-VIII-

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Los adultos que le habían rodeado a lo largo de su vida daban por hecho que el niño no recordaba gran cosa acerca de su pasado, pero se equivocaban: en su pequeña cabecita, atesoraba las imágenes de aquella noche como si fuese una película.

Con el tiempo, había conseguido no gritar en sueños, y sin embargo, cada vez que intentaba dormir, veía claramente los ojos azules de su madre volviéndose turbios y sin vida y oía el espeluznante chasquido de sus propios y frágiles huesos al chocar contra el suelo. Madrugada tras madrugada, era atormentado por vívidas pesadillas en las que revivía el momento en que el destino le había herido para siempre, sin poder cambiarlo jamás, como si de una condena divina se tratase.

Pero aquello era un secreto. Nadie tenía que saberlo. Si no hablaba de sus miedos, nadie podría usarlos para dañarle.

La redención de CáncerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora