13. Doctor Deathmask

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- ¿Death...?

Deathmask saludó con la cabeza, puesto que tenía ambos brazos ocupados sosteniendo el cuerpo de Bull, que le lamía la cara sin parar con las patas apoyadas en su pecho.

- Buenas noches, gatita. ¿Has visto cómo me quiere tu perro? ¿Cuándo serás tú quien me dé lengua con tanta pasión? -bromeó.

- Sí que le gustas, el pobre ya debe de estar senil -sonrió ella para disimular el dolor que la recorría desde la muñeca hasta el trapecio.

Él contempló, desconcertado, la estampa que ofrecía la taberna: varias mesas y sillas estaban volcadas; la mano de Kyrene, manchada del fluido vital hasta más allá de la muñeca, sostenía un cuchillo de cocina ensangrentado; su cabello estaba desgreñado y, en la sien, una brecha dejaba caer un hilo carmesí hasta su cuello. Como remate, un rastro rojizo en dirección a la salida indicaba que la noche no había comenzado de modo tranquilo para la chica.

- Esa sangre no es tuya -afirmó Deathmask, con una ceja levantada-. ¿Qué te ha ocurrido?

- Vaya, eres toda una lumbrera...

- No te escaquees y responde.

- No es nada... Una pelea con un tipo.

- ¡Eh, espera! ¿Vas por ahí peleándote con otros? Gatita, no soy celoso, pero pensaba que lo nuestro era especial... -ironizó, acercándose para examinarla- ¿Te duele el brazo?

- El hombro -asintió ella-, creo que me lo he luxado...

Deathmask lo evaluó: colgaba como muerto, en un ángulo poco atractivo. Hizo una mueca y lo sostuvo por el antebrazo, intentando valorar la movilidad.

- ¡Death, por Dios, eso duele...!

- Te llevaré al hospital.

- No, no lo hagas. Ayúdame a reducirlo manualmente.

- ¿Que te ayude a qué, gatita? ¿Estás loca? -se escandalizó Deathmask- Me gano la vida luxando cosas, ¿qué te hace pensar que sé arreglarlas?

- Death, por favor. Te prometo que, si luego aún me duele, yo misma te pediré que me lleves, pero ahora necesito tu ayuda -su tono era implorante, nunca la había visto tan angustiada.

- Está bien, lo haré, pero a cambio me perdonarás lo que me falta por pagarte -propuso, con sus dedos todavía rodeándole el codo.

- ¿Me vas a chantajear, maldito cangrejo sinvergüenza?

- ¡Es broma, mujer! Pero había que intentarlo... -rio él, comprobando que los dedos y la muñeca estuviesen íntegros- Eso sí, vas a tener que guiarme y arriesgarte a perder el brazo... Menos mal que eres zurda...

La redención de CáncerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora