-IX-

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En la isla quedaron solo dos niños, Enzo y "Máscara", compitiendo por la armadura de oro, aunque, en el fondo de su corazón, "Máscara" no anhelaba el honor de ser caballero en sí, sino dominar su propio poder para conseguir justicia. Solo así la muerte de su familia serviría para algo.

Pero ni el combate ni sus aspiraciones podrían paliar la soledad y la angustia que devoraban su corazón. Abandonado por sus padres al morir; por sus tíos, que habían renunciado a hacerse cargo de él, y hasta por su amigo de cabello verdoso, que le había dejado en aquella isla donde la violencia y el estudio eran sus únicos quehaceres, "Máscara" sentía cómo su vacío interior se adueñaba de su ser sin que él pudiese hacer algo por evitarlo.

Los dos chicos peleaban cada día bajo el sol de Sicilia, durante interminables horas. Nada, salvo el triunfo sobre el otro, les motivaba. La rivalidad entre ellos crecía y se hacía más fuerte, al igual que sus propios cuerpos, alimentada por las palabras y los golpes de su maestro, que les recordaba constantemente que el perdedor sufriría su cólera y les infligía terribles castigos al final de cada jornada. 

Ambos sabían que solo uno de ellos se alzaría con la victoria. Finalmente, fue "Máscara" quien, al imponerse sobre Enzo dejándolo malherido, se mostró digno de portar la armadura de Cáncer; fue entonces cuando su maestro comunicó al Patriarca que ya tenía un custodio para la cuarta casa.

La redención de CáncerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora