25. Solo estás conmigo

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Deathmask entró en su austera vivienda, ubicada en el ala meridional del templo de Cáncer, y comenzó a quitarse la ropa, agotado después de un día de sexo con Kyrene: aquella chica se volvía loca con él, pero no podía culparla

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Deathmask entró en su austera vivienda, ubicada en el ala meridional del templo de Cáncer, y comenzó a quitarse la ropa, agotado después de un día de sexo con Kyrene: aquella chica se volvía loca con él, pero no podía culparla... él tampoco conseguía mantener las manos quietas cuando la tenía cerca. Arrojó el vaquero al suelo y estaba a punto de prepararse algo de comer para reponer fuerzas, cuando un pequeño trozo de papel que asomaba por el bolsillo trasero del pantalón llamó su atención. Intrigado, lo recogió y lo desdobló para leerlo. ¿Qué narices era aquello?

"Aleria, mañana, 20:00h"

Tenía que ser cosa de Kyrene: solo ella podía haberle metido la nota en el bolsillo sin que él se apercibiese. Sonrió, divertido con la idea de jugar un poco a los detectives, cayendo en la cuenta de que debía de ser el nombre de algún tipo de establecimiento. Rebuscó en la estantería hasta dar con una guía turística de Grecia y ubicó el lugar: ¡bingo!

Vaya... Así que Kyrene y él tenían una cita.

 Así que Kyrene y él tenían una cita

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Con la puntualidad de un profesor británico, Deathmask llegó al restaurante Aleria, situado en el barrio de moda de Atenas, y fue conducido por el camarero a una mesa situada en un rincón del patio, decorado con hileras de luces y mobiliario de estilo mediterráneo. Tomó asiento y esperó unos minutos, disfrutando del ambiente y de la suave música de fondo, hasta que sintió aquella cálida presencia.

Kyrene.

Kyrene... como nunca la había visto.

Si a diario le parecía atractiva, en aquel momento la encontraba sencillamente arrebatadora, vestida con un top dorado de seda y encaje, cuyo pequeño estampado adamascado resaltaba el tono de su piel, una falda corta algo más oscura y sandalias negras, decoradas con colgantes que representaban un candado y una llave en miniatura. Unas finas trenzas en las sienes le mantenían la melena apartada de la cara y permitían ver la sucesión de pendientes que adornaban sus orejas. Por un momento, el caballero se alegró de haber hecho caso a su intuición, dejando de lado sus viejas camisetas en favor de una camisa blanca y un traje gris marengo de corte impecable que había adquirido durante una misión en Milán: así no desentonaría de la mujer que se le acercaba marcando el paso sobre tacones de once centímetros de altura. Todavía anonadado por aquella imagen inesperada, se levantó como un resorte y la besó para, a continuación, apartarle la silla con caballerosidad:

La redención de CáncerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora