.

Suspiré. Él tenía razón. Me había delatado yo sola. 

-No tienes porque preocuparte. Tu abuelo es un buen amigo mío. He estado en la casa de los Alfasi millones de veces. Ví tu foto en más de un marco en su casa. Ama mucho a sus nietos pero siente especial debilidad por tí.  Él mismo me lo confesó con sus gestos.

Esas palabras a punto estuvieron de hacerme llorar. Mi viejo y sexy abuelo Hadid era una persona encantadora. Al igual que Jordi. Cada uno con sus cosas, cada uno tan entrañable en su vejez.

-¿Por qué no me lo dijiste hasta ahora?.

-No tuve una oportunidad tan buena. Tu familia siempre ha sido de mi agrado, lo confieso pero a tí tengo que darte las gracias sobremanera.

-¿Por?.

-Porque has salvado a mi hija-para todos esposa-.

-¿La he salvado?.

Habiendome dado él la lección de no adelantarme a dar información tontamente, quise hacerme la despistada.

-Sabes de lo que te hablo. Ella ya no duerme con su amuleto, ahora es feliz y sabe perfectamente, que se debe a tu buen hacer. Debes hacer contigo misma, lo que has hecho con ella, Haya.

Me quedé pensativa durante un largo rato hasta que Leila entró en la salón con cara de disgusto.

-Ansío que mis primas vuelvan a su casa cuanto antes. ¡Oh! Fátima, ¿Qué tal estás?. Tenía muchas ganas de verte.

Su rostro era más bello, más jóven, más relajado que nunca. Abdid tenía razón, ella ahora era feliz.  Pero, ¿por qué su padre/marido me había llamado por mi nombre real y ella no?.

-"Tu secreto está en buenas manos, Haya. No se lo contaría ni a mi propia hija y no temas, llegado el momento, nosotros también huíremos".

-"¿Eres telepático?".

-"Así es".

-"¿Por qué huiríais entonces?".

-"Porque llevo los suficientes-y no pocos años en este mundo-como para entender que la orden no es tan buena como parece".

¡Mierda!. Lo sospechaba por lo que Únax  me contaba pero, ¿Por qué él y Rubén pertenecían a ella?.

-"¿Nunca te has preguntado por qué Únax les miente?. Él no sabe toda la verdad pero su sensata intución, le dice que no todo es tan bueno como parece".

¡Mmmmm! ¿Y ahora qué?.

Soy tu Oscuridad #4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora