Capítulo Ocho. El Roce

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Lo miré desafiante. No tenía ni la más mínima gana de que aquel petulante "don me llevo bien con todo el mundo menos contigo" viviese conmigo pero a él parecía sudársela por completo y lo peor de todo es que me decía que para él también sería duro.

¡¡Al carajo contigo, Únax!! Y sí, me da absolutamente igual que me estés leyendo la mente. Me caes mal.

Una semana llevaba Únax viviendo en mi casa y una semana llevábamos ambos tratando de evitarnos por los pasillos y dondequiera que fuese. Por las mañanas, me acompañaba a la consulta con mi madre y Rubén. Había contratado a una experta repostera francesa y, temporalmente, el desayuno era servicio buffet. No sabía cuanto duraría la situación pero no quería que mis clientes sufriesen por ello. Hadid y Ana seguían sus turnos y Únax y yo teníamos el mismo horario. Fue una decisión dura pero la única factible. Al parecer, mi terapia no podría ser tan exitosa sin Únax o, al menos, en eso insistía mi madre.

Me iniciaron en reiki lo cual alteró mi humor durante la primera semana, aprendí a darme cuenta cuando alguien estaba tratando de entrar en mi mente y a formar barreras mentales para ello pero éstas aún eran débiles y tarde muchó tiempo antes de construir una que pudiese parar durante unos segundos cualquier mal pensamiento.

-Puedes conseguirlo, Haya. Tan sólo necesitas tiempo-mi madre, la más comprensiva, trataba de consolarme-.

-Yo creo que tu hija aún no es consciente del peligro al cual se expone. Quizás deberíamos ponerla en una situación de peligro más real-comentó Únax-.

-Cuando Haya sea capaz de levantar barreras sólidas, será el momento en el que tú actúes, Únax. Mientras tanto, ayúdala lo más que puedas. Aún es peligroso.

Rubén miraba a Únax como si hubiese dicho la mayor de las barbaridades pero el discurso de "su momento", me dejó patidifusa. ¿Cuál sería el momento de Únax y cuáles serían sus supuestas y peligrosas habilidades?.

Cada día era más agotador que el anterior y por el ejercicio físico pues trabajaba menos que nunca sino por el mental. Tenía la mente demasiado cansada y la mayor parte de días, antes de las once de la noche estaba acostada. No tenía ni idea de donde dormía Únax o si lo hacía pues todas las mañanas tenía el desayuno recién hecho sin atisbos de haber usado la cama que había preparado para él. Este último punto me mosqueaba. ¿Era capaz de pasarse toda la noche despierto cuándo yo sabía de primera mano qué tampoco descansaba durante el día?. Cosas raras pasaban con Únax y yo ya empezaba a sospechar que sus habilidades estaban lejanas de ser humanas.

Un día, fruto del aburrimiento, una absurda idea pasó por mi cabeza al atardecer. 

-¿A dónde vas?-quiso saber Únax-.

-A la cama-señalé mi pijama-.

-¿No es muy temprano?.

-Estoy cansada. Buenas noches.

-Buenas noches, Haya.

No tenía ninguna gana de dormir en verdad. Sólo quería saber què es lo que Únax hacía por las noches. Desde las ocho de la tarde hasta las once y media estuve haciéndome la dormida. Fue un tiempo largo para una hiperactiva como yo. Empecé a pensar en nuevas recetas para el restaurante, cuando me cansé, me pregunté sino sería buena idea renovar el baño de mi casa y ya por último, me imaginé con el pelo corto aunque este pensamiento se vio frustrado por la aparición de Únax en mi habitación.

Tranquilamente, se sentó en el butacón de mi padre, cruzó las piernas de forma masculina y sexy y miró por la ventana con una extraña sonrisa en la cara. Me sentí ridícula observando por un resquicio de las sábanas pero la intriga me podía.

De repente, se levantó para ir hacia mi cama. Cerré los ojos rápidamente por si me descubría. Me acomodó las sábanas con una ternura inusitada en él y después, me susurró al oído:

-Ahora que duermes, aprovecharé para robarte la tele y tus ahorros. Siempre fue mi principal intención.

-¿Cómo?.

Salté de fuera de la cama para hacerle una llave movilizadora. Mi padre no era adivino pero sí experto en defensa personal que había aprendido en sus numerosos viajes por Asia. Siempre la había dicho que nunca lo utilizaría. Él reía y me decía que eso sería perfecto pero que aún así, debía dominar el arte. Pensándolo bien, ¿por qué no había hecho uso de mi conocimiento cuándo Raúl casi me viola en la playa?. Era obvio que estaba reservando mis habilidades para el idiota exacto.

Se quedó debajo de mí. Lo miré a los ojos con enfado pero él empezó a reírse descaradamente.

-¿De qué narices te ríes?. 

-Sabía que estabas despierta, Haya. Sólo te estaba tendiendo una trampa y has caído de pleno.

Él no paraba de reírse. Era una risa contagiosa, tan anhelada por mí, que ignoré incluso el feo gesto que había tenido conmigo.

-Eres muy inocente, Haya.

-¿Una inocente sería capaz de darte un puñetazo....?

-¿De qué forma?.

Antes de darme siquiera cuenta, giró para dejarme abajo, en clara situación de desventaja.

-¿Cómo has hecho eso?.

-Yo también aprendí defensa personal-aún reía-. No puedes engañarme, Haya. Sé exactamente cuando duermes pero admítelo, ha sido divertido.

Sonreí. Ciertamente, me hacía falta más alegría en mi vida.

-También tú sonrisa es difícil de ver en estos días. No hacr falta que me digas que es por mi culpa.

-¿Por qué tan amable ahora, Únax?.

-El hecho de verte venir a la cama, haciéndote pasar por dormida durante dos horas para luego espiarme bajo las sábanas me parece gracioso, tierno, casi infantil. Eres tan dulce sin querer serlo....

Me colocó un mechón de pelo que caía por mi cara fruto del forcejeo. Volví a estremecerme con su tacto pero esta vez, no apartó sus manos. En su lugar, me miró con sus extraños ojos llenos de chispas acercando sus labios peligrosamente a los míos.

-Eres preciosa, Haya....

No sabía que pasaba con Únax pero esa versión de él, me estaba gustando más que la seria y restrictiva y, teniéndolo tan cerca que casi podía oler su extraño y atrayente perfume, un cosquilleo leve pero intenso se instaló en mi estómago.

Su vista ahora, estaba puesta en mis labios y la mía en los suyos. Únax era sexy, demasiado tal vez.

Fue un leve roce, casi ni eso pero sentir sus labios sobre los míos, me dió a entender que su seriedad no era más que una fachada para protegerse de mí. ¿Por qué motivo?. No lo sabía.

En el momento en que pensé que éramos dos adultos atraídos el uno por el otro en una cama, cuando creí que el beso continuaría, se apartó de mi bruscamente. Salió de la casa dando un portazo.

No comprendí nada en absoluto. La situación estaba lejos de ser normal o lógica pero, lo que más me preocupaba, era saber que el beso/roce/acercamiento me había gustado más de la cuenta.

Confundida y cansada de esperar, me dormí un par de horas más tarde.  En ningún momento olvidé el roce de sus labios.

¡Joder, Haya¡. ¡La estás liando!

Soy tu Oscuridad #4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora