11. Señales

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Quizá la mejor forma de obtener algo de tranquilidad fuese aquella, pensó Kyrene, sentada de madrugada en el tejado de su casa tras haber cerrado la taberna. Allí arriba no había ruido ni clientes que atender, solo un manto oscuro agujereado por estrellas plateadas que se extendía sobre la pequeña aldea de Rodorio, y las vistas no estaban nada mal, para un edificio de tan escasa altura: dada su orientación, divisaba las últimas casas del pueblo y, a lo lejos, los doce templos que custodiaban el acceso a las cámaras del Patriarca y de la mismísima diosa Atenea. Costaba identificar cada uno de ellos en mitad de la noche cerrada, pero si se esforzaba lo suficiente, podía percibir las siluetas de las majestuosas construcciones clásicas. Con los ojos entornados para ver mejor, contó entre dientes:

- Aries... Tauro... Géminis... Cáncer... -la enumeración se detuvo y su pensamiento se centró, a su pesar, en el guardián del cuarto templo, en cuya fachada parecía brillar una tenue luz- Dichoso cangrejo, ¿por qué te metes en mi cabeza? -murmuró, irritada.

No había vuelto a verle desde el suceso en su dormitorio, una semana antes, y por un lado agradecía su ausencia, porque se sentía profundamente avergonzada de sí misma. Menudo susto le había dado el muy fanfarrón colándose en su baño... Pero después... Ah, después... Aquellos hombros perfectos, los serratos marcados uno por uno, la delgada línea de vello bajo el ombligo que, como una flecha, indicaba el camino hacia...

Sacudió la cabeza para borrar aquella imagen. Aunque no quisiera admitirlo, tampoco tenía sentido negar la realidad: Death le gustaba, y mucho. Su carácter retorcido, su negro sentido del humor y su forma de ir por la vida igual que si no necesitase nada le resultaban tremendamente atractivos, pero, además, él tenía razón: le deseaba. Joder, cómo le deseaba. Todas las noches desde aquel encuentro había soñado con él, dormida y despierta, fantaseando con besarle, con qué sentiría al estar entre sus brazos, con el sonido de su voz al jadear, con cómo sería, en definitiva, el sexo con el caballero de Cáncer.

Y, sin embargo, había conseguido resistir. Estar sola y pasar inadvertida era la mejor forma de permanecer segura; no había llegado a Rodorio en busca de aventuras, y un desliz, aunque fuese cosa de una noche, podría ponerla en peligro. No era el momento de albergar sentimientos por nadie. Ceder al capricho de acostarse con él la haría vulnerable, y la vulnerabilidad era un lujo que no podía permitirse, pero no sabía cuánto tiempo más conseguiría aguantar la tensión casi palpable entre ellos dos, ni -entornó los párpados al tiempo que un escalofrío la recorría- la manera en que la desnudaba con los ojos, como si no hubiese más mujeres en el mundo.

Suspiró. ¿Qué estaría haciendo Death ahora?

Debía de estar volviéndose loca si echaba de menos que aquel idiota la molestase cada noche... Se mordió el labio, recordando una vez más su último encontronazo, y entonces se le ocurrió una idea: ¿qué tal si era ella quien le incordiaba un poco, para variar? Con una sonrisa traviesa, entró en el dormitorio, cogió una pequeña linterna y volvió a tomar posiciones en el tejado.

La redención de CáncerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora