32. A Yomotsu en primera clase

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- ¡Eh! -Deathmask la retuvo sujetándola por la muñeca cuando ella iba a dejarle, tras servirle la bebida, para atender al resto de la barra

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- ¡Eh! -Deathmask la retuvo sujetándola por la muñeca cuando ella iba a dejarle, tras servirle la bebida, para atender al resto de la barra.

- ¿Qué quieres? -interrogó ella, desabrida.

- Quiero que me expliques qué te pasa. ¡Estoy harto de discutir! ¿Es que estás con...?

- ¡Ni se te ocurra hacer un chiste sobre mi menstruación!

Deathmask tiró de su brazo, aproximándola a él, y masticó cada palabra en tono adusto:

- Dime qué coño está ocurriendo. ¡Llevas días evitándome! Puedo entender que quieras dejarme, pero al menos ten narices para decírmelo a la cara.

Kyrene le sostuvo la mirada con aire desafiante, en busca de una respuesta adecuada, pero, en realidad, no sabía qué decirle: ¿que una mafiosa había rajado a su mejor amigo? ¿Que su escondite perfecto se había ido a la mierda gracias a él? ¿Que, si no le mataba, su antiguo enemigo empezaría a asesinar gente inocente?

- ¡Yo no tengo que darte ninguna explicación! Tampoco es que te deba algo, ¿no?

- ¿Tú te estás oyendo? Apenas me hablas, todo te molesta, no dejas ni que te toque...

- ¿Eso es lo que te preocupa? ¿El sexo? -siseó ella, indignada, pugnando por liberarse- Porque, si es así, puedes irte a tomar por el culo...

Él la miró durante unos segundos, pensando su siguiente réplica con cuidado.

- ¡El sexo me da exactamente igual! ¡Estoy hablando de nosotros, joder! Hay algo que no funciona y no confías en mí como para contármelo.

- No puedo decírtelo más claro: esto es lo que hay y, si no te gusta, eres libre de marcharte y no volver.

Deathmask frunció el ceño, incrédulo, y le soltó la muñeca. Kyrene aprovechó para escabullirse y servir a los demás clientes. Él dejó un billete sobre el mostrador con un golpe seco, se echó la chaqueta al hombro y salió a la calle.

 Él dejó un billete sobre el mostrador con un golpe seco, se echó la chaqueta al hombro y salió a la calle

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Aquella noche estaba siendo la peor desde el ultimátum de Keelan, pensó, sentada sobre las frías tejas. Se cumplía el plazo que el viejo había fijado unilateralmente y, sin siquiera materializar aún su amenaza, había conseguido su objetivo de joderle la vida, una vez más: Bull, su querido compañero, ya no estaba; Death llevaba tres días sin aparecer por la taberna, tras la humillación a la que le había sometido en un intento absurdo de protegerle, y ella seguía sin saber cómo salir de la situación. Tiró de las mangas de su deshilachado jersey negro hasta cubrirse las manos y, rodeada de oscuridad, elevó los ojos hacia el templo de Cáncer. Tampoco allí brillaba luz alguna. Death debía de estar indignado con ella, y con razón, después de todas las impertinencias que le había dirigido durante la semana.

La redención de CáncerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora