-VII-

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El hombre de largos cabellos y el niño taciturno pasaron varios días juntos en un lugar al que el mayor llamaba "el Santuario", donde, le explicó, viviría cuando fuese mayor. Debía entrenar mucho para ser un poderoso caballero y ayudar a los demás. A "Máscara" le gustó aquella idea: si se volvía un adulto fuerte, ya nadie podría hacerle daño. Los fuertes impartían justicia y tomaban decisiones.

Después, ambos viajaron a Sicilia.

- Aquí te formarás para convertirte en un caballero de Atenea. Yo te visitaré de cuando en cuando y algún día regresarás a Grecia para recibir tu armadura de oro.

El niño, como de costumbre, no dijo nada. Abrazó en silencio a su amigo, se despidió de él y se dedicó en cuerpo y alma a aprender cómo manejar aquella extraña energía.

En la isla, además de su maestro, había dos niños más, de edades similares a la suya. Pero no se hicieron amigos ni encontraron una figura paterna en su maestro, que les recordaba cada mañana que solo uno de ellos sería digno de portar la armadura y les animaba a competir duramente para no fracasar. Las peleas se recrudecían día tras día y no había piedad para con el más débil, que era privado de alimentos, forzado a dormir al raso o castigado con aún más golpes.

Con el paso del tiempo, uno de los chicos desertó: un día, su maestro les dijo que ya no volverían a verle. "Máscara" no hizo preguntas. Mantenía su estricto silencio y su hábito de ocultar el rostro siempre que le era posible, pero aquella partida no significó para él nada salvo menos competencia en la lucha por la armadura y, quizá, una cucharada más de comida en el plato.

La redención de CáncerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora