-IV-

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Al poco de ingresar, la enfermera Chiara le había traído cartón y ceras de colores para ayudarle a confeccionar varios juguetes a cual más disparatado, entre los que se encontraba una careta, con intención de hacer su estancia llevadera. Bueno, ella jugaba intentando distraerle y él la miraba con sus grandes ojos ausentes, añadiendo de cuando en cuando algún detalle a la decoración con sus deditos sucios de pegamento.

Sin embargo, desde que estuvo terminada, la máscara ejerció sobre él una ambivalente fascinación. Al principio le daba miedo usarla, pero poco a poco una idea fue tomando forma en su cabeza: si se cubría la cara con ella, los hombres malos no podrían reconocerle y sus tíos le querrían de nuevo. Y podría salir de aquel hospital. Las enfermeras, deseosas de verle mejorar, incentivaron lo que pensaban que era solo un juego, sin saber qué pasaba por la cabeza del ángel y, desde aquel día, el pequeño no volvió a mostrar su inocente rostro salvo para comer y asearse. 




La redención de CáncerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora