-XV-

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A sus diez años, el caballero de oro de Cáncer era un jovencito taciturno que no confraternizaba demasiado con sus nuevos compañeros, entre los cuales se había granjeado fama de lunático y desagradable. Acostumbrado a la soledad, prefería leer y contemplar el firmamento antes que participar en los juegos y excursiones de los demás.

Le encomendaron su primera misión poco después de ser ordenado. La sensación de poder que le invadió cuando, revestido con su armadura dorada, atacó al enemigo designado, fue absolutamente abrumadora. Venció sin dificultad y, entonces, de pie sobre la colina de Yomotsu, sin pensarlo siquiera, reclamó su trofeo: atrapó el alma de su oponente y la llevó consigo al templo de Cáncer, para no olvidar su hazaña ni volver a estar solo nunca más.

Así, acompañado por los lamentos de las almas en pena cuyo descanso eterno él mismo había impedido, fue haciéndose consciente de su capacidad y su orgullo creció. Inspirado por sus lecturas acerca de los ritos mortuorios en la Roma antigua, comenzó a hacerse llamar "Deathmask" y a vanagloriarse de sus victorias. Dejó de medir su fuerza y de preocuparse por los inocentes a los que pudiera dañar en el cumplimiento de su deber. No eran importantes. Lo único que contaba era el éxito en la misión. La fuerza era poder; el poder era justicia.

Perdió el norte. Eso sí, siempre se jactó de administrar justicia de manera indolora y sin mancharse las manos: se limitaba a separar el alma de su contenedor físico, sin infligir otro daño que la muerte instantánea. Se consideraba extremadamente piadoso en ese aspecto. Era fuerte, era poderoso, era -por fin- justo.

La redención de CáncerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora